Del No boliviano al fracaso bolivariano, por H. Belevan-McBride
Del No boliviano al fracaso bolivariano, por H. Belevan-McBride
Harry Belevan-McBride

Aunque no ha sido hasta ahora comprobada la existencia de la llamada sabiduría popular y sí más bien que, a través de los siglos, ha despuntado casi siempre su contrario, hay momentos en que aquella asoma intentando validarse como excepción a la regla. Es el caso de Bolivia en estos días, en que la mayoría del pueblo ha sabido decirle No a la pretensión de su autoritario presidente de perpetuarse en el poder, mediante un referéndum cuya convocatoria reflejó su proverbial soberbia.

Pero esta derrota le revela al caudillo altiplánico un hedor más oliente que su propio fracaso, y que emana de esa armadura en descomposición que se creyó reluciente, pero que resultó ser apenas un armazón de cartón piedra: el socialismo del siglo XXI. Con esa gran patraña, una parte de América Latina ingresó políticamente al segundo milenio, una engañifa hecha de populismo comercializado con el nombre de revolución bolivariana y a la que, además de la Venezuela de los cleptómanos, adhirieron vergonzosamente países regionalmente significativos como Argentina y Brasil, junto con naciones insignificantes como Bolivia y Nicaragua, o como Ecuador, cuyo presidente, sin embargo, intuyó astutamente la inviabilidad de las tentaciones bolivarianas vitalicias, esas, en fin, que ahora naufragan en Bolivia. Porque, tal como lo registró hace pocas semanas Carlos Adrianzén, rebatiendo la falacia del tan cacareado milagro económico boliviano, ese país, por el contrario, “se ha subdesarrollado más en estos últimos tiempos”, razón por la que “el problema de Bolivia no implica su pasado, sino su aciago futuro económico” (“Lamento boliviano”, El Comercio, 27 de enero del 2016). Si a esa farsa se suma el hallazgo paulatino de una corrupción rampante en los círculos próximos al mandatario, el descalabro del modelo evo-chavista se hace más patente que nunca.

Por timorato que sea, el No boliviano se suma, entonces, a la tan esquiva sabiduría popular argentina que, ahora sí, procura rescatar a su país del kirchnerismo luego de tantos años de juerga populista. Y algo semejante pareciera suceder con la debacle moral por la que atraviesa el Brasil del Partido de los Trabajadores, así como con la ruina política, económica, ética y social del chavismo venezolano. Por suerte, el Perú no cayó en esa telaraña bolivariana, a pesar de las torpes inclinaciones de un mandatario como el actual, cuya gestión conyugal, que él secunda en la opacidad del ocaso, será arrumada por la historia en la trastienda de la política nacional.

Resta así preguntarse cuál rumbo escogerá Bolivia al final del mandato de su actual gobernante, aunque haría mal en ilusionarse demasiado con que no volverá a azotarla una reciclada neoizquierda: propenso como pareciera ser a las primicias políticas, bien podría aquel país votar, y enhorabuena, por una primera mujer o por un primer gay a la presidencia, o en mala hora, nuevamente por el mismísimo sujeto que se ha promocionado como el primer indígena jamás elegido presidente en la región.

Advertía amargamente José María Sanguinetti hace pocos años: “En nuestra rumbosa América Latina, tan autopromocionada por el crecimiento de esta década de bonanza de precios internacionales, no es oro todo lo que reluce”. Los destellos auríferos del socialismo del siglo XXI cegaron a muchos, quienes recién comienzan a frotarse los ojos y a ver que aquellos relumbres dorados del bolivarianismo han sido fuegos fatuos de artificio y nada más.