Desde niño aprendió, entre dioses y mitos, que la naturaleza y el hombre tienen una relación indisoluble. Que la vida de todos los seres se respeta y que el arte tiene el poder de contar en voz alta las historias de su pueblo. nació en Pucaurquillo, comunidad indígena ubicada en Loreto que alberga a nativos murui y bora. Creció surcando ríos, sembrando papa, yuca, plátano y otros frutos necesarios para subsistir en medio de la selva. Pero el mejor alimento para su imaginación fueron aquellos largos recorridos tras las huellas del añuje, roedor gigante que visita las chacras de noche y el primer contacto con el mágico mundo de los animales que su pintura sabe retratar.

Brus cuenta que empezó a dibujar desde que estuvo en el colegio, mientras veía a su padre pintar sobre la llanchama o lienzo selvático algunos trabajos que luego vendía a los turistas. No fue el único talento que heredó. Marcelo Rubio fue líder indígena y trasladó ese liderazgo a su hijo, quien hoy hace denodados esfuerzos por ayudar a su pueblo, que además de las carencias y olvido gubernamental debe lidiar contra el Covid-19, virus que según la información que Brus maneja ha infectado al 10% de los 800 habitantes de Pucaurquillo. Entre ellos su madre, motivo principal por el que, al momento de esta entrevista, se embarca hacia sus orígenes.

Conversamos con él ya ubicado en la lancha que atraviesa el río Amazonas desde Iquitos hasta el distrito de Pebas. El viaje dura 12 largas horas y mientras anochece el artista, que lleva consigo una donación de protectores faciales, mascarillas, medicinas, ungüentos y hojas de eucalipto, narra con emoción su despertar social, las motivaciones que lo trajeron a Lima, la crítica situación de su pueblo ante la pandemia y el festival que organiza a favor de los sabios indígenas.

“El plato del macambo”, donde expresa la tradición, alegría y rituales de su pueblo.
“El plato del macambo”, donde expresa la tradición, alegría y rituales de su pueblo.

¿Qué historias mágicas oías de niño?

Son historias, consejos, formas de respetar a la naturaleza. Por ejemplo, mi abuelita siempre decía que un niño nunca puede andar solo porque en el camino se puede encontrar con un hombre de una sola pierna que en su mano llevaba la ishanga del diablo, una ortiga. Esa persona representaba al ser de la naturaleza, a la naturaleza misma. La ishanga es un tipo de flor que si te la golpea el cuerpo te adormece, es como una anestesia natural.

Tú empiezas a dibujar desde pequeño. ¿Como pasas de la observación de la naturaleza a retratar el mundo ancestral de tu pueblo?

Cuando culminé la primaria fui desarrollando cada vez más mis habilidades. Mi padre nos llevaba a la iglesia evangélica, pero esto era muy rutinario y me hacía sentir culpable de todo. Ahí empecé a cuestionarme muchas cosas. Me decía a mí mismo, si nosotros somos murui porque aquí no hablan de nuestra identidad, nosotros tenemos otro tipo de religión. Por ese tiempo todo se volvió una contradicción. Antes de terminar la secundaria en el año 2002, llevamos cursos de investigación y filosofía, eso me ayudó a tener un pensamiento crítico. Así fui sabiendo que el sistema en el que vivíamos no era el nuestro porque parte de un lenguaje ajeno. Fue un descubrimiento. Ese año nos mandaron a investigar la historia del caucho o preguntar a una persona mayor que nos pudiera contar cómo se vivió en esa época. Supe que fuimos masacrados, descuartizados, que a nuestros sabios les cortaban la cabeza. En ese momento me hice muy consciente de la situación pero me sentía impotente.

¿El arte fue la forma que encontraste de rebelarte contra este sistema?

Mi padre ya había participado en un concurso de pintura campesina y nativa en el 1995, junto a mi primo Víctor Churay, que fue el ganador. Entonces yo vi las potencialidades que teníamos para escenificar nuestras historias a través de la pintura y me dije que yo también podía hacerlo, pero con relatos del pueblo murui. Por entonces ya había empezado a pintar para ganarme al menos 10 soles vendiendo mis trabajos. Así ayudaba a comprar lo que necesitábamos, cosas que no había en mi pueblo como el kerosene o el nylon. Pintar fue para mí una forma de generar ingresos. Yo sabía que no le podía pedir plata a mi padre porque me daba cuenta del contexto social en el que vivíamos. En términos occidentales tenía que ser progresista. Un día le propuse al antropólogo y etnólogo Jürg Gashé, que trabajó por más de 30 años en la comunidad bora, murui y ocaina, realizar un concurso de pintura. Eso fue en el 2004 y ya en el 2005 se hizo la primera exposición colectiva denominada “Nacimiento del arte huitoto y bora”.

