Rayda pide que el Estado que no la deje sola con la enfermedad de su hijo (Foto: Jessica Vicente).
Rayda pide que el Estado que no la deje sola con la enfermedad de su hijo (Foto: Jessica Vicente).

Rayda podría morir cada noche. En su habitación de Comas, jala una silla, se sienta delante del camarote que comparte con su hijo, de 17 años, y espera que este concilie el sueño. Luego, sube al segundo nivel y ruega para que al muchacho no le dé un episodio psicótico durante la madrugada.

Con ambas manos puede contar las ocasiones en las que este ha intentado asesinarla. “También ha querido violarme tres veces. Es como si no me reconociera. Cuando vuelve en sí me pregunta qué ha pasado. ‘Perdóname, mami’, me dice, 'voy a orar a Dios'”, cuenta la mujer, de 42 años. 

Cuando su hijo tenía año y medio, sufrió una severa lesión en la cabeza. Quedó en estado vegetal seis meses. Al despertar, le diagnosticaron retraso leve y epilepsia, y no pudo volver a caminar hasta los 6 años. Actualmente, logra orientarse, parcialmente, en espacio y tiempo.


Cada sol que Rayda ha ganado vendiendo frutas en el mercado de Belaunde se ha ido en su hijo. El padre se hizo humo cuando ella estaba embarazada. Los primeros años del niño vivieron con la familia de Rayda. Pero, cuando el pequeño cumplió los 10 años, le vinieron algunos impulsos que fueron incomprendidos por la familia. El niño mentía de manera compulsiva, hurtaba cosas y, como le pegaban, se escapaba de la casa.

Aceptando que no podía hacerse cargo de su hijo, Rayda acudió al Inabif por ayuda. Mientras se abría una plaza en un centro de acogida residencial, el niño fue a parar a un albergue preventivo. “Cuando lo trajeron al Inabif pasó por el médico legista (esto es parte del protocolo) y dio positivo para violación”, contó una trabajadora del Inabif, pero no se pudo probar quién había sido el autor.

Cuando el niño tenía 12 fue admitido en el CAR Niño Jesús de Praga, de Ancón, donde vivió dos años. Allí empezaron los episodios psicóticos. Fue diagnosticado con esquizofrenia y, a pesar de que todas las noches tomaba risperidona (para evitar episodios psicóticos), la violencia no disminuyó. Escuchaba voces en su cabeza que le ordenaban atacar a sus compañeros

Un día que Rayda lo visitó, este le dijo que lo habían vuelto a violar. El médico legista opinó distinto y el fiscal archivó la investigación. Pero Rayda, que le creía a su hijo, decidió retirarlo del albergue y alquiló una habitación para ambos.

Entonces, las voces comenzaron a pedirle al chico que mate a Rayda. Los vecinos y los comerciantes del mercado han acudido a su auxilio varias veces. Han golpeado al menor mientras la madre les suplica “que solo lo amarren” para poder llevarlo al hospital a que lo estabilicen. Han llamado una decena de veces a la Línea 100 para reportar los arranques de agresividad del adolescente y lo han denunciado ante la policía en, al menos, otras diez oportunidades. “En el último año meses nos hemos tenido que mudar de 20 lugares. Nos botan por mi hijo. Pero él no es malo, es su enfermedad”, explica la madre.

Ahora viven en una habitación multiusos en el segundo piso de una vivienda de la avenida Belaunde, en Comas. Caben un camarote, tres sillas, una mesita donde el muchacho hace sus tareas del colegio (actualmente, cursa el 5to año de primaria), un armario y una cocinita de dos hornilllas. 

El adolescente asiste a clases en un colegio de educación básica alternativa, donde cursa el quinto año de primaria. Tiene lenta escritura.
El adolescente asiste a clases en un colegio de educación básica alternativa, donde cursa el quinto año de primaria. Tiene lenta escritura.

El chico se atiende en el Instituto Honorio Delgado-Hideyo Noguchi. La madre asegura que es constante para darle su medicina. “Pero es como si la dosis no le hiciera efecto. En los últimos tres meses ha tenido tres crisis. En diciembre me rompió la cabeza. Me cosieron 12 puntos”, asegura.

A veces, cuando las voces comienzan como un susurro, el chico avisa: “¡Mamá, las voces de nuevo!”. Otras veces llegan de improviso, a gritos.

El pasado lunes 18 de febrero, fue la última vez que el hijo de Rayda trató de matarla. Eran las 4 de la mañana. El muchacho había orinado la cama. La mujer lo despertó para cambiarle las sábanas y le entregó otro pijama. Llevó la ropa sucia al área de lavandería de la vivienda y al regresar al cuarto, su hijo la agarró del cuello y apretó con fuerza. Ella logró zafarse. Corrió por las escaleras, salió de la casa y cruzó la pista. Él se asomó por la ventana intentando trazar la ruta de escape de su madre. El cuerpo le venció y quedó inconsciente entre la vereda y la pista.

