Noviembre de 2001. Con un habano entre los labios, Gregorio Fuentes celebra su cumpleaños número 104, en su casa de La Habana. [Foto: AFP]
Noviembre de 2001. Con un habano entre los labios, Gregorio Fuentes celebra su cumpleaños número 104, en su casa de La Habana. [Foto: AFP]
Marcela Robles


William Faulkner decía que en Cuba se produjo el encuentro entre Dios y Hemingway. La consecuencia fue El viejo y el mar, una gesta literaria considerada por muchos la obra maestra de Hem, la última publicada en vida del escritor, quien, al amanecer del 2 de julio de 1961, se descerrajó un tiro en la boca con una Boss calibre 12 de doble cañón.

     Este año se cumplen 15 de la muerte de Gregorio Fuentes (1897–2002), el pescador canario-cubano oficial de cubierta del Pilar, la barca del autor estadounidense, que tuvo el descaro no solo de sobrevivir a Papa Hem, sino de morirse a los 104 años. Nacido en Arrecife, descendiente de pescadores y agricultores, Fuentes emigró de niño a Cuba con algunos familiares intentando desertar de la pobreza en el velero en el que trabajaba su padre, que no logró sobrevivir a la travesía. Fuentes se estableció en Cojímar, una aldea de pescadores al oeste de La Habana, donde viviría el resto de su vida sin sospechar lo que le esperaba.

     En 1928 Ernest Hemingway contrató a Fuentes como marinero y, posteriormente, capitán de su yate. Se convirtió en cocinero, pescador, colaborador, mecánico y amigo del escritor mientras este vivió en Cuba, y lo acompañó en todas sus expediciones de pesca en la corriente del Golfo.

Julio de 1999. Gregorio Fuentes, de 102 años, en la celebración del 100 aniversario del escritor Ernest Hemingway en "la Vigia", la casa de Hemingway durante su estancia en Cuba. [Foto: AP]
Julio de 1999. Gregorio Fuentes, de 102 años, en la celebración del 100 aniversario del escritor Ernest Hemingway en "la Vigia", la casa de Hemingway durante su estancia en Cuba. [Foto: AP]

                        —El pescador que no sabía leer—
¿Por qué habría de inspirarse Hem en Gregorio Fuentes para crear al personaje de Santiago, cuyos ojos “tenían el color del mismo mar y eran alegres e invictos”? Aunque las versiones se contradicen, a estas alturas de las tamañas vidas que a ambos les tocó vivir, saberlo parecería carecer de importancia. Pero es difícil dudar que al menos una parte de su chispeante personalidad —que todos celebraban— y su fortaleza no haya quedado grabada en el imaginario del autor, en el que ficción y realidad se convirtieron en una gran historia. Que es lo que finalmente importa.

     Hemingway recordó una vez públicamente que Fuentes asumió finalmente el mando del Pilar en 1938, en reemplazo de Carlos Gutiérrez, que fuera su empleado mientras cubría nada menos que la guerra civil española. El legendario autor contaba que, diez años antes, cuando abordó la embarcación del pescador buscando provisiones, encontró la nave más limpia que había visto en su vida. “Ahora —dijo Hemingway—, sé que él prefería mantener el barco limpio, pintado y barnizado, antes que pescar. Pero también sé que prefería pescar antes que comer o dormir”.

15 de noviembre del 2001. Hillary Hemingway, sobrina de Ernest Hemingway, saluda a Gregorio Fuentes en su 104 cumpleaños en La Habana, Cuba.
15 de noviembre del 2001. Hillary Hemingway, sobrina de Ernest Hemingway, saluda a Gregorio Fuentes en su 104 cumpleaños en La Habana, Cuba.