Para tu pueblo huitoto es un término despectivo…

Sí, pero en ese tiempo se usaba mucho. Yo hice una investigación del registro de ese término y fue dado por los investigadores foráneos no por los pueblos originarios. Ese nombre fue usado por los patrones genocidas del caucho. Por eso prefiero utilizar la palabra murui, que tiene historia dentro de nuestra historia. Jürg Gashé fue quien le puso el nombre a esa primera exposición en la que participé por primera vez con 12 pinturas.

¿Aquella vez usaste los tintes naturales y la llanchama como lienzo?

Todo fue así. Incluso el pincel que utilicé era del tallo de un árbol denominado piri piri. Todo era auténtico y original y a mí me gustó mucho esta relación social que llevaba mi propia identidad. Era solo el artista y su trabajo, pero mostrando ese lado que a veces se cree que no puede tener voz a través del arte.

"La masacre del caucho" (2013). Retrato de una época trágica en la historia de las comunidades indígenas de la selva.
"La masacre del caucho" (2013). Retrato de una época trágica en la historia de las comunidades indígenas de la selva.

¿Cuál consideras que es la obra que logra abrirte las puertas del circuito artístico?

El bodegón huitoto, con elementos, frutos e iconografía ancestral. En realidad, fueron casi todas las primeras obras donde manejaba un contenido histórico y tenía mucha variedad por la cantidad de información que había en mi cabeza. Otro trabajo es “La danza de las frutas”, que es una fiesta dedicada a la producción, a la niñez y a la unidad de los mayores y sabios.

Con estos sabios aprendiste a conocer más y mejor las historias de tu pueblo.

Fue cuando me dediqué a ser autónomo y rompí ese sentimiento conservador, ese miedo que nos metía la iglesia para no acercarnos a nuestro pueblo ni a sus historias. Pero desde antes yo asistía y disfrutaba de las fiestas bora y murui. Pero luego mi interés fue investigar con más profundidad esa lógica de pensamiento, de agradecimiento, ese mirar la vida a partir de la enseñanza de la naturaleza. Allí es donde empecé a conversar con estos sabios.

¿Y de lo qué aprendiste qué es lo que más te impactó?

Que nosotros somos hijos de la coca, del tabaco y de la yuca dulce. Esta última representa a la mujer. La coca y el tabaco nació a partir de una estrella, del nacimiento del espacio. Para nosotros esas dos plantas son sagradas y las utilizamos para reunirnos, trabajar, cantar, para hacer largos viajes. Son elementos que nos permiten entrar en confianza y despertar este lado más íntimo de la historia. También aprendí a cantar las canciones de mi pueblo, dentro de ellas está el secreto de la magia de la naturaleza, de los consejos. Por ejemplo, las que se cantan en la fiesta del pedido de fruta, donde se celebra la vida y la abundancia, y donde bailamos en agradecimiento.

Esas canciones que comentas, ¿qué dicen?

La que se canta en esta fiesta que te conté dice “las crías de la punchana y el añuje están jugando con la semilla”. Hay otra canción que se canta a medianoche para juntar a los ancianos y que invocan a los ancestros. Se agradece a Buinama, el dios de la tierra, y a Monayasirisa, que es la mujer del amanecer. Ellos son seres que han dado el origen de la alimentación. En mi arte hay mucho de esta armonía que nace a partir de esta fiesta. Siempre vas a ver un animalito, un ave, una mujer, en mi pintura.

Hace un momento me hablabas de una investigación que hiciste sobre la época del caucho. Hay un cuadro que precisamente refleja la tragedia. Coméntanos sobre esta pintura.

Se denomina “La masacre del Caucho” y ha sido utilizada en el documental sobre la historia del caucho en la Amazonía peruana. Ese imaginario salió a partir de una investigación sobre las versiones orales que conocía mi padre. Él me contó que en esa época había una casa de dos pisos. Abajo era el almacén y arriba eran los dormitorios de los patrones. El almacén era al mismo tiempo el calabozo y el patio era donde se daba la masacre. Cuando creé esa pintura yo no había visto ninguna publicación ni dibujos que retrataran esa época. Solo tomé el testimonio de mi papá y lo documenté.

"El árbol de la abundancia" y "El festín de la abeja", trabajos del 2020.
"El árbol de la abundancia" y "El festín de la abeja", trabajos del 2020.

¿Qué otra pintura refleja la historia de tu pueblo?

Hay una sobre la llegada de los patrones a Pucaurquillo, cuando los grupos murui y bora fueron traídos por la fuerza desde Putumayo hasta el río Ampiyacu. Otros llegaron por el camino de tierra dejando sus instrumentos sagrados, los jóvenes tuvieron que enterrar a los sabios porque no resistieron la caminata, al igual que muchas mujeres y artistas. Otros indígenas fueron trasladados en barco por la cuenca del río Ampiaco.

