Al igual que gran parte de la población del país, Frank Zavaleta Saavedra exponía su vida a diario al salir a la calle a trabajar y así poder llevar dinero a su casa. A sus 29 años, nunca imaginó que el dolor de cabeza, la fiebre y los escalofríos que sentía eran síntomas de que había contraído el COVID-19. Era julio y faltaban pocos días para las Fiestas Patrias. Sin embargo, en la casa de Frank, así como en muchas otras, no había nada que celebrar.
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“Los dolores empezaron un domingo. Al día siguiente compré unas pastillas para la gripe, pensando que era solo un malestar y que ya pasaría. Hasta ese momento solo trabajaba con mi carro, ayudando a un amigo, que tenía una ferretería, a comprar y repartir materiales. Solo tenía contacto con alguien cuando recibía los materiales o el dinero de las compras. A mi carro no subía nadie, tenía mi mascarilla y mi alcohol. Seguro me contagié en un descuido”, cuenta a El Comercio.
Frank fue perdiendo progresivamente el sentido del olfato, del gusto, al mismo tiempo que los dolores corporales y los escalofríos aumentaban. También aparecieron otros síntomas como la tos. A pesar de todo eso, Frank mantenía la idea de que se trataba solo de una simple gripe, por lo que seguía tomando pastillas para ello.
Llegó el jueves y Frank volaba en fiebre. Apenas regresó a su casa se metió a la ducha y se metió a la cama. En ese momento llamó a su esposa porque ya no soportaba el dolor en todo su cuerpo. Un día antes había efectuado todos los pagos del mes y aquellos que tenía pendientes, por lo que no tenía nada de dinero. Ir a un hospital no era una opción para él en ese momento.
“Cuando caí en cama no tenía nada de dinero. Tuvimos que pedir fiado a la tienda para algunos víveres esenciales. Mi esposa trataba de darme de comer, pero había perdido el gusto y me daba náuseas. Personal de la posta cerca a mi casa vino a sacarme la prueba rápida. Tenían miedo y no querían acercarse. Sorprendentemente la prueba dio negativo, así que se fueron”, narra Frank.
Por cosas del destino, el día siguiente lo llamó un amigo, compañero de trabajo, a quien le contó lo que se encontraba viviendo. A través de un familiar que él tenía pudo contactar a una doctora de nombre Ana, que trataba pacientes con COVID-19. A partir de ese momento, no recuerda todo lo demás. El dolor que sentía era tan intenso que se desmayó.
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Al abrir los ojos, Frank se percató de que estaba echado en su cama, que de sus manos salían unas vías, y que al pie de la cama estaban su mamá y la doctora. “No sentía nada de dolor. Me pareció muy raro. En ese momento solo se me ocurrió pensar que estaba muerto”, recuerda.
Tras abrazar a su madre llorando, la doctora le explicó que tenía el COVID-19, pero que todo iba a estar bien y que se iba recuperar. “Me dijo que acá se mueren por falta de atención rápida y que no me preocupara, que no me iba cobrar, pero que sí había que ver la forma de conseguir las medicinas”, señala Frank.
Fueron en total dos semanas en las que la doctora Ana le puso ampollas a Frank, tres veces al día. Esto, debido a que sus pulmones estaban muy dañados por no comer y por la fiebre. “Al mismo tiempo tuve que perder la vergüenza y pedir ayuda para poder comprar las medicinas. Me sorprendió ver que muchas personas me apoyaron. Les agradezco infinitamente a cada una de ellas y también a la doctora”, expresa.
Luego de recuperarse y hacer cuarentena en casa por un mes, Frank pudo salir a la calle. Sin embargo, al principio no fue fácil. Tuvo que volver a adaptarse, tenía miedo. Los primeros tres meses sudaba constantemente, sentía dolor en la espalda. Además, se dio cuenta de que la enfermedad había afectado su carácter. Se enojaba y alteraba rápidamente.
“Para no hacer mucho esfuerzo físico decidí taxear. Al día dormía 3 a 4 horas, no me daba sueño. Pienso que todo lo que pasé afectó mi sistema nervioso, me volví renegón, quería gritar. Tenía tantas deudas que pensaba que el mundo se me caía. No es fácil estar abajo, en cero, y levantarse, comenzar de nuevo. Pero bueno, tenía que echarle ganas, y así me fui recuperando”, cuenta Frank.
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Para Frank su recuperación no hubiera sido posible sin su fe en Dios, la intervención de la doctora Ana y la ayuda de sus amigos y familiares. A ellos les agradece infinitamente. Con 30 años recién cumplidos, Frank es una de los jóvenes que contrajo el COVID-19 y vive para contarlo. Por ello, exhorta a todo, pero en especial a los de más corta edad, a no confiarse y respetar las medidas sanitarias.
“En diciembre recién volví a trabajar en construcción, pero igual hago de todo. Ahora estoy más tranquilo, aunque igual tengo un poco de nervios. Solo les digo a los jóvenes y a todo aquel que se contagie que mantenga la calma, que no tenga miedo. Es importante seguir los protocolos, pero de nada sirve si no controlamos nuestras emociones y nos desesperamos. Solo nos queda seguir adelante y levantarse, así como yo lo hice”, puntualiza.