     Luego de la muerte de su empleador, amigo y cómplice, Fuentes se dedicó a cultivar su memoria de distintas maneras. Una de ellas, y con todo derecho, era cobrar caro por recordarla frente a quien estuviera dispuesto a escucharla: nada menos que 50 dólares por 15 minutos, según le comentó alguna vez a un periodista. Una fábula que se aromatizaba con la fragancia del tabaco de cigarros roleados a mano, ya que Fuentes era un fumador empedernido, a pesar de un cáncer de labio que requirió de cirugía.

     Apremiando las dudas, aunque Fuentes decía sentirse sumamente halagado por lo que le atribuían, se empeñaba en aclarar que él no era Santiago, sino otro pescador que un día encontraron en altamar batallando contra un tiburón. Y el mismo Hemingway declaró en 1958 que su novela era “pura ficción”, producto de todos los años que se pasó navegando. Sin embargo, admitió haber conocido una vez a un viejo llamado Santiago Puig, a quien apodaban Chago, que “quizá tuvo alguna influencia en el personaje”.

Hemingway en la década de 1930, en Key West, Miami. La foto pertenece a la John F. Kennedy Presidential Library and Museum de Boston. [Foto: En “Hemingway: a life in pictures”]
Hemingway en la década de 1930, en Key West, Miami. La foto pertenece a la John F. Kennedy Presidential Library and Museum de Boston. [Foto: En “Hemingway: a life in pictures”]

     En el testamento dejado por Hem se ordenaba que su yate fuera cedido a Gregorio Fuentes. No obstante, este fue obsequiado al Estado cubano, y se logró así su exposición permanente en la Finca Vigía, la casa-museo de Hemingway en San Francisco de Paula. Fuentes, que recuperó su ciudadanía española en el 2001, murió de cáncer en Cojímar. Ya que no sabía leer ni escribir, nunca pudo leer el libro que contribuyó a inspirar.

                               —La historia y la leyenda—
“Cuando la historia se convierte en leyenda, hay que escribir sobre la leyenda”. La frase se le atribuye a Herman Melville, que habría escuchado la historia de boca de Owen Chase, uno de los tripulantes del Essex, que sobrevivió al embiste de una ballena blanca a la embarcación; uno de los relatos de los que surgiría el fundamento para la monumental Moby Dick.

muestra a Ernest Hemingway, segundo desde la derecha, ya Gianfranco Ivancich, a la derecha, cenando con un desconocido Mujer, izquierda, esposa Mary Hemingway, segunda desde la izquierda, y Juan "Sinsky" Dunabeitia, centro de la villa de Hemingway Finca Vigia en San Francisco de Paula, Cuba.[Foto: AP]
muestra a Ernest Hemingway, segundo desde la derecha, ya Gianfranco Ivancich, a la derecha, cenando con un desconocido Mujer, izquierda, esposa Mary Hemingway, segunda desde la izquierda, y Juan "Sinsky" Dunabeitia, centro de la villa de Hemingway Finca Vigia en San Francisco de Paula, Cuba.[Foto: AP]

     Atendiendo el legado de la célebre frase, no me arriesgaría a afirmar ni a negar nada sobre la leyenda de Hemingway, lo que convierte esta crónica en una que transgrede el género puramente documental para trazar una más bien emocional. Lo que sí me atrevería a decir es que el escritor vivió casi toda su vida igual que un bello animal herido, semejante a los que perseguía en sus interminables expediciones. Una mezcla de toro y pez merlín —que tanta exaltación le inspiraban—, y a los que acosaba infatigablemente hasta la muerte. Esa misma dualidad pasional se evidencia en las criaturas de sus libros con ese estilo (aparentemente) sencillo, abstinente e inimitable, que lo convirtió en uno de los mejores escritores de la generación perdida, según la bautizó Gertrude Stein. Entre ellos figuran algunos de los mejores nombres de la escritura estadounidense de la época: Dos Passos, Fitzgerald, Faulkner, Steinbeck, Caldwell. Y algunos incluyen también en el grupo a Ezra Pound, y a dos notables mujeres: Djuna Barnes y Dorothy Parker. Escritores acosados por la guerra y la posguerra, el éxito y sus altibajos, el exceso de alcohol y los amores, en su mayoría contrariados. Aunque perseguidos también por la felicidad y el disfrute intenso de la vida, que, de tanto en tanto, los supo encontrar.