En la gran Lima

¿En qué circunstancias llegas a la capital?

Después que expuse por primera vez en el 2005 regresé a mi pueblo. En el 2008 Renzo Zanelli fue a Lima a promocionar su película “El perro del hortelano”, donde actúo, y mis trabajos. En ese entonces yo había hecho una casa taller para formar a los jóvenes de mi pueblo como una causa social, pero para seguir avanzando tuve que dejar mi pueblo. Vine a Lima porque tenía que impulsar mi camino de arte. Llegué con solo 500 soles. Renzo me llevó a Pachacamac donde viví nueve meses. Después estuve dos años en La Bolichera. Fue difícil toda esa transformación sicológica por la que tuve que pasar. Yo salía de mi pueblo, de andar en los ríos, y me encontré aquí con una ciudad de personas aglomeradas, con ruido y cemento. Y sobre todo con una energía humana que es fatal, donde prevalece el más vivo, el más criollo. Por eso siento que ser murui y bora es mi ancla, es mi raíz, eso nunca va a cambiar.

¿Se te cruzó por la cabeza regresar a tu hogar?

Sí. Después de una exposición en Brasil volví a mi pueblo y justo mi padre enfermó. Le dio un derrame cerebral y la mitad de su cuerpo quedó paralizado. Así que le dije a mi madre que me iba a la ciudad a trabajar para que a mi padre no le falte la medicina. Los costos para tratar su cerebro y corazón eran muy altos. Desde entonces mi desafío mayor fue cuidar de él. Toda mi lucha, mi creatividad, mi fuerza fue para mi padre. A través de mi pintura mantenía también su discurso. Cada camino hacia el arte ha sido un desafío. Desde que él enfermó yo fui el eje de mi familia. Por eso a Lima yo la he considerado como un puente para dar a conocer la sabiduría de mi pueblo. Aquí llegué con mi propia historia, con esperanza, con una forma diferente de ver la vida y la naturaleza.

¿Cómo ha cambiado tu pintura desde que te instalaste en Lima?

Estar en Lima ha sido muy motivador por todo lo que he aprendido. Pero la temática ha ido transformándose, siempre con la mitología amazónica como centro, pero incluyendo a personajes y ciudades conocidas. A veces nos quieren ver solo con nuestro atuendo indígena, como originario, pero desde el discurso y vestimenta los artistas de la selva somos personas contemporáneas. Y mi arte va más allá del entorno donde he vivido, tiene que ser una pintura transnacional. Yo estoy pisando la ciudad, converso con personas citadinas y eso tiene que reflejarse. Invisiblemente esa cultura se está adhiriendo a mí sin darme cuenta.

¿Y también al revés? Alguna vez dijiste que con tu arte has “amazonizado” otras ciudades.

Por supuesto. Desde una perspectiva antropológica cuando se viaja a otro lugar, la cultura de ese sitio te jala y te influencia. Lo que yo hago es llevar esa raíz amazónica para interactuar con la estética y arquitectura. Es como un agradecimiento a París, a Washington por el aprendizaje. Quiero mostrar mi experiencia en esas ciudades, pero al mismo tiempo ahí está la mitología, ahí estoy yo entrando a ese lugar, amazonizándolo.

“Entre la vida, la ciudad y la sabiduría ancestral”, obra del 2018 creada durante una residencia en Miami y que se relaciona con la amenaza del Covid-19
“Entre la vida, la ciudad y la sabiduría ancestral”, obra del 2018 creada durante una residencia en Miami y que se relaciona con la amenaza del Covid-19

Me contaste que hace un par de años creaste una pintura que se adelanta a lo que ahora está ocurriendo debido a la pandemia.

Fue cuando viajé a Miami a una residencia de arte. Mi propuesta fue reflejar a las personas que tienen mucho dinero, pero que al mismo tiempo desperdician su humanidad. Le di unos toques de conocimiento ancestral. Recuerdo que cuando pasaba por debajo de un puente observaba a gente a la que el vicio le había arrebatado el alma. Para los murui y bora la vida es sagrada, es un tesoro. Por eso, en esta pintura el hombre está agarrando la planta para aferrarse a la vida, como símbolo de fortaleza. Podría estar enfermo o pasando hambre, pero la naturaleza le está dando la fuerza para seguir en este mundo. Lo mismo está pasando ahora. Nos hemos dado cuenta de que estamos perdiendo lo natural en medio de un sistema que nos perturba, que nos hace perder la humanidad.

¿La cuarentena ha sido creativamente fructífera para ti?