¿Por qué se registra un aumento de casos en la población joven?
Desde que inició la segunda ola del coronavirus (COVID-19) en el Perú, las autoridades de salud han registrado un mayor número de infectados jóvenes en los establecimientos de salud, en comparación a los primeros meses de la pandemia, donde los adultos mayores eran predominantemente la población más susceptible.
En ese marco, la presidenta ejecutiva de Essalud, Fiorella Molinelli, advirtió ayer que los contagios entre adolescentes, jóvenes y adultos han aumentado en las últimas semanas.
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A través de un comunicado, señaló que entre adolescentes de 12 a 17 años el nivel de contagio se incrementó en 59% en comparación con la semana anterior, mientras que en jóvenes y adultos los casos nuevos de COVID-19 aumentaron en 45% y 43%, respectivamente.
El Comercio conversó con el decano del Colegio Médico del Perú (CMP), Miguel Palacios, y Carlos Medina, médico infectólogo del Hospital Cayetano Heredia, quienes explicaron este fenómeno y la situación que se viene dando en los hospitales y, principalmente, en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI).
¿Por qué existe un mayor contagio a menor edad?
Efectivamente, Palacios sostuvo que actualmente se viene registrando un viraje del virus hacia las personas que no se infectaron en la primera etapa de la pandemia. Indicó que esto se debe a que esta población se ha convertido en la más susceptible a contagiarse, sumado a las compras por fin de año.
“La explicación es que ellos (los jóvenes) no se infectaron durante la primera etapa y ahora es el grupo más sensible a ser infectado y así está ocurriendo. Las aglomeraciones de fin de año nos están pasando factura”, señaló.
Asimismo, Palacios aseguró que esta situación no pasaría si es que los jóvenes se hubieran infectado en la primera etapa, donde la gran mayoría de esta población era inmune.
“En ese momento el virus prefería a los de mayor edad, a los que que tenían comorbilidades, porque era más fácil replicarse en esos organismos. Ahora se ha invertido, los jóvenes son el grupo de riesgo ahora”, explicó.
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Por su parte, Carlos Medina explicó que otro factor que contribuye a una mayor reporte de población joven contagiada y en hospitales es la gran cantidad de transmisión del virus en la comunidad. Y no solo eso, sino que un número considerable de infectados llega a los establecimientos de salud con la enfermedad ya avanzada, es decir, haciendo cuadros graves.
“Hay gente más joven que está llegando grave a los hospitales, lo que indica que hay una gran cantidad de transmisión en la comunidad, tan alta que los jóvenes empiezan a contagiarse más. Cuando la cantidad de casos se incrementa de manera muy marcada, los grupos que antes no se veían afectados empiezan a estarlo. Es un tema de porcentaje”, explicó.
Ambos médicos opinan en que otro factor que influye en esta situación son las altas temperaturas de verano y las actividades propias de esta estación.
“Lamentablemente el verano es un factor que perjudica el uso de las medidas de protección. A la mayoría de jóvenes les molesta la mascarilla, debido el calor, porque les pica, pero este problema hace que se pueda incrementar los casos. Además, las actividades de contacto son más frecuentes”, señaló Medina.
En tanto, Palacios propone que para evitar las concentraciones de jóvenes en espacios reducidos, el Gobierno debería permitir el ingreso a la playas con un aforo reducido y bajo control de las municipalidades. “Es más difícil infectarse en un playa, donde corre aire, que un espacio reducido”, sostuvo.
Presencia de jóvenes en UCI
El decano del Colegio Médico del Perú señaló que se mantiene una mayor presencia de adultos mayores en las UCI de los establecimientos de salud del país, pero que esto no significa que no haya personas jóvenes. Detalló que uno de los factores para este panorama es la aparición de la neumonía.
“La neumonía, enfermedad que se desencadena con el COVID-19, no va tan mal en los jóvenes. Ellos se defienden mejor ante la neumonía, en comparación de los adultos mayores. Es por eso que hay una mayor presencia de ancianos en las UCI. Sin embargo, también hay personas de menor edad en estos espacios, lo que pasa es que al ser lugares de mucha restricción no existe la data suficiente”, agregó.
Al respecto, Medina indicó que mientras que en la primera ola se veían en los hospitales 200 pacientes, en un turno de 12 horas (muchos de ellos jóvenes con síntomas muy leves), ahora se atienden en un turno cerca de 80 personas. La diferencia es que de este grupo, más de la mitad son casos graves.
“Esto demuestra que ante los síntomas, la población no les toma la importancia debida. Le está perdiendo el miedo al virus. Eso es peligrosísimo, ya que deja de protegerse. Las personas vienen ya con necesidad de terapia intensiva, pero no hay suficientes camas. Lamentablemente, ahora para que ingrese un paciente a UCI tiene que morir un paciente con cama. Este panorama hace que la mortalidad empiece a dispararse de manera exponencial”, señaló.
El especialista indicó que todos pueden infectarse, sin embargo, son los adultos mayores quienes tienen una mayor probabilidad de hacer un cuadro grave.
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