      Cuando un reportero cubano le preguntó a Hemingway la forma en que había influido Cuba en su escritura, este respondió: “Quería entender la mar. La mar es la gran influencia en mi vida”. Hemingway, quien respondió las preguntas en castellano, utilizó el artículo femenino. Con un simple ejemplo, gramaticalmente inusual, anunció una declaración de amor por Cuba y su pueblo.

Ernest Hemingway escribiendo en su maquina durante su estadía en Cuba [Foto:   ]
Ernest Hemingway escribiendo en su maquina durante su estadía en Cuba [Foto: ]

                           —El viejo Hem y el mar—
Faulkner —quizá el único escritor de su generación que ha sido considerado superior a él (las opiniones, naturalmente, varían)— dijo de El viejo y el mar que el tiempo habría de mostrar que era “la mejor composición de cualquiera de nosotros, de sus y de mis contemporáneos… fue la culminación de sus intentos por salvarse con la literatura”.

     Sería imposible olvidar, entre otras, Adiós a las armas, París era una fiesta, Por quién doblan las campanas. Pero yo me quedo con la gentileza, la ternura y el vigor de esta hazaña del hombre contra la naturaleza y consigo mismo.

     El viejo y el mar fue publicada primero en la revista Life en 1952, y luego en forma de libro. Obtuvo un éxito inmediato y le mereció al escritor el premio Pulitzer. Más adelante, en 1954, se le otorgó el Nobel de Literatura, que no quiso (o no pudo) recoger personalmente en Estocolmo. “No quiero recibir un premio si eso significa que no me van a dejar escribir un libro”, le dijo una vez a un reportero de la revista Time.

1952. El escritor estadounidense Ernest Hemingway aprendiendo que ganó el premio Pullitzer por su novela "Los viejos y el mar". [Foto: AFP]
1952. El escritor estadounidense Ernest Hemingway aprendiendo que ganó el premio Pullitzer por su novela "Los viejos y el mar". [Foto: AFP]

     Efectivamente, siguió viajando incesantemente y participando en safaris, fiestas taurinas y todo tipo de aventuras desafiantes.
Una de ellas fue la temporada que pasó en Cabo Blanco, Talara, adonde llegó en 1956 en busca del famoso merlín negro. Dejó impregnada en la caleta peruana la estela de su personalidad y su fama para siempre.

     En estas avezadas expediciones no se puede obviar su activa colaboración en las dos guerras mundiales, donde se desempeñó a la altura del formidable periodista que era. Estuvo a punto de morir en graves accidentes aéreos y su salud se fue deteriorando cada vez más. A fines de los años cincuenta adquirió una residencia en Ketchum, Idaho, donde regresó luego de tantas vueltas con la que fuera su cuarta esposa, Mary Welsh, con la intención de finalizar su existencia, obsesión que lo acechaba desde hacía tiempo y que había intentado llevar a cabo en más de una ocasión. Es ahí donde hoy descansan sus huesos.

Ernest Hemingway y su esposa Mary Welsh en la La Habana, Cuba. [Foto: AFP]
Ernest Hemingway y su esposa Mary Welsh en la La Habana, Cuba. [Foto: AFP]

     Cuando su gran amigo y posterior biógrafo, el escritor y editor A. E. Hotchner lo visitó, Hemingway le confesó abiertamente sus ideas suicidas. Cuando Hotchner intentó disuadirlo hablándole de planes para el futuro, el escritor respondió: “No habrá otra primavera, ni tampoco otro otoño, Hotch. Si no puedo existir como yo quiero, la existencia es imposible, ¿entiendes?”.

     A los 62 años, Hemingway dio el gran salto final hacia la gloria. Haciendo tanto ruido como el que hizo mientras vivió.

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