(Foto: El Comercio)
(Foto: El Comercio)
Angus Laurie

Los desarrollos en las playas del sur de Lima, pensando específicamente en los de Asia, son un fenómeno muy criticable en términos de su relación con el territorio, con el ambiente y en particular por la manera en que se han privatizado las playas. Estas “urbanizaciones” antiurbanas forman grandes barreras que quitan la posibilidad de acceder a las playas, a pesar de que estas son, bajo la ley, un espacio público.

Como comunidades enrejadas de un solo uso, no son buenos precedentes de cómo hacer una ciudad. Sin embargo, si uno pregunta a los usuarios que veranean en estos lugares qué es lo que les gusta, más allá de la playa en sí misma, muchos responden que lo que les gusta es el hecho de que pueden caminar y montar bicicleta por las calles sin miedo a ser atropellados por un auto.

En algunos desarrollos aplican una serie de estrategias para que sean lugares seguros para caminar. Para empezar, la velocidad del tráfico está controlada por el diseño de las calles, con una velocidad máxima de 20 o 30 km/h. Por otro lado, las casas no tienen estacionamientos, sino que hay parqueaderos comunales ubicados a 200 o 300 metros de distancia de las casas.

Los autos pueden estar por algunos minutos para dejar compras o muebles, pero no pueden estacionarse. Para visitar otro lugar cercano, el auto se vuelve inconveniente, incentivando el uso de la bicicleta o caminar. De esta manera las calles en estas comunidades no necesitan veredas, a pesar de tener varias personas circulando en los días del verano. Estas funcionan como espacios compartidos, suficientemente flexibles para que los niños puedan jugar, o para que vecinos se puedan juntar para conversar.

De hecho, estas estrategias pueden ser replicables en la ciudad para generar calles para las personas, que prioricen la función lúdica de la calle, y el movimiento del peatón sobre el vehículo. Son estrategias que ya han sido incorporadas en el barrio Vauban de Friburgo, donde las casas no pueden tener estacionamientos, en su lugar la municipalidad alquila estacionamientos en parqueos públicos por 18.000 euros al año, un monto que representa un gran desincentivo al uso del automóvil. Allí las calles tampoco cuentan con veredas, funcionando como espacios públicos para albergar la vida social de la ciudad.

Otro ejemplo de esta política es el Greenwich Millennium Village, en Londres, que también separa los estacionamientos de las viviendas y otros usos, concentrándolos en edificios separados para poder recuperar la función de las calles como espacios públicos.

Mientras que estas estrategias son aplicadas en los desarrollos de playas limeñas, su significado sería distinto si fueran aplicadas en la ciudad por una simple razón: las comunidades privadas son espacios de exclusión. La misma estrategia aplicada a una calle pública sería lo opuesto. Un ejemplo de cómo hacer una ciudad más inclusiva y abierta.

Contenido sugerido

Contenido GEC