El presidente Donald Trump había sido ampliamente criticado el año pasado por no haber condenado claramente a los manifestantes neonazis tras los incidentes de agosto de 2017. (Foto: AFP)
El presidente Donald Trump había sido ampliamente criticado el año pasado por no haber condenado claramente a los manifestantes neonazis tras los incidentes de agosto de 2017. (Foto: AFP)
Ian Bremmer

A no le gusta que le digan qué debe o no debe hacer. Pero su enfoque transaccional hacia las relaciones políticas –te daré lo que quieres si tú me das lo que yo quiero– dice menos sobre su actitud hacia la democracia y la dictadura como formas de gobierno, y más sobre un impulso básico para liberarse de restricciones. Eso no lo convierte en un tirano. El sistema político estadounidense tiene varios tipos de controles sobre quienes pretenden ser dictadores. Pero su política exterior, y particularmente su enfoque hacia los aliados tradicionales de , amenaza todo el orden internacional.

Esta amenaza es más obvia en su comportamiento hacia Europa. Muchos presidentes estadounidenses han temido que las exigencias de Europa creen una carga no deseada para Washington, y que una Europa fuerte limitará la libertad de acción de EE.UU. Hace más de un siglo, el presidente Theodore Roosevelt creó un “corolario de Roosevelt a la doctrina Monroe”, que expandía las pretensiones del siglo XIX de la preeminencia estadounidense en el hemisferio occidental para mantener a los europeos fuera. Durante la Guerra Fría, una serie de presidentes norteamericanos se enfrentaron con líderes europeos sobre cómo manejar las relaciones con el Kremlin. El presidente republicano más reciente, George W. Bush, adoptó un enfoque unilateral para la “guerra contra el terrorismo” para evitar limitaciones europeas sobre los actos de EE.UU.

Pero Trump es el primer presidente en comportarse como si Washington pudiera estar mejor si la Unión Europea (UE) terminara partiéndose. Vimos esto cuando se reportó que Trump le sugirió en junio al presidente francés Emmanuel Macron que Francia salga de la UE, mientras ofrecía un tratado de libre comercio bilateral como una especie de incentivo. Lo vimos cuando Trump le advirtió a la primera ministra británica Theresa May que un “‘brexit’ suave”, uno que preserva fuertes lazos comerciales entre el Reino Unido y la UE, mataría la chance de tener un nuevo tratado de libre comercio entre el Reino Unido y EE.UU. Lo vemos en el esfuerzo de Trump de construir una relación con un Gobierno Italiano que representa la amenaza más grande al futuro de la Eurozona, no importa lo que diga ese gobierno sobre sus intenciones inmediatas. “La Unión Europea, por supuesto, fue creada para aprovecharse de Estados Unidos”, le dijo Trump a una multitud de seguidores en junio.

Lo vemos en el impulso de Trump de traer a Rusia de vuelta al G-7 y de socavar la coherencia de la alianza del Atlántico. “La OTAN es tan mala como Nafta”, se reportó que le dijo a sus contrapartes del G-7. En la reunión de la OTAN del mes pasado, Trump explícitamente cuestionó por qué Estados Unidos debería honrar el compromiso de la alianza sobre la seguridad colectiva. ¿Por qué defender Montenegro, un país que ha sido “extremadamente agresivo”?, preguntó. Putin no pudo haberlo dicho mejor.

Trump admira a líderes como Putin, Xi Jinping y el príncipe saudí Mohammad Bin Salman en parte porque envidia los pocos controles que tienen sobre su autoridad. Es más fácil hablar rudamente cuando nadie puede contestarte. También prefiere negociar con hombres que cree que tienen el poder de establecer acuerdos, líderes libres de las exigencias contrapuestas de sus constituyentes y sus patrocinadores.

Trump también prefiere relaciones de uno a uno, por encima de alianzas multilaterales que requieren compromiso y respeto por los intereses y las posturas de otros. Las alianzas limitan las operaciones y agotan los recursos. Son gobernadas tanto por valores como por intereses comunes. Quizás Trump cree que, en un mundo gobernado por líderes nacionales que no enfrentan controles y equilibrios, el poder norteamericano lo haría el hombre más poderoso del mundo.

En el ámbito nacional, los límites a su poder continuarán frustrándolo. Luchará por encontrar a alguien que lo libre del entrometido Robert Mueller. Las cortes impondrán su autoridad. Los reporteros seguirán reportando. Los banqueros centrales no harán caso a la presión de Trump por las políticas que él prefiere. El partido de la oposición se opondrá a él en todo momento que sea posible, y los votantes quizás decidan en noviembre quitarle a su partido la mayoría que tiene en el Congreso.

Y aun así, la amenaza de Trump al sistema internacional, basado en alianzas y en organizaciones fundadas en el consenso, gobernadas por leyes y reglas, es mucho más poderosa. En un momento en el que China, cada vez más próspera e influyente, le ofrece al mundo una alternativa creíble a la democracia y el Estado de derecho, y en que las presiones populistas y los cambios tecnológicos hacen que el control autoritario sea más fácil de construir y mantener, los ataques de Trump a los aliados y las alianzas ya tienen consecuencias reales.