(Foto: Archivo El Comercio)
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José Dextre Chacón

La presencia de leyes del mercado en las universidades comenzó más o menos hace tres décadas. En ese entonces, dada la carencia de recursos estatales para ofrecer cobertura y calidad educativa, el Banco Mundial promovió la inversión privada como alternativa para atender las necesidades de la población. Hasta hace 30 años, la inversión privada en educación superior era mayoritariamente sin fines de lucro. La institución privada surgía de donaciones o deducciones de impuestos y, por ello, no existía propiedad sobre la misma. En esas condiciones, la inversión era pequeña. Al permitirse universidades societarias –o “con fines de lucro”– en el Perú, se reconoció el derecho a que los propietarios designen a las autoridades responsables de su gestión y, por ende, de sus excedentes económicos. Se atrajo así el capital suficiente para atender la formación profesional de los jóvenes. 

El mercado y sus leyes han puesto en debate diversos paradigmas educativos sobre los que se evalúa la ética del comportamiento universitario y se construye la legislación del sector. Así, es importante reflexionar si estos son provechosos para los objetivos de la política educativa nacional. 

“El lucro como origen de la mala calidad” es uno de esos paradigmas. ¿Cuán real es esta afirmación? El lucro es el derecho del propietario a usufructuar del excedente. Sabemos que una universidad asociativa (“sin fines de lucro”) está prohibida de lucrar, pero ello no significa que no genere excedentes o utilidades. Lo que no puede hacer es distribuirlos entre los asociados; o por lo menos no formalmente, pues hace unos años supimos de un rector de una institución sin fines de lucro con un sueldo de S/2 millones mensuales.  

La universidad societaria ha demostrado su compromiso con la calidad docente, la empleabilidad de sus egresados y la investigación. Muchas de estas universidades se ubican en los primeros lugares en los últimos ránkings de “América Economía”, la Sunedu y otros, demostrando que el tipo de propiedad no es sinónimo de alta o mala calidad. Pareciera, entonces, que el paradigma del lucro como degradante de la calidad no es más que una falacia. 

El paradigma de la “proliferación de universidades” es otro a revisar. Este describe peyorativamente el crecimiento de la cobertura, que es necesario para el Perú, pues solo el 28% de nuestros jóvenes de entre 18 y 24 años cursa estudios en una universidad (frente al 45% de Chile o el 68% de los países desarrollados). ¿Es ético no incrementar la cobertura con la moratoria y perjudicar al país y a los jóvenes? ¿Lo es acaso restringir la competencia? Este paradigma presupone un crecimiento de instituciones de mala calidad que solo buscarían lucrar. Presupone, además, que para crear una universidad uno debe llevar una deficiente y corrupta evaluación, cuando hoy existe el proceso de licenciamiento para impedir dicho comportamiento. Así también, contradice la eficiencia del proceso al prohibir la creación de filiales a las universidades ya licenciadas. 

Denuesta, asimismo, prejuiciosamente del mercado, a pesar de que se ha demostrado que la competencia eliminó las zonas de confort que deterioraron la calidad directriz en el pasado y que ha generado un mejor precio para el estudiante.  

La criticada asimetría del mercado se puede romper con indicadores. La competencia genera calidad, pero para promoverla la oferta debe superar a la demanda. El paradigma de la “proliferación” obstaculiza la nueva oferta. Y, además, vulnera el derecho ciudadano a elegir su educación y a desarrollar su formación desde su vocación, pues impide que una carrera se oferte si no demuestra que habrá demanda laboral para acogerla en el futuro. ¿Es ético que un joven sea impedido de estudiar una carrera porque ya hay muchos profesionales de su tipo o porque dudamos de la honestidad de un órgano regulador? Y si el problema es el atraso en el licenciamiento, ¿por qué no innovar en la gestión y tercerizar las evaluaciones? 

El paradigma antimercado y la planificación formativa del recurso humano están sustentados en filosofías controlistas y corporativistas del Estado. Debemos innovar nuestras mentes desterrando paradigmas ideológicos anacrónicos para lograr la educación que nuestra sociedad requiere.  

(*) El autor integra el Consejo Directivo de la Federación de Instituciones Privadas de Educación Superior y actualmente es presidente de la Universidad Científica del Sur.