(Ilustración: Victor Aguilar)
(Ilustración: Victor Aguilar)
Alexander Huerta-Mercado

Vivió en el siglo VI antes de Cristo. Se sabe muy poco sobre quién era en realidad y, sin embargo, su nombre está en todas las librerías e incluso en las secciones de libros infantiles de los supermercados y en textos que se ofrecen en puestos extendidos en los suelos de algunas calles de Lima. Esopo es el autor de una serie de relatos cortos con mensajes morales que les dan voz y personalidad a ciertos animales, adelantándose en más de 2.000 años a personajes como Mickey Mouse o Pepa Pig. Aun cuando, a través de los siglos, se le han atribuido muchos más relatos de los que escribió, Esopo es considerado un pionero de la educación moral basada en la narración de cuentos y sus historias siguen siendo parte de muchas infancias con mensajes que pueden variar según la interpretación de cada época.

Un ejemplo de ingenio es la fábula del cerdo que entró en un rebaño de carneros. Un día el pastor lo capturó y el cerdo comenzó a gruñir y a forcejear. Los carneros lo regañaban por gritón y le decían: “A nosotros también nos echa mano y no nos quejamos”. El cerdo, entonces, les contestó: “No es lo mismo, a ustedes les echan mano por la lana, a mí por mi carne”.

El cuento nos enseña la importancia de entender distintos puntos de vista y de ponernos en la situación de la otra persona; pero también nos recuerda que la relación que hemos tenido en Occidente con los cerdos –que a diferencia de otros animales no dan lana o leche– se reduce a la de sacrificarlos para convertirlos en comida.

Más de la mitad de la población mundial ha participado en la reciente celebración por la llegada del Año del Cerdo, según el horóscopo chino, que lo percibe, a diferencia de Occidente, como un animal leal, inteligente y portador de buenos augurios. Excelente ocasión, entonces, para reflexionar sobre cómo la percepción que tenemos de los animales nos habla de nuestra propia cultura.

Hace 3.000 años, Homero contó que los hombres de Ulises, en la “Odisea”, se encontraron en una isla a una bruja llamada Circe que, mediante un hechizo, los hizo perder la memoria (algo trágico para los griegos) y los convirtió en cerdos. Ni tonto ni perezoso, Ulises fue al rescate de su hueste. Felizmente, en el camino se encontró con Mercurio, un dios bromista y mensajero, que le dio el antídoto para no caer en el hechizo de Circe. Desde entonces, los pobres cerdos han sido equiparados con la oposición a lo humano y lo racional.

Desde un punto de vista religioso, es interesante ver cómo comer cerdo ha sido un tabú en muchas religiones. La antropóloga Mary Douglas ha sugerido, luego de interpretar las prohibiciones sagradas, que el cerdo se consideraba impuro porque no era un animal fácil de clasificar, pues a pesar de tener pezuñas partidas no era un rumiante. Ello revela una actitud constante del mundo occidental, que teme todo lo que no puede entender, o lo que no puede encajar, generando con ello universos de incomprensión e intolerancia ante lo diferente.

Hay quienes creen entender este tabú como una forma de cuidado para la salud pública, pues especialmente en zonas desérticas la carne de cerdo puede producir varias enfermedades. Sin embargo, la carne de vaca entraña los mismos riesgos sin que por ello se haya convertido igualmente en tabú. El antropólogo estadounidense Marvin Harris plantea que hay una lógica económica detrás de este tabú en el sentido de que es costoso mantener grandes piaras, puesto que, al no ser el cerdo un animal que pasta y al compartir en mucho con el humano la comida que consume, se convierte en una competencia perjudicial para el segundo. Como si fuera poco, para regular su temperatura corporal los cerdos necesitan bastante agua, algo difícil en las regiones desérticas.

A su vez, está bien estudiada en las sociedades del Pacífico sur la importancia del cerdo como instrumento de intercambio y acumulación por parte de los grandes señores nativos que recibían apoyo de su comunidad en forma de cerdos que demostraban el poder y las alianzas.

Sin embargo, lo mejor que hemos aprendido de los cerdos es esa tendencia humana de proyectar nuestra psicología en los animales, incluso para culparlos injustamente por nuestros temores. Siendo un animal que no tiene glándulas sudoríparas (por lo tanto, la metáfora “sudar como un chancho” es errónea), el cerdo tiende a revolcarse en el barro para mantener húmeda su piel, por lo que resulta injusto asociarlos con la suciedad.

En la leyenda que cuenta que Buda convocó a los animales para predicarles, se detalla una carrera en la que nuestro amigo porcino llegó último (¡nadie respeta al cerdo!), lo que indica que ahora estamos cerrando un ciclo de 12 años. Para Oriente, el cerdo es sensible y listo, y este será un buen año. Será también una ocasión para que, en esta parte del mundo, nos observemos a través de los animales, que parecen haberse convertido en nuestro espejo.

Y hablando de cerditos, en Occidente hay un relato –que es de mis favoritos– donde tres hermanos porcinos construyen casitas de diferentes materiales de las que, tras un ataque, solo queda en pie la más sólida. Construyamos, pues, como el cerdito precavido, nuestros objetivos sobre bases sólidas, a pesar de los muchos problemas de nuestro país que bien podrían simbolizar al lobo feroz buscando derribar nuestra puerta, que siempre “soplará y soplará”.

¡Feliz Año del Cerdo!