Más que eso ha sido una prueba para saber cómo me he preparado. Si no hubiera trabajado, si no hubiera hecho amigos o contactos que respeten y quieran mi arte no hubiera podido sostenerme. He creado mucho sí, pero la cuarentena también ha sido bastante cruel conmigo porque durante ella ocurrió la muerte de mi padre. No pude estar a su lado ni llevarlo al hospital. Pero después de la tristeza viene la bendición, la esperanza, la armonía y la fortaleza a través de nuestras historias que nos dicen que la vida continúa. Si estas historias no mueren nuestra cultura tampoco.

¿Alguna de tus pinturas actuales se ha inspirado en la pandemia?

Recién voy a empezar a crear pinturas a partir de esta temática. Todos lo han hecho ya, pero yo lo voy a hacer de un manera más crítica y alegórica. Se puso de moda y yo quiero hacer algo diferente.

“Monayaserisa, la historiadora del origen de las cosas”, cuadro de grandes dimensiones pintado durante la cuarentena.
“Monayaserisa, la historiadora del origen de las cosas”, cuadro de grandes dimensiones pintado durante la cuarentena.

La realidad en Pucaurquillo

¿Tu padre fue víctima del Covid-19?

No murió por este virus sino que necesitaba urgente un cardiólogo. Y como ya estábamos en Estado de Emergencia no había ninguna movilidad, así que él se tuvo que esperar y quedó cercado por la muerte. Sobre el coronavirus, aquí en la lancha donde viajo veo que la información no llega para la gente que es de pueblo. No hay una comunicación directa y por eso no son conscientes del riesgo que significa este virus. En estos lugares remotos hay una desarticulación total del Estado.

¿Pucaurquillo tiene un centro médico?

La más cercana está en el distrito de Pebas. Mi pueblo tiene un puesto de salud, pero con lo que está pasando es insuficiente. Mi primo se contagió de coronavirus y lo llevaron a un colegio de la zona que no tenía las condiciones mínimas. Tuvo que retirarse y viajó hasta Iquitos a curarse.

¿Cómo se llega de Paucarquillo a Pebas?

Esta desarticulación entre la selva peruana y el gobierno es penosa. Desde la explotación del caucho que dio riquezas al Estado no ha habido un acercamiento claro y honesto hacia los pueblos explotados. Para llegar de Pucaurquillo a Pebas se necesita un deslizador y en uno de estos si se quiere trasladar a un enfermo apenas entra una persona y un pariente suyo. Los medicamentos tampoco llegan. Ese puesto de salud del que te hablo abastece a 14 comunidades del río Ampiaco y tiene una sola enfermera técnica.

Esta situación los hace recurrir a las plantas medicinales y sabiduría ancestral…

Esta pandemia nos ha tomado mal preparados. Nuestros sabios han sido dejados de lado, no solo por el Estado y las Ong’s sino también por nuestro mismo pueblo. Un sabio con el que conversé me dijo que nosotros hemos abandonado nuestras propias medicinas al no darles uso.

En su taller, Brus Rubio ha esquivado hasta ahora la temática pandémica. Pronto, sin embargo, promete hacerlo de una manera más crítica y alegórica.
En su taller, Brus Rubio ha esquivado hasta ahora la temática pandémica. Pronto, sin embargo, promete hacerlo de una manera más crítica y alegórica.

¿Eso quiere decir que tu pueblo se está occidentalizando cada vez más?

Lo que sucede es que no solo hay una destrucción cultural sistematizada sino que el virus ha matado a nuestros sabios. Y ni las instituciones del estado ni las privadas, tampoco nuestro propio pueblo, le han dado espacio. Menos lo han puesto en práctica. Ellos son cómplices porque no se preocupan por los grupos humanos, ni de su conocimiento y realidad.

Aparte de la ayuda que le estás llevando a tu gente también estás organizando un festival que ayude específicamente a Pucarquillo. ¿En qué consiste este evento?

Gracias al arte y a la pintura he podido crear un espacio de reconocimiento en la ciudad, donde se respeta mi arte. Ahora con este festival quiero crear un pequeño fondo para adquirir medicinas, protección y alimentación sobre todo para las personas mayores de mi pueblo. Voy a reforzar el ánimo, a motivar con lo que pueda y a liderar en ese sentido. Quiero aprovechar lo que he conseguido en Lima para ayudar a los míos. En este festival voy a cantar de una manera tradicional y haré una performance. Va a haber teatro de Yuyachkani y películas como “El perro del hortelano” donde actúo, y el documental de Wilson Martínez “La historia del caucho”. También se van a unir otros personajes a esta cruzada de ayuda. Será el 14, 15 y 16 de agosto. Apoyar la causa amazónica es también salvar a los sabios de mi pueblo. Ellos son como una biblioteca o un museo andante que llevan nuestras historias a cuestas.

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