
Si ya viste “La vida de Chuck” —la nueva película de Mike Flanagan basada en el relato corto de Stephen King— probablemente sigas pensando en lo que viste. A mí me pasó exactamente lo mismo. No es una cinta cualquiera. Es compleja, poética, emotiva y, sobre todo, profundamente metafórica. Uno puede que salga del cine con más preguntas que respuestas, pero con una sensación muy clara: acababa de ver algo único.
Lo primero que hay que entender de esta película es que no se cuenta en orden. Comienza con el fin del mundo y termina con la infancia de Chuck Krantz, el personaje interpretado en diferentes etapas por Tom Hiddleston, Jacob Tremblay, Benjamin Pajak y Cody Flanagan. Sí, al revés. Y no es casual. Esta estructura invertida es clave para entender su mensaje central: la vida misma, vista como un recuerdo en los últimos segundos de conciencia de una persona.

FINAL EXPLICADO DE “LA VIDA DE CHUCK”
El apocalipsis es solo un símbolo
La película arranca con desastres naturales, noticias alarmantes y un mundo que se desmorona. Todo parece indicar que estamos ante una historia de ciencia ficción o terror. Pero no. Lo que estamos viendo es el proceso de muerte de Chuck, representado como el fin del mundo… de su mundo. Todo ese caos es una manifestación de su cuerpo apagándose mientras él muere en una cama de hospital.
El título del primer acto lo deja claro: ¡Gracias, Chuck! No es una ironía ni un mensaje social. Es su propio cerebro —su vida, sus memorias, su conciencia— agradeciéndole por haber existido. Una despedida íntima y profunda, que toma la forma de una narrativa surreal.
Personajes que no envejecen y rostros que se repiten
Una de las cosas que más me desconcertó (y luego me fascinó) fue ver a ciertos personajes aparecer sin cambios físicos, sin importar la época o el lugar. ¿Qué hacen ahí? ¿Por qué los vemos en diferentes partes de la historia de Chuck? Bueno, resulta que muchos de ellos no eran personas importantes en su vida, sino pequeñas figuras que él recordaba sin saber por qué: una chica que pasó en patines, un profesor que le dijo algo amable, un hombre en una cafetería.
Estos personajes representan cómo la mente construye una despedida con retazos sueltos de memoria. Tal vez Chuck no les importó tanto a ellos, pero él los guardó sin saberlo. Y cuando su conciencia empezó a disolverse, ahí estaban, como parte del decorado final.

¿La cúpula está embrujada?
Otra escena clave es la del ático que sus abuelos le prohibieron abrir. Entra y lo que ve es a sí mismo muriendo en una cama de hospital. Impactante. Pero no es que haya magia o fantasmas. Lo que pasa es que Chuck empieza a tomar conciencia de su propia muerte. El ático, el lugar más alto de la casa, es también una metáfora de la mente, de ese espacio donde los recuerdos están guardados bajo llave. Ver su futuro en ese lugar es su manera de aceptar lo inevitable.
¿Y si realmente la casa estaba embrujada? Puede ser. Pero lo más probable es que Flanagan —fiel a su estilo como vimos en The Haunting of Hill House o Midnight Mass— prefiera dejarte con la duda.
¿Por qué no fue bailarín?
Una escena especialmente dolorosa es cuando vemos que Chuck, en lugar de seguir su sueño de ser bailarín, termina siendo contador. Y no porque sea una carrera aburrida, sino porque es un símbolo de cómo muchas personas, incluso sabiendo que la vida es corta, eligen lo seguro. Chuck tenía talento, sensibilidad, imaginación… pero también responsabilidades. Escogió el camino del deber, de ayudar a otros desde lo práctico. Y eso también es valioso, aunque duela.
Ahí es donde la película más te golpea: porque no es solo sobre Chuck. Es sobre ti, sobre mí, sobre todos los que hemos tenido que elegir entre pasión y estabilidad.
¿Qué significa el final?
Cuando llegamos al momento en que Chuck es apenas un niño, lo entendemos todo. Ese pequeño que miraba el mundo con curiosidad y que contenía, como dice la frase, multitudes. La película termina donde todo empezó, y aunque el viaje fue al revés, el mensaje queda claro: la vida es un ciclo, un conjunto de momentos que se desvanecen pero que, por un instante, nos pertenecieron por completo.
Y es en ese punto donde “La vida de Chuck” se convierte en algo más que una película: se vuelve un espejo. ¿Qué recordaríamos nosotros en nuestros últimos segundos? ¿Quién aparecería en nuestra despedida? ¿Habría gratitud o arrepentimiento?

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