Personas caminan por una calle de Varsovia, Polonia, el pasado octubre. (Foto: Wojtek Radwanski/AFP).
Personas caminan por una calle de Varsovia, Polonia, el pasado octubre. (Foto: Wojtek Radwanski/AFP).
/ WOJTEK RADWANSKI
Andrzej Duda

Se abre una nueva década del siglo XXI. Una década de incertidumbre, especialmente en el contexto de una pandemia global y de sus consecuencias económicas, pero también de esperanza. Es una década de oportunidades para la reconstrucción civilizada y económica, para la creación de un mundo mejor que el existente: más justo, más verde y que respete las reglas de un desarrollo equilibrado. Mirando hacia el futuro, buscamos áreas que van a ser centros de cambios dinámicos y de transformaciones positivas. Estoy seguro de que, a escala europea y global, a uno de tales lugares pertenecerá Europa Central.

Europa Central, o también Europa Centro-Oriental (ambos términos se utilizan con frecuencia como sinónimos), es un ente significativo regional. Es una comunidad del destino que tiene dimensión tanto geográfica, política y económica, como ideológica y culturalmente. En cuanto a su ubicación en el mapa, se encuentra entre los mares Báltico, Adriático y Negro, o (aunque esto es demasiado simplificado) entre Alemania y Rusia. Sobre todo, sin embargo, constituimos un círculo común de memoria. Hemos compartido experiencias históricas parecidas, sobre todo en el dramático siglo XX. Hemos experimentado el mal de dos totalitarismos –el pardo y el rojo– que nos ahogaron y persiguieron. Pero también tenemos experiencias magníficas y gloriosas de los siglos anteriores. Del período de los siglos XV-XVII, de la época llamada “Europa de la dinastía de los Jagellones”, y después la Mancomunidad de Muchas Naciones, cuando se logró crear en gran parte de esta área una unión política voluntaria –precursora de la Unión Europea (UE) de hoy–, que era una casa acogedora para numerosas culturas y religiones, gobernada por los principios de legalidad, parlamentarismo y democracia. La lección de esas experiencias, tanto de las buenas como de las malas, las llevamos al futuro, como una advertencia universal, pero también como una inspiración para actuar por el bien común, por la prosperidad de nuestra región y la de toda Europa.

Es importante también la descripción de Europa Central en las categorías de valores. Perteneciendo desde hace más de 1.000 años al círculo occidental de la civilización, compartimos sus fundamentos ideológicos. Milan Kundera sugestivamente presentó a Europa Central llamándola “Occidente secuestrado”; es decir, parte de la comunidad cultural occidental que, contra su voluntad, se encontró bajo la dominación soviética –imperialista, autoritaria e incapaz de administrar de forma racional–. Sin embargo, hay que destacar que nuestro apego a los valores que construyeron la cultura europea no es irreflexivo. Quizás mejor que otros, conocemos el alto precio que hay que pagar por su defensa. Somos conscientes de que se debe cultivar y compatibilizar la libertad con la responsabilidad, los derechos con los deberes, el individualismo con la solidaridad, y la actitud crítica, innovación y modernización con el cultivo del patrimonio y de la tradición que definen nuestra identidad.

Timothy Garton Ash, en el umbral del giro histórico de 1989, escribió que la idea de Europa Central rompe con los hábitos de pensamiento de la Guerra Fría en el mundo occidental porque desafía las nociones y prioridades establecidas, pero, a cambio, tiene algo nuevo que ofrecer. Esta opinión sigue siendo actual hoy en día, ya que la participación de los países de Europa Central en la UE y en la OTAN es una parte importante y consolidada de la gobernanza europea y atlántica, y en el momento en el que nuestra región, que goza de un fuerte crecimiento económico, ha hecho un importante salto de civilización. Hoy, además, la idea de Europa Central sigue llevando en sí misma dinamismo y un contenido positivo. Si tuviera que presentar de forma condensada el rostro contemporáneo de Europa Central, incluyendo a Polonia como el país más grande de la región, diría: comunidad de éxito y, al mismo tiempo, comunidad de aspiraciones.

Europa Central es un excelente ejemplo de cuan poderosa y creativa fuerza es la libertad. La libertad cuyas hermanas son la libertad económica, el espíritu empresarial y la autonomía administrativa. Ellas abren el espacio para la realización de ambiciones y de aspiraciones audaces. Junto con la libertad, llega el desarrollo. Las tres décadas que pasaron desde la caída del comunismo, desde un giro en nuestra región iniciado por el movimiento polaco “Solidaridad”, son una historia de gran éxito económico, avance social y civilización que pocas veces ha sucedido en la historia del mundo en tan poco tiempo. Polonia y toda Europa Central son un fascinante testimonio de las posibilidades que da la libertad.

