La euforia de diez años del crecimiento espectacular de la economía peruana parece haber terminado este año en una sensación colectiva de frenazo. Muchos temen que ya es imposible volver a crecer 6% o 7% por año; que debemos conformarnos con un mediocre 4%.
Esta sensación es muy reciente. Por casi un año hemos resistido al esfuerzo del gobierno por matar nuestro entusiasmo con su proclamas de malos años por venir a causa de lo que, decía, estaba sucediendo en el mundo. Aun así, la promesa del Banco Central de Reserva (BCR) y del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) de crecer 6% en el 2014 se mantuvo hasta hace poco. Hoy todo eso terminó. La semana pasada, tanto el BCR como el MEF empezaron a hablar de números más parecidos al 4% de crecimiento para este año, pues en la primera mitad del año la economía habría crecido a una tasa anual solo algo mayor a 3%. Las tasas de crecimiento de mayo y junio seguramente estuvieron, al igual que la de abril, en alrededor del 2%.
¿Fuimos entonces engañados por el BCR y el MEF? Ciertamente no.
Lo que ha sucedido en este primer semestre es que dos importantes motores de la economía –la inversión privada y las exportaciones– estuvieron apagados. La inversión privada se estancó y las exportaciones, principalmente las tradicionales, cayeron.
La caída en las exportaciones primarias en el primer semestre no era previsible. Se suponía que el inicio de operaciones de varias nuevas operaciones mineras compensaría con creces la menor producción de oro. Eso no sucedió. La gran mina Toromocho no ha empezado a producir a plena capacidad y Antamina ha sufrido una caída temporal en el volumen producido. El impacto de estos problemas se amplificó por el cambio del año base que se usa en el cálculo de las cuentas nacionales, del antiguo 1994 al nuevo 2007. Este cambio reveló que el sector minería e hidrocarburos es hoy mucho más importante y que su participación en el PBI es ahora tres veces más grande (pasó de 4,7% a 14,4%). Cuando en el segundo semestre aumente la producción de Toromocho y Antamina, se dará el efecto inverso impactando positivamente en el PBI. Esta es la principal razón para esperar que el segundo semestre sea mejor que el primero.
En el caso de la inversión privada, la cosa es distinta. Muchos, incluido el gobierno, atribuyen su estancamiento a la situación internacional, particularmente a la desaceleración de China (que ha ocasionado menores precios de los metales industriales) y a la subida de las tasas de interés que ha causado un freno en la entrada de capitales hacia los países emergentes. ¿Es esta una razón suficiente para explicar la caída en la tasa de crecimiento promedio de la inversión privada, desde el 13,3% por año por los últimos diez años a cero en la primera mitad de este año? Yo creo que no. China viene creciendo a tasa similar por más de dos años (7,7%) y la economía mundial, aunque lentamente, se viene recuperando (este año se proyecta que crecerá 3,3% frente al 2,9% del 2013). Los precios de los metales, si bien más bajos, mantienen niveles superiores al promedio de los últimos diez años. Particularmente el cobre a su precio actual de US$3,25 por libra y el oro a US$1.300 por onza hacen del Perú un país muy atractivo frente a países competidores.
Lo cierto es que, en el freno del crecimiento de la inversión privada, las causas internas tienen tanto o más peso que aquellas atribuibles a causas externas.
En abril del 2013, cuando crecíamos vigorosamente y la popularidad del presidente se hallaba en su pico más alto, advertí en este mismo espacio (El Comercio, 27 de abril del 2013) que era el propio gobierno el que introducía un inútil ruido político que se traduciría en una caída de las expectativas empresariales a las que seguiría el freno de la inversión privada.
¿Se justifica el miedo causado por la actual desaceleración? A mi juicio no. El próximo año y el siguiente creceremos bastante más porque se duplicará la producción de cobre y tendremos los efectos positivos de las recientes medidas para mejorar el ambiente de inversión sumadas al inicio de la construcción de grandes proyectos de infraestructura privados. Pero otro bache más serio será inevitable si no se lanzan hoy las reformas estructurales de cuya urgencia nadie duda.