A Lima le faltan teatros. Y no me refiero a compañías teatrales, sino a escenarios físicos en los que se representa una obra teatral. Los teatros que tenemos hoy son pocos, están totalmente copados y difícilmente pueden acoger una obra no programada con al menos un año de adelanto.
Solo las compañías que cuentan con teatros propios pueden diseñar con tranquilidad su programación. Lo difícil en este caso es que una obra que obtenga éxito pueda mantenerse en la cartelera. Si se ha establecido una duración de siete u ocho semanas, ese será el tiempo en que la obra se representará. Sucede con espectáculos, principalmente con las comedias de amplia convocatoria como “TOC* TOC”, que se vuelven a montar también por determinadas funciones para contentar al público. Con este tipo de programación no es probable que una obra se convierta realmente en un fenómeno con una duración que supere unos cuantos meses.
Una compañía teatral como Preludio, por ejemplo, presenta anualmente sus espectáculos musicales en el teatro Municipal. Es cierto que se trata de grandes producciones que requieren un marco de lucimiento mayor. Hay quienes piensan que su lugar es en el reconstruido teatro del jirón Ica. Personalmente no lo creo. He asistido a la mayoría de sus producciones y la vieja majestad del edificio lo que ha logrado es distanciar la representación de los espectadores. Así sucedió con “West Side Story”, donde el famoso enfrentamiento de pandillas quedaba relegado al fondo del escenario, o en “Chicago”, donde fue imposible crear contacto entre los actores y el público. En esta magistral creación de Kander & Ebb, los actores hablan directamente a la audiencia como si estuvieran en un cabaret, creando una inesperada complicidad. Lo que estuvo ausente en esta producción.
El Gran Teatro Nacional tiene también un esquema de trabajo que no puede alterarse. Y tiene que ser así. De manera que no puede presentarse allí una obra con regularidad, salvo que se trate de una presentación de unas cuantas funciones. Es el lugar adecuado para el ballet, la ópera, los grandes conciertos. Menos apropiado para una obra como “Escenas de la vida conyugal”, que si bien fue un éxito económico, necesitaba ser representado en un teatro más chico. Creando una atmósfera íntima, donde el espectador pudiera observar de cerca las expresiones de los actores. Verlos desde las áreas superiores del teatro es simplemente absurdo.
Finalmente me quiero referir al auditorio del colegio Santa Úrsula, que suple también la falta de un teatro adecuado especialmente para los conciertos de la Sociedad Filarmónica del Perú. Un programa musical que en los últimos años nos ha permitido apreciar en Lima a grandes artistas de la escena internacional. Y si bien se agradece que el auditorio de un colegio esté a disposición de este tipo de eventos, harían bien sus propietarios en mejorar sus instalaciones. Se trata de un espacio tremendamente incómodo, pero lo peor sin duda es la mala iluminación del escenario, que impide muchas veces ver realmente a los artistas ejecutando su arte. Una luz elemental sobre un cortinaje anacrónico ha sido el marco de lucimiento de una sucesión de nombres verdaderamente importantes de la música clásica.
Alguien debería rescatar alguno de los viejos cinemas que quedan, primero convertidos en cine porno y luego en iglesias, para devolverle majestad al arte escénico. Un deseo que puede sonar ridículo pero que no lo es tanto.