Los médicos del , de Collique, lograron salvarlo. Ese día, el chico convulsionó 5 veces. “Antes del accidente tenía esos cuadros 1 o 2 veces al mes”, dice Rayda.

El pasado 18 de febrero, el hijo de Rayda cayó del segundo piso de este inmueble, de Comas. Fue en medio de una crisis (Foto:Jessica Vicente).
El pasado 18 de febrero, el hijo de Rayda cayó del segundo piso de este inmueble, de Comas. Fue en medio de una crisis (Foto:Jessica Vicente).

—Prioridades—
El psiquiatra Yuri Cutipé, director de Salud Mental del Minsa, explica que en casos de pacientes con trastornos severos, debería encenderse la luz roja del semáforo de riesgos. “La atención no debería acabar con la entrega de medicinas. Enfermeros y trabajadores sociales deberían realizar visitas domiciliarias”, dice.

Pero la inversión es insuficiente (el Estado invierte apenas S/ 14 per cápita) y hay déficit de personal. Según la Organización Mundial para la Salud, en el Perú existen menos de 3 psiquiatras generales por cada 100 mil habitantes y solo 0.21 con la subespecialidad de niños y adolescentes.

En Uruguay, hay 14.13 psiquiatras generales por cada 100 mil habitantes y 2.62 especialistas en menores. En Francia, son más de 20 los psiquiatras y y 2.84 psiquiatras de niños por cada 100 mil personas.

Rayda asegura que a pesar del trastorno severo de su hijo, no recibía la visita de asistentes sociales o enfermeros. “Estoy sola. Mi familia no quiere ni que los visite con mi hijo. Si me mata, ¿quién va a ver por él?”, se pregunta la madre. Tras el último accidente, la Defensoría del Pueblo y el Ministerio de la Mujer le han ofrecido su apoyo.

—Cobertura mínima—
En el Perú, según la Defensoría, 1 de cada 3 personas desarrolla algún problema de salud mental a lo largo de su vida, especialmente si viven en condiciones de pobreza. Pero solo el 20% llega a recibir tratamiento.  

Según Cutipé, esto se ha dado porque en los últimos años ha habido una mala distribución del presupuesto, casi siempre escaso. "Solo tenemos S/260 millones para salud mental y cerca de la mitad se va en el Larco Herrera, el Hermilio Valdizán y el Honorio Delgado. Con lo que queda hay que financiar las unidades psiquiátricas de los hospitales generales y estamos implementando centros de salud mental comunitario (CSMC) con unidades especializadas en niños y adolescentes", indica. 

A la fecha hay 103 CSMC a nivel nacional y cada centro cuenta con un mínimo de 22 profesionales de la salud. Pero hacen falta, al menos, otros 178 centros. Con esto se descentralizarían los servicios de los 3 únicos hospitales psiquiátricos del país (Larco Herrera, Hermilio Valdizán y Honorio Delgado), ubicados todos en Lima.

Infografía sobre la Salud mental en el Perú
Infografía sobre la Salud mental en el Perú

—Visión farmacológica—
Para el presidente de la Asociación Psiquiátrica Peruana, Enrique Bojórquez, el problema radica en que no hay suficientes servicios integrales para la atención de la población. Los niños necesitan servicios especializados con abordaje multidisciplinarios: terapeutas físicos, ocupacionales, especialistas en lenguaje, psicólogos y asistentes sociales que refuercen los tratamientos y analicen las condiciones de vida de los pacientes. "De poco sirve medicar si las familias siguen siendo disfuncionales, si los pacientes sufren de violencia, viven en condiciones de pobreza o pobreza extrema. Son factores que pueden agravar el diagnóstico", dice.

En los cuadros severos, que son los menos comunes, el mayor obstáculo es la falta de continuidad del tratamiento. Influyen varios factores: con cuánta responsabilidad asuman los padres o tutores el cuidado de los pacientes, si fueron lo suficientemente informados, si acuden a las citas cuando deben. "A veces faltan porque los servicios se encuentran disponibles en lugares muy lejanos. También ocurre que, como el sistema está saturado, las citas son muy espaciadas", señala.

Los centros de salud mental comunitarios, dice, son la alternativa. Pero, por el momento se ven limitados porque no hay suficiente personal con la subespecialidad en niños y adolescentes, y porque, en algunos casos, funcionan en edificios que no fueron diseñados para ese propósito. "Un tratamiento más especializado genera una diferencia sustancial en la recuperación de un paciente. Muchos creen que no es necesario, como si el niño fuera un adulto pequeño. El niño es otra realidad, con sus propias características", agrega.

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