La ciudad de Raqqa, que fue la "capital" del grupo yihadista Estado Islámico (EI) en Siria, cayó totalmente este martes en manos de las fuerzas apoyadas por Estados Unidos tras varios meses de combates. La caída de Raqqa es una nueva derrota para el EI, que perdió mucho terreno en Siria y en la vecina Iraq tras múltiples ofensivas para expulsarlo de las regiones que conquistó desde 2014. (Foto: AFP)
La ciudad de Raqqa, que fue la "capital" del grupo yihadista Estado Islámico (EI) en Siria, cayó totalmente este martes en manos de las fuerzas apoyadas por Estados Unidos tras varios meses de combates. La caída de Raqqa es una nueva derrota para el EI, que perdió mucho terreno en Siria y en la vecina Iraq tras múltiples ofensivas para expulsarlo de las regiones que conquistó desde 2014. (Foto: AFP)
Sandra Namihas

Cuando en el 2014 el grupo terrorista autoproclamado inició su gran ofensiva, sorprendió por la facilidad y rapidez con la que avanzó por el Medio Oriente, por la abrumadora crueldad que utilizaba y exhibía en los medios de comunicación masivos y por los abundantes recursos con los que contaba para financiarse. Esto hizo a muchos pensar que estábamos ante el inicio inevitable de una Tercera Guerra Mundial.

Tres años más tarde, el Estado Islámico ha perdido un gran número de combatientes y prácticamente el 90% del territorio que controlaba. Resaltan particularmente la ciudad iraquí de Mosul (cuya pérdida lo aisló y debilitó militarmente) y, en estos días, sus últimos bastiones: las ciudades sirias de Mayadin y Raqqa.

La primera de estas dos ciudades, Mayadin, cuyo petróleo le proporcionaba grandes recursos, fue recuperada por el régimen sirio ayudado por Rusia. Mientras que Raqqa, símbolo del horror de las ejecuciones, lo fue por las Fuerzas Democráticas Sirias (alianza kurdo-árabe) en una operación apoyada por la coalición internacional liderada por Estados Unidos y como parte de una estrategia militar más agresiva emprendida por el presidente norteamericano, Donald Trump.

A la luz de estas ofensivas exitosas, el Estado Islámico estaría indefectiblemente ad portas de perder aquello que elevó su organicidad y que lo hizo reunir a tantos seguidores de diferentes países. Es decir, la idea de un territorio controlado donde se estableciera un Estado teocrático musulmán, el tan ansiado “califato”.

Sin embargo, la frustración en alcanzar este objetivo mayor no significa la erradicación del Estado Islámico como grupo terrorista, aunque sí su evidente debilitamiento al quedarse sin base de capacitación y concentración de fuerzas militares. Efectivamente, no contar con este territorio los obliga a una recomposición clandestina, menos organizada y eficaz. Asimismo, el retorno a técnicas rudimentarias los alentaría a continuar con los atentados de lobos solitarios, que han sido tan dañinos en ciudades europeas como Londres, París y Bruselas.

También es una posibilidad que sus combatientes se unan a Al-Qaeda o al Comité de Liberación del Levante, tratando de concentrar así esfuerzos frente a comunes enemigos. De ahí que el secretario de Defensa de Estados Unidos, James Mattis, haya manifestado que se evitará que los combatientes huyan a otros países y cometan atentados individuales.

Además, será importante no perder de vista lo que suceda en otros lugares del mundo, como es el caso del sudeste asiático, donde este grupo yihadista intenta crear una wilayat (provincia del califato). No obstante, para este fin ha resultado devastadora la eliminación por parte del Ejército filipino –la semana pasada– de su líder para la región Isnilon Hapilon y otro importante dirigente como fue Omar Maute.

La eliminación del Estado Islámico será, entonces, una tarea ardua que quizás demore varios años más, pero todo indica que nos encontraríamos ante el inicio del fin.