Rímac, como quienes me están leyendo saben mejor que yo, en quechua quiere decir “hablador”.
En situaciones complejas y dolorosas como la que hoy vive el Perú, todos los ríos y quebradas se convierten en Rímacs. A la fuerza, todos los cuerpos de agua se hacen escuchar.
Un dicho usual en Colombia es que a los perros solo les falta hablar. Lo cierto es que permanentemente hablan, pero a los humanos nos hace falta entenderlos. Lo mismo sucede con todos esos seres de la naturaleza que normalmente tendemos a considerar objetos inertes del escenario de fondo, pero que en realidad son actores-activos (valga la redundancia) de esos territorios de los cuales ellos y nosotros formamos parte: suelos y subsuelos, volcanes, vientos y nubes, laderas, bosques de todo tipo, el mar –sobre todo– y la biodiversidad.
Todos están enviando mensajes permanentes, y todos, incluidos los humanos, conformamos el territorio, que en sí mismo es un organismo vivo, una unidad.
Cuando se presenta un fenómeno hidrometeorológico como este Niño costero que está afectando Ecuador y el Perú, ríos y quebradas aprovechan para expresar de manera contundente su listado de inconformidades acumuladas: que las hemos privado de cobertura vegetal en sus nacimientos y a todo lo largo de su recorrido; que hemos alterado arbitrariamente sus cursos naturales; que hemos invadido sus cauces y las franjas que se han reservado para que en temporadas de lluvias fuertes se puedan expandir. En resumen: que hemos violado sus derechos fundamentales.
No están de acuerdo la mayoría de filósofos y juristas en que la naturaleza, y el agua en particular, se puedan considerar sujetos de derechos, condición que en nuestra cosmovisión antropocéntrica hemos reservado para nosotros los humanos. Sin embargo, el agua, en todas sus formas, no está interesada en la discusión. Simplemente, cuando le es violado alguno de sus derechos fundamentales, lo pasa a reclamar.
Cuando eso sucede, hablamos de “desastres naturales”, como si fuera la naturaleza la que los produce y no fueran nuestras decisiones u omisiones las que generan las condiciones que hacen inevitable que se produzca un desastre. Apellidar a los desastres como “naturales” impide identificar y dar solución adecuada a las causas del trauma.
En medio de todas las actividades indispensables para atender a las víctimas y restablecer lo más pronto posible las “líneas vitales” de las cuales depende la vida de una comunidad, es importante también agudizar los sentidos para entender, en cada territorio concreto, cuál es la razón específica que está obligando al agua a protestar.
Porque es a través de ese diálogo entre seres y dinámicas humanas y no humanas como se pueden concertar el enfoque y las estrategias para una adecuada recuperación de los territorios en crisis. Esa concertación se llama ordenamiento territorial.
Para entender los mensajes de la naturaleza debemos acudir al diálogo de saberes, entre el conocimiento académico y el saber comunitario tradicional. Y a su prerrequisito, el diálogo de ignorancias, que es el que nos hace conscientes de que no lo sabemos todo y por eso es necesario acudir también a otros enfoques, al saber de los demás.
El cambio climático y la variabilidad climática extrema nos están obligando a aprovechar la oportunidad de abordar la gestión de los territorios desde una ética no antropocéntrica, sino basada en el reconocimiento de los derechos de la naturaleza y en el respeto a todos los seres humanos y no humanos que compartimos la Tierra.
No estamos hablando de una propuesta meramente filosófica, sino de un enfoque práctico para orientar los procesos que le permitirán superar esta crisis al Perú.