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La serie Retratos fue realizada con una cámara antigua afgana del siglo XIX, a personas de muy diversas procedencias.
Czar Gutiérrez

Helicópteros Apache, cazas Hornet, bombarderos B-52 Stratofortress en el cielo. El láser militar busca desde el aire un blanco térmico entre los escombros, el fotógrafo argentino busca la boca del túnel para no morir en esa fosa. Hace cinco años era una ciudad llamada Kabul, ahora es un agujero por el que corre para salvarse. Es el 2006 y Rodrigo Abd (Buenos Aires, 1977), fotógrafo de Associated Press, alcanza finalmente la salida del túnel, que estalla a sus espaldas.

Días después, caminando por la ruinosa capital de Afganistán, se daría de bruces con un grupo de fotógrafos callejeros —los ‘kamra-e-faoree’, cajas montadas sobre trípodes de madera— retratando la bombardeada colectividad local. “Entonces me acerqué, les pedí que me enseñaran la técnica, les compré una cámara y retraté a algunos jornaleros frente a la plaza”. Uno de ellos fue Lalal Gul, 60, obrero de construcción civil con turbante en una ciudad donde la guerra solo sabe demoler. El agua de sus ojos se ha congelado en esa caja.

—Laboratorio de miradas—
Frente al lente minutero, inmovilizados en tiempo y espacio, meses después posarían un payaso callejero, un cortador de caña, un cargador de plátanos, un peluquero transgénero y un pandillero de la sanguinaria mara guatemalteca. Trabajo reposado, desprovisto de la emergencia que significa enviar una foto periodística desde el lugar de los hechos, fotografiar con semejante armatoste del siglo XIX era todo un trámite, desde transportarla cuan pesada era hasta convencer a los fotografiados para posar largos minutos mirando el lente.

Era una tarea lenta y fascinante, sin duda. “Era salirme del ritmo cotidiano de la agencia y volver a los orígenes”, dice. Recuerda con nostalgia aquellas miradas. “Lo único que salía de allí era la esencia del personaje”. Abd llevaba su reliquia, un verdadero trofeo de guerra, en el auto. Cuando se lo robaron declaró a la policía que los ladrones se podían quedar con el auto, solo quería que le devolvieran su cámara afgana, cosa que jamás ocurrió. Entonces lo destacaron al Perú y se encontró con otra realidad brutal, las madres de los desaparecidos ayacuchanos, a quienes fotografió para la Cruz Roja.

“No soy fanático de la fotografía ‘per se’ sino a partir del resultado, desde esas miradas atentas y en silencio que no posan, que le están entregando el alma al cajón de madera. Por una manga entra la mano y saca la foto revelada, hay todo un laboratorio allí adentro”, dice. Abd ha obtenido una impresionante cantidad de premios —World Press Photo, Overseas Press Club of America, POYi Latino America, Atlanta Photojournalism Seminar, Scripps Howard Foundation, Maria Moors Cabot Prize, incluso el Pulitzer—, pero el recuerdo de su cámara afgana es una cicatriz insuperable.

—Mezcla de estrato—
Años antes, en el 2003 en Haití, descubrió por casualidad algo que lo marcó para siempre: dos fotografías superpuestas creando una nueva dimensión. “Ocurre que con la batería gastada, la XPan de Hasselblad arrastra mal y fotografía sobre una toma anterior. Esa doble exposición involuntaria me llamó la atención y me dio la idea de someter treinta rollos ya no a una doble sino a una triple exposición, de manera que tres imágenes distintas originen una cuarta fotografía que se lea por superposición”.

Precisamente eso son sus Palimpsestos, yuxtaposición de imágenes en tres capas que se explican en conjunto: campesino con machete, ataúdes de masacrados, cables de electricidad; lago Atitlán, autopsia, nubes; detenidos desaparecidos, letrero que previene suicidios, Puente del Incienso; procesión, fosa común, hombre alcoholizado; pandillero de la mara, huesos después de una masacre, piso cubierto de barro; músico ciego, luces en la noche, escena de crimen.

“Si tus fotografías no son buenas es porque no te acercaste lo suficiente”, decía Robert Capa, fotógrafo de guerra e ícono inmediato de un Rodrigo Abd que casi pierde la vida en Idlib, a 60 km de Alepo en el noroeste de Siria desde donde hace muchos años salieron sus abuelos para desembarcar en Buenos Aires. Sometido al cuádruple fuego cruzado de Bashar al Asad, Al Nusra, fuego norteamericano y artillería rusa, las fotografías del argentino demuestran que estuvo lo suficientemente cerca de todo aquello como para generar recuerdos, especialmente en quienes las observan por primera vez: lo esencial es invisible a los ojos, ya se sabe.

MÁS INFORMACIÓN
Lugar: Centro Cultural de España
Dirección: Natalio Sánchez 191, Santa Beatriz.
Inauguración: miércoles 5 de julio, 7:30 p.m.

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