Como la histórica sonda espacial lanzada al espacio en 1977, “Voyager”, el más reciente libro de la autora chilena presentado en la FIL Lima, es también un artefacto. Literario, ciertamente. A medio camino entre el ensayo y la novela, su texto es una metáfora sobre la memoria, de nuestra forma de mirar las estrellas sin olvidar el lugar donde estamos parados.
Un examen del cerebro de su madre en el tomógrafo, tras sufrir un desmayo, le ofreció la imagen inicial para su libro: la mente materna, en la pantalla, se había convertido en un universo de estrellas conectadas, neuronas brillando con cada idea. A la historia íntima de su madre, Nona Fernández suma la llamada “constelación de los caídos”, un proyecto impulsado por Amnistía Internacional en el que ella participó, que solicitaba a la Asociación Astronómica Internacional poner el nombre de 26 víctimas de la Caravana de la Muerte a un grupo de estrellas recién descubiertas. No se les dio la autorización, pero la autora pudo conocer a un grupo de mujeres octogenarias, viudas de los desaparecidos, que sumó a su constelación de historias.
—La memoria es un tema que atraviesa gran parte de tus libros. ¿Por qué?
Hay razones que tienen que ver con una sociedad como la chilena que ha apostado por el olvido, que fabrica el presente sin atender las huellas del pasado. Por otro lado, también tiene que ver que yo sea muy desmemoriada. Escribiendo sé que algo se fija, como el disco de oro que lleva consigo la Voyager. Este es un intento por ampliar un poquito más la mirada y ver cómo la historia del universo es también nuestra historia. Somos gente chiquitita dentro de una historia mucho más grande.
—Ese disco de oro que llevaba el Voyager era una propuesta de Carl Sagan. Ese disco es casi un referente literario para un libro como este…
Sí, por supuesto. De alguna manera, componiendo los materiales del libro, parte del trabajo literario tiene que ver con ir registrando lo mejor que tenemos. Mi escritura siempre ha ido reflejando y fijando ciertas cosas que no queremos ver. Pero también en este libro hay un impulso que viene de la sonda Voyager, de registrar aquello que no debemos olvidar porque es bueno, porque nos constituye, por algo hemos sobrevivido desde el Big bang hasta ahora. Aquí también hay una intención de lanzar un mensaje al infinito. Decir: “la gente de la tierra somos buenas personas y te saludamos”.
—Ese disco de oro que llevaba la sonda Voyager era una propuesta de Carl Sagan. ¿Ese disco es un referente para un libro como este?
Sí, por supuesto. Mi escritura siempre ha ido reflejando y fijando ciertas cosas que no queremos ver. Pero en este libro hay un impulso que viene de la sonda Voyager, de registrar aquello que no debemos olvidar porque es bueno, porque nos constituye. Hay una intención de lanzar un mensaje al infinito y decir: “La gente de la Tierra somos buenas personas, los saludamos”.
—Más allá de una estructura narrativa clásica, “Voyager” está contada como si fuera una constelación, uniendo puntos al azar...
Y que son conexiones arbitrarias dependiendo del ojo de quien las mire. Cuando escribo, no sé lo que estoy haciendo. Me gusta entender mi material para encontrar la forma. Las constelaciones son figuras hechas de estrellas que, en la antigüedad, alguien juntó sin que tuvieran nada que ver unas con otras. Alguien concibió historias con ellas y determinó sus nombres. De la misma manera, el trabajo literario es eso, incluso cuando escribimos muy aristotélicamente: dar sentido a imágenes, sensaciones, reflexiones, que encuentran su forma en una historia.
—Hemos llegado a la Luna, pero, como dice tu libro, hemos descubierto aún muy poco de los misterios del cerebro. ¿Entender nuestra mente es mucho más complejo que viajar al espacio?
Hemos logrado registrar algo del espacio exterior, pero sabemos que es infinitamente más grande de lo que alcanzamos a ver. Con el cerebro pasa lo mismo. En ese sentido, es precioso pensar cómo el cerebro es un reflejo de lo que sucede allá afuera. Estamos hechos de materia estelar y nuestras cabezas son una metáfora de eso. De otro lado, espero que nunca lleguemos a conocer el interior del cerebro del todo. Me daría pavor. Es el desconocimiento lo que lo hace tan fascinante. Mientras más avanzamos, más tomamos conciencia de lo que ignoramos. En el enigma está la gracia.
