(Foto: César Campos / El Comercio)
(Foto: César Campos / El Comercio)
Pedro Ortiz Bisso

“ Violamos el tiempo”. Con esta extraña construcción gramatical, Luis Castañeda trata de graficar el trabajo sin pausas que, afirma, realizó el equipo de la en la restauración del teatro Segura.

“Nadie preguntó qué hora es, y si lo hizo, no había respuesta. Nunca se supo si era sábado o domingo porque estábamos empeñados en ese esfuerzo, en hacer algo grande por el arte y la cultura, cosa que hemos logrado”.

Es diciembre del 2018, y el entonces alcalde metropolitano habla emocionado. Lo hace desde uno de los palcos del histórico recinto donde en 1821 Rosa Merino cantara por primera vez el himno nacional.

El discurso forma parte de un video de la Municipalidad de Lima colgado en You Tube con el encabezado: “Alcalde de Lima: ‘Presentamos el histórico totalmente restaurado’”.

En realidad, el título no va de la mano con el discurso. En su larga alocución, el señor se cuida en afirmar que la obra esté culminada, aunque el entusiasmo de sus palabras lo sugiera. Incluso menciona que falta colocar las butacas, aunque aclara que “ya llegaron” y se pondrán pronto en su lugar.

Pero no era lo único que faltaba. El día de la ceremonia, el Segura no tenía ni un solo baño terminado. Se tuvo que habilitar uno con un pozo séptico porque las instalaciones de agua y desagüe no estaban concluidas.

La nueva administración municipal ha encontrado que parte de lo avanzado se había hecho mal, además de otras irregularidades que un trabajo más riguroso hubiera evitado.

Quizás por alguna traición del inconsciente, en el mismo video el ex burgomaestre recuerda la remodelación del Teatro Municipal, que iniciara durante su segundo mandato. El señor Castañeda no menciona que cuando lo entregó, el 11 de octubre del 2010, tampoco estaba terminado.

Aquella vez, fue un poco más osado: organizó una elegante gala que contó con la Orquesta Sinfónica de Lima, el Ballet Municipal de Lima y la presencia estelar del entonces presidente Alan García. Mientras los emperifollados invitados se agolpaban en la puerta del jirón Ica, la oscuridad de la noche no impedía ver las paredes sin tarrajear, los pisos inconclusos y las planchas de triplay buscando disimular lo imposible.

En ambos casos, el apuro tenía una razón de peso: la necesidad de mostrar. El Segura había que entregarlo porque se acercaba su despedida del cargo, el Municipal porque empezaba la carrera presidencial.

La pompa, los flashes, la plaquita con el nombre en letras de molde son un coctel demasiado atractivo para quienes ostentan el poder político. Si no muestran, no existen. Lo demás, poco les importa.
El problema es que quienes pagamos sus desprolijidades, no son ellos, somos nosotros. Como siempre. 

*El Comercio no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

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