(Enviado especial a México)
En la ceremonia inaugural de la FIL Guadalajara, el pasado sábado 26, su presidente Raúl Padilla recordó la muerte de Fidel Castro y le dedicó unas cuantas palabras amables. Todos aplaudieron salvo Mario Vargas Llosa, que observaba en la mesa sin mover un músculo. Si la imperturbable presencia de nuestro Nobel era suficientemente significativa, una ausencia también lo fue: la del cubano Leonardo Padura. Es fácil pensar las razones del Cervantes cubano para cancelar a última hora su participación en la feria mexicana: no estaba de humor para ser ametrallado con preguntas sobre la muerte del patriarca.
Sin embargo, los gestos que hacían suponer que el tema cubano monopolizaría la atención de la feria fueron rápidamente superados. En el evento, los escritores no se han entregado a la polémica ni se han dividido en dos bandos como ha sucedido en el Facebook, ni tampoco se ha firmado manifiestos furiosos o diplomáticos. Más bien se trató de un tema en el que pocos se animaron a dar opinión. Todo en esta feria ha sido especialmente amable.
En tiempos en que en los medios y el Facebook se ventilan posiciones encontradas, en los que para un sector Castro es un dictador criminal y para otros una figura de culto, los escritores han pugnado por apartarse del cliché. Aquí la imaginación de Vargas Llosa convivió con la rebeldía del rumano Norman Manea, quien recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, mientras Roberto Calasso caminaba por los mismos saturados pasillos que acogieron al creador de “Canción de hielo y fuego”, George R. R. Martin, quien en su presentación, sacudido por el ruido de los cláxones que se filtraban en el auditorio, sugirió que podría traer uno de sus dragones para acabar con el tráfico de la ciudad.
–Porvenir isleño–
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara se presenta como un espacio que invita a repensar el lugar que ocupamos en el mundo. Por ello, sea en los conversatorios o cuando los escritores coinciden en los desayunos, el tema cubano se aprecia con interés pero sin apasionamiento. Así, más que dar polarizados retratos del barbudo líder, el diálogo discurrió por pensar en el futuro de la isla. En el diálogo entre el peruano Fernando Ampuero y el chileno Rafael Gumucio, por ejemplo, el tema se centraba en el retorno de los cubanos en Miami provistos de los dólares que asegurarían su posición de dominio ante los habitantes de la isla que han vivido los dos últimos años más ajustados que nunca.
Pero especialmente atendibles fueron las palabras de Carlos Manuel Álvarez, escritor cubano que vive en La Habana y que reconoce el desencuentro que en los últimos 50 años ha habido entre la visión de la isla de los cubanos y la que tiene Latinoamérica de Cuba. “No digo que a ambas visiones les falte razón. Lo que sí creo es que de ese desencuentro nacen juicios muy reducidos que dividen a las personas, sean los que están equivocados o los que están en lo correcto”, afirmó.
Para Álvarez –quien también es periodista y colaborador de BBC Mundo–, el tamaño simbólico que ha alcanzado hoy Cuba probablemente sobrepasa lo que la isla representa en realidad. “Esa dimensión histórica que, por principio, no debería corresponderle, alcanza hoy otra categoría. Y empieza a mostrar sus contradicciones de cómo es vista desde dentro y desde fuera”, señaló.
Pero los cambios en Cuba, a nivel literario, se han adelantado hace años a las transformaciones sociales que seguramente vendrán. Como se vio en la feria, la nueva narrativa cubana que empezó a escribir desde el 2000 –la llamada generación cero– rompió con las narrativas tradicionales basadas, en su mayoría, en un costumbrismo que llenó sus páginas con retratos de jineteras, prostitutas, balseros y emigrantes. Al respecto, Álvarez comentó: “Yo le soy fiel a una tradición también negándola, y eso es lo que está pasando con nosotros. Uno ve hoy referencias muy claras a la literatura anglosajona, con introducción incluso en inglés como pastiche en los relatos. Ahora se empieza a narrar una Cuba más distópica, o una Cuba desde lo posible, lo probable”.
Y si bien la isla va abriéndose culturalmente, dejando atrás su condición de país excepcional y arrinconado en la región, lo cierto es que sus letras, como las del resto del Caribe, deberán enfrentar otro serio problema: su marginalidad en el mercado del libro. “Hay una marginalidad basada en pertenecer al Caribe y no hacer lo que otros esperan que hagamos: eso es mantener los estereotipos. Y enfrentarnos a eso nos hace aún más marginales. En el mundo académico y en el de las editoriales, reproducir el estereotipo te asegura un nicho. Si te acercas al cliché, es posible que tengas un espacio. Pero si vienes de Cuba y no respondes a estos lugares comunes, es posible que la cuesta se te haga mucho más alta”, lamentó el escritor.