—La sensibilidad de la narradora de este libro se ve incrementada por el miedo a la pérdida, por la empatía con su madre, que sufre de epilepsia. ¿Cómo está ella?
Ella tiene 83 años y tiene epilepsia medianamente controlada pero que, de pronto, hace cortocircuitos. Lo que a mí más me llamaba la atención en relación a la escritura, es que más que la enfermedad, a ella lo que le molestaba y desconcertaba era no saber lo que había ocurrido en ese minuto en el que se había desmayado. Un momento estaba en algo y al siguiente estaba en otra cosa. Era muy loco de observar. Ella ahora está bien, pero claro, es como una estrella grande que ya se está deteriorando. Uno observa ese deterioro y lo aprecias como un anuncio de lo que viene para ti. Cuando uno lo piensa en clave astral no se vuelve menos aterrador, pero te permite entender que es parte de un ciclo vital que nos trasciende. Todo lo que se inicia en algún momento se apaga. Cuando una estrella explota, ese material estelar empieza a producir otras estrellas. Así es la vida.
—La enorme paradoja que destaca tu libro: Chile es el país con el cielo más limpio para ver las estrellas y a la vez, es incapacidad de resolver sus problemas de memoria.
Para ser justos, hay cosas que ya se han ido resolviendo. Pero hay un montón, como es el caso de estas mujeres, que nunca sabremos lo que pasó. La generación de los responsables ya ha muerto llevándose el secreto. Y eso es muy doloroso. Lo único que se puede es entregarles amor a ellas. Nosotros registramos lo que ocurrió en Calama con las Caravanas de la muerte, pero sus crímenes ocurrieron en todo Chile: llegaban en un helicóptero y ejecutaban a la gente en los primeros meses del golpe militar. Fue feroz.
—Viviste muy intensamente el proceso pre constituyente, apoyaste a algunos candidatos, ejerciendo tu derecho ciudadano. Por las noticias que nos llegan, pareciera que se ve en el proceso un malestar, un cansancio de un gobierno que ha decepcionado a algunos. Según las encuestas, la nueva constitución tiene pocas chances de ser aprobada. ¿Cómo se vive este momento en Chile?
Efectivamente, estamos en un proceso de harto cansancio y agotamiento. Ha sido muy difícil defender el proceso. Una vez que se instaló la Asamblea, todo este año ha sido un ataque constante por parte de los poderes fácticos y el mundo conservador, que tiene que ver con la pérdida de sus privilegios. Pero la Constitución lo que hace es poner algo se sentido común al país. Que los derechos sociales estén garantizados por el Estado, algo que en nuestro país no existe. Por ejemplo, devolver el agua al Estado para que no sea de un grupo de personas que comercian con ella. Lo que hace esta constitución, que pareciera ser muy revolucionaria y muy de izquierda, pero cada una de las normas que se aprobaron fueron aprobadas por un 75% de la Asamblea. ¡Y no son todos de ultraizquierda! Hay una socialdemocracia, incluso una derecha progre que apoyan las reformas. Tenemos un gobierno que no es un gobierno de izquierda, es un gobierno socialdemócrata. Es un gobierno que llega para implementar una nueva constitución. Y si no la tiene, esto va a ser una crisis completa. Y el gobierno está sufriendo el mismo abucheo que se levanta en contra de la nueva Constitución. Lo que lo que queda es defender esto hasta el 4 de septiembre, que será el día del plebiscito, y ver lo que ocurre. Yo espero que gane el “apruebo” y que la derecha chilena entienda y recule. Todas las grandes demandas de la ciudadanía hizo en la revuelta social son demandas que han sido acogidas por la Constitución. Plantea más democracia, más apertura, un país con más oportunidades, donde los privilegios sean compartidos.
—Es decir, tienes expectativas…
Yo nunca las pierdo. Es tanto lo que se ha jugado, lo trabajado, es tanto lo que podríamos avanzar con esto, que no podemos flaquear en este último tramo. Después del 4 de septiembre podemos conversar. Veremos qué pasa.