La explosión de un coche bomba frente a un terminal de autobuses, en el centro de Bagdad, acabó con la vida de al menos nueve personas e hirió a otras 16, según informaron fuentes policiales y médicas de la zona.
Hasta el momento, ningún grupo se ha atribuido la responsabilidad por el ataque en el terminal de buses Alawi al Hilah. Sin embargo, en el último año insurgentes islamistas suníes se han impuesto mediante violentos ataques, ganando terreno en la provincia occidental de Anbar, cerca de la frontera con Siria lugar en el que el grupo extremista también está activo.
El 1 de enero los activistas tomaron el control de dos ciudades en Anbar, que está en manos de los suníes, intensificando el conflicto con el Gobierno de mayoría chií, que ha prometido erradicar a Al Qaeda de Iraq. Se trata de Faluya y Ramadi.
En la primera, el Ejército iraquí se mantiene presente con tanques y artillería, amenazando con arrasar la localidad a menos que los habitantes expulsen a los hombres armados del Estado Islámico de Iraq y el Levante (ISIL), afiliado a Al Qaeda.
Mientras tanto Ramadi, la capital provincial, ya ha sido recuperada por el Ejército con la ayuda de las tribus de la zona.
El derramamiento de sangre en Iraq ha vuelto a sus niveles más altos en cinco años, una escalada de la violencia que se ha visto en parte alimentada por la guerra que empezó en Siria meses antes de que las fuerzas estadounidenses pusieran fin a su ocupación de nueve años en Iraq, en 2011.