(Ilustración: Víctor Aguilar)
(Ilustración: Víctor Aguilar)
Carlos Basombrío Iglesias

La segunda ola del COVID-19 parece estar ya empezando. La ministra Pilar Mazzetti advirtió la posibilidad con pelos y señales en su presentación a la Comisión Especial COVID-19 del Congreso hace ya dos meses.

Lo que dijo en aquella ocasión fue turbador, pero pasó virtualmente desapercibido, dominada la escena por la barbarie política en que vivimos. Ya por entonces las serias denuncias de corrupción contra Martín Vizcarra dominaban la vida política y luego fue vacado; después el inefable Merino duró seis días y Sagasti ya ha enfrentado graves crisis; y, como no, el Congreso sigue haciendo innumerables atrocidades que apuntan a destrozar el equilibrio fiscal. ¡Qué país puede concentrarse en los problemas vitales cuando suceden todas estas cosas!

Recordemos lo que Mazzetti anunció sobre la segunda ola: “Si el ataque fuera de bajo riesgo, se tendrían 811.000 casos con 100.000 los hospitalizados, 5.000 pacientes que necesitarían atención en UCI (…) En un segundo escenario de mediano riesgo serían 1,6 millones de casos, 205.000 hospitalizados y casi 10.000 necesitarían atención UCI (…) Mientras que en el escenario más riesgoso serían 2,4 millones de casos, 306.000 necesitarían hospitalización y casi 15.000 llegarían a servicio de UCI”. (Gestión, 12 de octubre del 2020).

Hay indicios que ya está llegando. Se sustentan en los incrementos importantes de casos en varias regiones e, incluso, en el agregado nacional ya hay cambios de tendencia en porcentaje de casos que dan positivo, en ocupación de UCI y en número de fallecidos.

No sabemos si las peores proyecciones del Minsa se van a cumplir o si la disciplina de los peruanos en el uso de mascarillas pudo ayudar a que sea solo “un tumbo”, como lo ha descrito el presidente Sagasti.

Lo que sí sabemos es que el expresidente Vizcarra, siempre ávido de aprobación inmediata (y casi siempre consiguiéndola), le mintió al país en relación a las vacunas. En el marco de una de sus tantas entrevistas para defenderse de los cargos por corrupción que se le imputan, aseguró que “el Perú contará en el primer trimestre del próximo año con una vacuna contra el COVID-19”. Por esos mismos días su canciller Mario López sostenía: “El Perú se encuentra en la primera fila y en los primeros lugares para acceder a la vacuna (…) firmó acuerdos vinculantes con Pfizer y la iniciativa Covax Facility, mediante los cuales se asegura una cantidad de dosis de vacunas que permitirán atender a más de 11 millones de peruanos el primer trimestre del 2020”.

El viceministro de Salud Pública hace dos días en Agenda Política de Canal N ha señalado que “no existe un cronograma para la llegada de las vacunas”, que, “de pronto” para el segundo semestre se puede iniciar la vacunación…”. Ese “de pronto” puede ser incluso un buen deseo, ya que como señala Antonio Pratto del Comando Vacuna, a Covax Facility solo se le ha pagado una garantía de compromiso (y a Pfizer nada). Pratto no deja dudas: “El Minsa no firmó acuerdos cuando debió hacerlo”.

¿Cómo explicar mentiras tan crueles?

Si nos guiamos por lo que señala “The Economist”, una de las revistas más prestigiadas del mundo, el Perú recién tendrá un proceso de vacunación en serio en el 2022. Siendo que, salvo Bolivia, todos nuestros vecinos lo van a tener en el 2021, no queda sino concluir que acá se reemplazó acción eficaz con palabrería barata.

En resumen: parece que entramos a la segunda ola del COVID-19 y que las vacunas solo las veremos por televisión.

No es el primer fracaso de Vizcarra en relación al virus. Nos embarcó en una larguísima cuarentena y toque de queda desde las 8:00 pm que destruyó la economía, colocándonos al terminar agosto del 2020 como el país con la peor recesión del mundo. Se hubiese podido justificar, si con ello se hubiese logrado un buen resultado frente al virus. Hemos sido, sin embargo, por muchos meses el país del planeta con más muertos per cápita y ahora estamos segundos, solo detrás de Bélgica

Martín Vizcarra divide su tiempo entre responder a acusaciones de corrupción cada vez más corroboradas y buscar un asiento en el Congreso de la mano con Daniel Salaverry; uno de los más arteros operadores políticos del fujimorismo en su exitoso objetivo de tumbarse al gobierno de Kuczynski; uno que, además, pidió su renuncia como vicepresidente, acusándolo de incompetente. No me queda duda de que se van a llevar bien y que ambos han hecho un buen negocio político.

Sin embargo, sea desde su futura curul o desde su asiento de acusado en una corte de justicia, el expresidente Vizcarra le debe al país muchas explicaciones por los graves errores (muchos de soberbia) y falsedades en el manejo de la pandemia.