Invierno en Lima: el lado más frío de trabajar en la capital - 3
Invierno en Lima: el lado más frío de trabajar en la capital - 3
Oscar Paz Campuzano

Desde una silla plástica, en la Asociación de Pescadores de Chorrillos, Arsenio Ayaucán Ochoa, de 61 años, comienza a mover las manos como quien intenta escapar del mar. Bracea en dirección al techo de la oficina y recrea el movimiento de alguien que intenta quitarse la chompa y no lo logra.

Frente al mar de Ancón, hace 40 años, una ola volteó su bote y él sintió que llegaba el fin: “Comencé a desesperarme porque la ropa me hundía: no podía nadar ni flotar”. Una hora después, al amanecer, él y sus dos compañeros de faena fueron rescatados. Arsenio recuerda cada detalle, especialmente cuando intentó ponerse de pie. El agua helada le había congelado el cuerpo.

Aunque morir ahogado debe ser la peor pesadilla de un pescador, Arsenio siguió entrando al mar por varias razones: tenía un hijo de un año y medio que alimentar, es descendiente de una familia pescadora y otra cosa no sabía hacer.

Arsenio Ayaucán pesca desde los 14 años, una tarea que lo obliga a salir de madrugada para ganarse la vida en el mar. (Alonso Chero / El Comercio)

Arsenio Ayaucán pesca desde los 14 años, una tarea que lo obliga a salir de madrugada para ganarse la vida en el mar. (Alonso Chero / El Comercio)

Nunca ha pisado un hospital. Su mayor dolencia apenas ha sido una gripe. Cosa rara, porque –y es literal– casi la mitad de su existencia la ha pasado navegando sobre las olas. Su faena empieza a las 3 de la mañana y está de vuelta a las 2 de la tarde. Otras veces zarpa a las 5 de la tarde y retorna a tierra a las 6 de la mañana del día siguiente.

Aunque las madrugadas del invierno sean más heladas y navegar se parezca a una travesía cinematográfica por la niebla, Arsenio prefiere pescar en esta estación: hay especies que se venden a mejor precio en el terminal de Chorrillos. Para él, el crudo invierno de Lima es una oportunidad.

VIGILANDO LOS PANTANOS
Una madrugada, hace dos sábados, un incendio despertó a Georgy León Blas, de 46 años y uno de los cuatro guardaparques del Sernanp en los Pantanos de Villa. Desde las 5 a.m., el fuego ardió en un área de mil metros. Georgy y sus compañeros abrieron paso a los bomberos entre la vegetación. Ese día solo pudo descansar una vez que las llamas ya habían sido controladas.

Georgy vive desde que tiene uso de razón en Las Delicias de Villa, un asentamiento humano de Chorrillos que se expandió frente a los pantanos, cuando estos todavía no eran protegidos. La principal distracción de los de su generación era jugar al fútbol. De niño, él lo hizo incontables veces en el área que hace 17 años protege. Con una mano al volante de la camioneta que usa para vigilar, él estira el otro brazo y señala una cancha de tierra y arcos blancos: se mantiene en la zona protegida para “uso especial” de los muchachos del barrio; no tienen una losa donde pelotear.

Georgy León es guardaparques en los Pantanos de Villa. Ya se ha acostumbrado a patrullar en las madrugadas.  (Eduardo Cavero / El Comercio)

Georgy León es guardaparques en los Pantanos de Villa. Ya se ha acostumbrado a patrullar en las madrugadas.  (Eduardo Cavero / El Comercio)

Georgy –quien conoce el lugar como la palma de su mano– sabe bien que las zonas más frías están frente al mar y en la laguna mayor. En los días más duros hay niebla y eso le recuerda las historias que sus abuelos contaban: una gran anaconda salía de los pantanos y se tragaba el ganado. Georgy hoy sabe que en los pantanos hay espacios fangosos que pueden tragar personas. Aun así, en días de niebla, Georgy sigue dando vueltas a esas historias extraordinarias.

Su horario de trabajo se inicia a las 8 a.m. y la mitad del día patrulla dentro y fuera de los pantanos. La otra parte la dedica al monitoreo de aves, limpieza de los espejos de agua, recuperación de las zonas afectadas por la basura, el desmonte y la maleza.  
Dos veces al mes, el Sernanp coordina para que sus guardaparques salgan en patrullaje nocturno junto a la Policía Ecológica y Prohvilla –el órgano municipal a cargo del área–. Ahora que llegó el invierno, llevar gorro, una buena casaca, un pantalón grueso, botas y café es preciso para soportar la guardia.

ENSEÑANDO EN TICLIO
A la profesora Banessa Masco, de 26 años, que hasta el año pasado vivía en Ica, la contrataron para enseñar en una escuela pública llamada Mi Mundo de Colores I. La única referencia era su ubicación: Villa María del Triunfo.

Después se fue enterando de que este colegio para niños de 3, 4 y 5 años queda en Ciudad de Gosen, un lugar conocido como Ticlio Chico por ser el vecindario más frío de Lima.  

Es tan frío que esta semana el propio viceministro de Salud Pública, Percy Minaya, acompañó a una brigada médica para vacunar contra la neumonía y la influenza, de forma gratuita, a 5.500 personas, en especial a niños, embarazadas y adultos mayores.

“Hay que abrigarse y vacunarse para proteger a toda la familia”, recomendaba el viceministro mientras las clases en la escuela de Banessa continuaban a puertas cerradas.

El invierno limeño la perturba porque no puede salir al patio con sus niños para sus dinámicas psicomotrices, muchos de ellos ya han comenzado a faltar, y porque llegar hasta Ticlio Chico para trabajar es cada vez más difícil en invierno. Aun así, hay una frialdad que le incomoda más: la de algunos padres con sus hijos.

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