“Estábamos durmiendo y empezó a moverse. Abracé a mi hijo, no había cómo levantarme. Se sacudió toda la casa, mi cocina se volteó, todo se caía y nosotros sin poder levantarnos”. Este es el testimonio real de una de las personas que vivió el último gran sismo ocurrido en el país. La madrugada del 26 de mayo de 2019, un terremoto de magnitud 8 con epicentro en Loreto provocó derrumbes en varias regiones, deslizamientos y decenas de heridos. Los que sobrevivieron al colapso de sus casas esa noche tienen un punto de partida en sus relatos: desesperación.
¿Por dónde evacúas si se corta la luz? ¿Cómo sales de tu casa si el piso no te deja mantenerte en pie? ¿Quién se encargaba de las mascotas, de la llave, de apagar la cocina?
De ocurrir un sismo similar en Lima, los escenarios elaborados por instituciones especializadas como IGP, Cenepred e Indeci son desalentadores. Un terremoto de magnitud 8,8, como se pronostica si se rompe el silencio sísmico de 275 años frente a la costa central, provocaría miles de muertos, viviendas destruidas y servicios colapsados.
El sismo no se puede evitar, que sea un desastre sí. La clave es la preparación. Sin embargo, la última encuesta de El Comercio Ipsos como parte de la campaña #EstemosListos pone en evidencia la poca previsión familiar para afrontar un evento de esta naturaleza. Apenas el 12% de encuestados cuenta con una mochila de emergencia completa y un 23% asegura tener una, pero incompleta. Es decir, seis de cada diez no tiene ninguna provisión básica ante un desastre.
Lorena Bustamante, subdirectora de Gestión de Recursos para la Respuesta del Indeci, lo explica así: una mochila de emergencia es la garantía de que ante un terremoto, una familia puede sobrevivir por lo menos 24 horas con artículos básicos de acuerdo a las necesidades de sus miembros. “En un sismo se van a interrumpir varios servicios y es probable que las personas encargadas de la primera respuesta se demoren en atender a la población porque ellos mismos van a estar afectados. La población tiene que ser autosuficiente”, dice.
Pero no es el único elemento a considerar. Indeci habla del combo de supervivencia, que incluye una caja de reserva con alimentos y artículos esenciales para ser utilizados por varios días ante un eventual desabastecimiento de productos y servicios. Esto es indispensable si se toma en cuenta lo que pasó en Pisco luego del terremoto del 2007. De acuerdo con un informe sobre seguridad alimentaria del Ministerio de la Mujer en ese año, la disponibilidad de alimentos en tiendas y mercados disminuyó considerablemente en los días posteriores al terremoto, debido a que muchos de estos locales fueron destruidos, sumado a la notable interrupción del tránsito en las principales carreteras. Los precios de los alimentos también presentaron incrementos del 20 y 50%.
“La idea es que en un sismo uno evacue con su mochila porque no se sabe cuándo se podrá regresar. Una réplica podría hacer ceder la vivienda. Es posible que luego de 24 sepamos si podemos volver. Si es así, tenemos la caja de reserva para sobrevivir dentro de casa. Probablemente, no se pueda salir a comprar”, explica la especialista a El Comercio.
Antes del desastre
Lo cierto es que una adecuada preparación no empieza con la mochila de emergencia. Hay dos pasos previos indispensables a tomar en cuenta: que nuestra vivienda esté bien construida y conocer dónde se encuentran las zonas seguras internas. En ambas situaciones, la encuesta revela que tampoco hay una buena preparación. El 57% de encuestados reconoció que su vivienda fue autoconstruida. Esta cifra se eleva a 65% en otras regiones del país distintas a Lima.
Para el ingeniero José Pereyra Graham, miembro del Centro de Peritaje del Colegio de Ingenieros de Lima, la autoconstrucción es una “olla a presión” que reventaría ante el primer sismo fuerte. Casas hechas sin seguir el reglamento, con malos materiales y en suelos poco compactos [suelos de arena, arcilla, relleno o laderas de cerros] son vulnerables al colapso ante terremotos. “Hay mucho relajo en la fiscalización. Necesitamos declarar en emergencia toda la construcción en el Perú porque también hay que considerar las laderas en Ayacucho, Cusco, invasiones en Huancavelica, Pucallpa, Loreto”, dice.
Sobre las zonas seguras, la encuesta indica que apenas un 24% las tiene identificadas. A esto se suma que un 35% cree que “no hay zonas seguras” y que hay que salir de inmediato de las viviendas. Esto es una verdad a medias. Bustamente recuerda que hay terremotos tan potentes que no es posible mantenerse en pie y menos evacuar.
“Si estás en un piso alto solo te puedes quedar ahí. El último terremoto fuerte que sintió Lima fue el de Pisco, que es lejos. Lo que estamos esperando es mucho peor”, advierte.
Dos elementos que explican los riesgos
El ingeniero José Pereyra explica que en viviendas autoconstruidas el riesgo de colapso es mayor por la falta de criterio en las proporciones de materiales como el concreto, vital para columnas y vigas.
“El concreto es sensible a la relación agua - cemento. Si se incrementa agua, la resistencia puede bajar en 40 o 50%. La estructura parece competente pero no lo es. El reglamento dice que cada centímetro cuadrado debe resistir entre 175 y 210 kilos. He encontrado vigas que solo aguantan 140 kilos. Ese comportamiento es pobre”, explica a este Diario.
A esto se suma el uso de materiales no permitidos. El ladrillo tipo pandereta, por ejemplo, es uno de ellos. Por su menor densidad, no está permitido para muros portantes (que soportan el peso de la edificación, como paredes principales). Sin embargo, ya desde el 2017 el Colegio de Arquitectos de Lima estimaba que 9 de cada 10 casas autoconstruidas de Lima estaban hechas con este material. Según el ingeniero Miguel Díaz, del Centro Peruano Japonés de Investigaciones Sísmicas y Mitigación de Desastres (Cismid) de la UNI, muchas veces quien construye sin seguir la norma sismorresistente usa ese ladrillo porque aparentemente genera menos peso a las plantas inferiores, sin tomar en cuenta otros factores. “Construyen sus primeros pisos con ladrillos sólidos y los superiores con pandereta, pero no han hecho ningún estudio sobre si la cantidad de muros de abajo tiene la resistencia suficiente para soportar toda la masa superior”, explica.
En ambos escenarios, la intervención de ingenieros, personal capacitado y una correcta fiscalización municipal hace la diferencia. En este caso es de vida o muerte.
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