Podemos también servir como inspiración por los efectos positivos que traen la cooperación, la creación de iniciativas y los proyectos comunes. Gracias a ellos, Europa Central dejó de ser, como en los tiempos aciagos para nosotros, un espacio periférico entre el oeste y este, entre las potencias imperiales, y se convirtió en cambio en una estructura conectada por múltiples vínculos, consciente de sus intereses y que influye en el curso de los asuntos europeos. Hemos logrado la emancipación de Europa Central y Oriental, somos actores de los procesos políticos y de civilización.

Quiero llamar la atención sobre tres importantes planos de cooperación centroeuropea que tienen significado no solo regional, sino también en la dimensión de la UE, la OTAN e incluso a nivel global. El primero es el Grupo de Visegrado, con la historia más larga, que abarca a Polonia, la República Checa, Eslovaquia y Hungría. Fundada en 1991, como plataforma para un diálogo político y de coordinación de las aspiraciones a ser miembro de la OTAN y la UE, probó su utilidad también después de haber alcanzado esos fines estratégicos. Hoy es uno de los factores más importantes para activar la cooperación regional en Europa Central y acuerdos en los asuntos europeos.

El segundo de los planos son los Nueve de Bucarest. A esta estructura pertenecen los países del flanco oriental de la OTAN: Polonia, Rumania, Lituania, Letonia, Estonia, Hungría, Eslovaquia, la República Checa y Bulgaria. Fue constituida en el 2015, en Bucarest, donde firmamos una declaración en conjunto de que vamos a aunar esfuerzos para asegurar, allí donde sea necesario, “una presencia militar fuerte, fiable y sostenible” de la OTAN en la región. B9 es en gran parte la respuesta a la agresiva política de Rusia, a la violación de las fronteras y de la integridad territorial de la vecina Ucrania, lo que supone una amenaza para la seguridad regional y atlántica. No pensamos mirar pasivamente lo que sucede.

El tercer plano de la cooperación es Tres Mares, iniciada por mí y por la presidenta de Croacia, Kolinda Grabar-Kitarović, en el 2015. El grupo está integrado por los países entre el Báltico, el Adriático y el Mar Negro: Austria, Bulgaria, Croacia, la República Checa, Estonia, Lituania, Letonia, Polonia, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia y Hungría. Su objetivo son las inversiones comunes en los campos de la infraestructura, el transporte, la energía y las nuevas tecnologías que impulsarán el desarrollo en nuestros países y que contribuirán a la cohesión de la Unión Europea. Si observamos el mapa de los vínculos económicos en la UE, veremos un significativo predominio de los flujos horizontales en el eje Occidente-Oriente sobre los flujos verticales en el eje Norte-Sur. Se trata de la circulación de personas, bienes, servicios y capitales, pero también de una red de infraestructura: autopistas, ferrocarriles, centros de conexión, oleoductos, líneas eléctricas y de información. El proyecto de Tres Mares, que es un proyecto para aumentar el peso estructural de esta parte de Europa, tiene como objetivo complementar los “andamios” que faltan, gracias a la cual la integración de nuestra región –y también de toda la UE– será fortalecida. La participación en el proyecto de Tres Mares con el capital interno de la UE y también de los inversores americanos, chinos o de otras regiones del mundo significa una saludable diversificación de beneficios y correlaciones mutuas.

Esta es la imagen de hoy y la visión a futuro de Europa Central como comunidad de activismo, éxito y aspiraciones ambiciosas. Hemos recorrido un camino largo y exitoso. De una región que por mucho tiempo casi no existió en la conciencia de los principales actores del escenario mundial (“en Polonia, o sea en la nada”, como a finales del siglo XIX dijo Alfred Jarry), a una región que es una de las áreas del planeta que se desarrolla más dinámicamente y que aspira a la categoría de los centros de civilización. Europa Central, ¿nomen omen? Los invitamos a participar en esta aventura fascinante.


Texto publicado simultáneamente con la revista mensual de opinión “Wszystko Co Najważniejsze” (”Lo Más Importante”), como parte del proyecto “Década de Europa Central” realizado con la Bolsa de Valores de Varsovia.