HUGO GUERRA
Periodista
Semana y media después de emitida, queda en claro que la sentencia de La Haya representa un avance clave en la restauración de los derechos peruanos sobre su heredad marítima, pero una vez más Tacna se sacrifica. Por tanto, no es momento para continuar con triunfalismos forzados, pero tampoco para derrotismos. Menos aun para quebrar la unidad nacional cuando el militarismo chileno amenaza.
Advirtamos lo que se viene: Heraldo Muñoz, canciller designado para el próximo gobierno de Bachelet, está generando un conflicto artificial y peligroso a partir de la patraña sobre el “dominio del triángulo interno”.
Desconocer con descaro el Tratado de 1929 y violar la frontera terrestre en el intento de reemplazar el punto Concordia por el Hito 1 puede traer consecuencias graves para una relación bilateral que bien podría evolucionar a auténticos niveles de cooperación y complementación.
Asimismo, llamar “alta mar” al triángulo externo recuperado por el Perú como zona económica exclusiva es un acto deliberado de provocación. Otro tanto debe decirse respecto al disparate de exigirle al Perú que firme la Convención del Mar para ejecutar la sentencia; algo necio por cuatro motivos: 1) nada puede condicionar ese cumplimiento; 2) la argumentación jurídica peruana ante la corte se alineó con la normativa de Convemar; 3) toda norma interna, incluida la constitucional, se subordina al fallo; 4) un Estado soberano no puede aceptar la imposición espuria de terceros países.
Debe puntualizarse lo mismo al planteamiento chileno de que se firme un compromiso de no reclamación ulterior de tipo fronterizo, pues la dignidad del Perú es incompatible con el sometimiento a cualquier exigencia vergonzante.
En este contexto de maniobras sibilinas de los chilenos, la reunión de mañana de los cancilleres y ministros de Defensa (2+2) poco puede aportar. Y si no se devuelve la buena fe jurídica y no se ejecuta de manera rápida el fallo, involucionaremos a un punto de conflicto lamentable. Eso puede implicar pronto un cambio de la relación bilateral, comenzando por no prolongar la política de cuerdas separadas.
Para afrontar ese reto, debemos mantener claridad de objetivos, por ejemplo, cerrar cualquier debate mañoso sobre el cumplimiento del Tratado de 1929, advirtiéndole a Chile que si lo desconoce tendrá que afrontar las consecuencias del desconocimiento boliviano de sus fronteras. Necesitamos también una inmediata movilización de recursos económicos y promocionales públicos y privados para compensar a Tacna de su nuevo infortunio. Y requerimos acelerar las capacidades disuasivas de nuestras Fuerzas Armadas para prevenir que el aventurerismo militarista de Chile se desboque.
En el frente interno urge, entonces, detener esa malsana tendencia al derrotismo y al acuchillamiento de juristas y diplomáticos que sí han hecho una brillante labor de defensa del interés nacional, tratando no solo de restaurar los derechos patrios en el mar, sino también de minimizar el daño infligido por el descuido y los errores de quienes no fueron prudentes en el cuidado de nuestra heredad nacional en la década de 1950.
¡Habrá tiempo para la crítica dura! ¡Hoy es momento de mantenernos alertas y unidos frente al enemigo común!