Mucho antes de que enviara su célebre tuit, en el que manifestaba su algarabía por que Lima recibiera la posta para organizar los próximos “Juegos Bolivarianos”, el alcalde Luis Castañeda ya había dado señales sobre su escaso interés por los Juegos Panamericanos, justa que –hay que recordárselo– es la que tendrá por sede nuestra capital en el 2019.
En su plan de gobierno no le dedicó una línea al tema y la semana pasada, en una entrevista concedida a DT de El Comercio, repitió los lugares comunes que tanto le apasionan (la necesidad de mejorar la infraestructura, trabajar con el Gobierno Central, etc.).
No es que hubiera expectativa sobre algún anuncio rimbombante, pero pareciera que no ha calibrado la dimensión del evento ni lo que puede representar para el desarrollo de la ciudad y el bienestar de sus ciudadanos.
Hubiese sido esperanzador que, además de detallar cuál es el plan que tiene la administración municipal (si existe, claro), hablase de la enorme oportunidad que los Panamericanos abren para fomentar el sentido de pertenencia y orgullo por Lima.
Qué mejor que un evento que nos pondrá a la vista de al menos 100 millones de personas para convertirlo en un catalizador de emociones ciudadanas, para empezar a sentir a Lima como nuestra, empezar a quererla y así, poco a poco, dejar de maltratarla como solemos hacer a diario.
Las cuatro medallas de oro obtenidas en los Panamericanos han llevado al periodismo a pedir que se mire a Colombia como ejemplo de políticas deportivas. Con 84 preseas, 24 de ellas doradas, el país de García Márquez ha realizado su mejor performance en la historia de este certamen.
¿Pero por qué no mirar también lo que se ha hecho en Medellín para arrancarle el estigma de la violencia que la persigue desde que se convirtió en foco del narcotráfico?
El hogar de Pablo Escobar, si bien no ha resuelto todos sus problemas urbanos y sociales, hoy es una ciudad viva, con un movimiento cultural envidiable y un sistema de transporte articulado que ha contribuido a reducir las desigualdades.
El anuncio de la construcción de teleféricos en San Juan de Lurigancho y El Agustino –como se detalla en esta misma página– va en la línea de lo hecho en Medellín. Allí teleféricos y escaleras eléctricas han logrado integrar a las poblaciones asentadas en los cerros con la ciudad a través del metro.
Pero el anuncio de esta obra lo hizo el presidente Humala en su mensaje a la nación, no el alcalde de Lima. ¿Están trabajando coordinadamente? ¿Existe un plan estructurado para transformar Lima en los próximos cuatro años? No lo sabemos.
Es cierto: Castañeda no será alcalde cuando los Panamericanos aterricen en Lima, pero ello no debe inhibirlo de trabajar de cara al futuro. No todo es obra física y son esos aspectos inmateriales –cuyos resultados no son inmediatos– los que le dan sustancia y fortaleza moral al legado de cualquier funcionario elegido por el pueblo.