"El amor es un bien": nuestra crítica de la obra de Lumerman
"El amor es un bien": nuestra crítica de la obra de Lumerman

Uno de los grandes retos que enfrentan los directores de teatro a la hora de poner un clásico en escena radica en la decisión de recrearlo por completo o adaptarlo. Sin duda, la primera opción parecería la más acertada. Pero no es así. Porque la intención a la hora de adaptar el texto es tratar de acercarlo más a una época y a una realidad distintas al contexto en el que fue escrito. Por eso resulta tan interesante el trabajo del argentino Francisco Lumerman, que nos presenta “El amor es un bien”, a partir de “Tío Vania”, de Antón Chejov. Un clásico de enorme importancia en la historia del teatro y que ha inspirado a muchos realizadores. Siendo sincero, no recuerdo haber visto una puesta en escena convencional que me haya resultado satisfactoria. Y creo, sinceramente, que la mejor lectura de la obra la ofrece el filme “Vanya en la calle 42” (1994), de Louis Malle.

“Tío Vania” es una obra especial también dentro de la producción teatral de su autor. Como nos recuerda Juan López Morillas (*) la obra originalmente reciclaba material pensado para una novela y finalmente se convirtió en la comedia teatral “El silvano”. Chejov la volvió a adaptar creando finalmente la obra que conocemos y a la que agregó el subtítulo de “Escenas de la vida rural”. 

Eso es “Tío Vania”. Una mirada al mundo rural en el que un pequeño grupo de almas deambulan mirándose las unas a las otras. Casi todos los personajes han perdido emoción por la vida y en el momento en que la obra se desarrolla una chispa enciende algunos sentimientos que se encontraban dormidos. ¿Es posible simpatizar con Vania y la corte que lo rodea? No lo creo. Pero no es intención de su autor que nos sintamos atraídos por sus personalidades. Hay una clave para entender a Chejov y es una afirmación que hace Víctor Gallego Ballestero (**): “Chejov suele ver el paisaje con los ojos de los personajes, no con los suyos”. Esto lo escribe haciendo referencia al escritor de cuentos pero se aplica perfectamente al dramaturgo. En su universo pesan más los silencios y las incertidumbres que los discursos esclarecedores. “Por ello algunos amigos lo acusaron de no conocer a fondo a sus personajes”, escribe Gallego. “A lo que él replicó que solo los imbéciles creen saberlo todo”.

El argentino Francisco Lumerman, en “El amor es un bien”, reescribe el drama de Vania, y aunque crea una obra enteramente nueva, no pierde de vista los elementos tan preciados de la obra de Chejov. Allí tenemos un drama sólido en el que un grupo de personas parece haber optado por el olvido en vida de sus propias emociones. Y, sin embargo, estallan ante la primera provocación. De pronto, entienden que los sentimientos no se encuentran tan escondidos como creían. Lumerman lleva la acción a una zona remota de la Argentina en estos tiempos. Pero la modernidad no traiciona la esencia del original, al contrario, la acerca y por eso nos conmueve. 

La dirección de actores también merece destacarse. Lumerman ha optado por un registro contenido, alejado de todo histrionismo incluso en los momentos en que la obra parecería necesitarlo. Crea así una tensa calma. El resultado es satisfactorio, sin duda, porque permite desarrollar mayores vuelos emocionales. Allí tenemos a Camila Abufom, como Sonia, aportando honestidad, sencillez y sobre todo entusiasmo; Alfonso Dibós construye un Iván aparentemente disecado pero no por ello distante del original, porque en esencia es él de pies a cabeza, con toda la carga emocional que presenta el pasmado Vania creado por Chejov, y que se revela completamente en su enfrentamiento con Alejandro (un sólido Javier Valdez). Como en la presente versión todos los personajes son de alguna manera protagonistas de la historia, se desplaza así esa particular manera en la que el doctor Ástrov se apoderaba de la obra en el texto original. Le toca a Sebastián Monteghirfo interpretarlo bajo el nombre de Alejandro. Una presencia oportuna, alejado también de los viejos tópicos y, sin embargo, fiel a ese pionero de las causas ecológicas. Me entusiasma de manera particular la serenidad de Valeria Escandón, aparentemente etérea y conciliadora, su Elena tiene suficientes armas de seducción para provocar el caos.

(*) Juan López Morillas, nota preliminar a la edición de “Ivanov. La Gaviota. Tío Vania” (Alianza Editorial, 1990 ) .
(**) Víctor Gallego Ballestero, nota preliminar de “Cuentos” (Alba Editorial, 2014 ).

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