(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Javier Díaz-Albertini

Asimetría de información. Así de claro es el problema que existe en la relación entre productores y consumidores. Entonces, ¿por qué en los últimos días hay los que opinan que esclarecer información sobre productos es una suerte de “anticapitalismo”? Qué curioso, porque estaba seguro de que el mercado funcionaba mejor cuando se reducían las diferencias en información entre los agentes económicos.
En las sociedades premodernas, la distancia entre productor y consumidor era mínima. En una economía de autoconsumo todo ocurría al interior de la misma familia o comunidad. Es decir, se conocía cómo estaban hechas las cosas y, además, el consumidor podía controlar directamente el proceso productivo.

Al hacerse más compleja la producción, se acrecienta la brecha en la información que maneja el productor con respecto al consumidor. La fábrica normalmente se encuentra lejos y produce fuera del escrutinio público. Muchos de los productos provienen de enormes corporaciones que presionan y hacen cabildeo a favor de normas que no siempre convienen al consumidor. Mientras que la mayor parte del consumo es realizado por individuos o familias atomizados. Asimismo, los bienes y servicios cada vez son más complejos, surgidos de un avance tecnológico y científico poco comprendido por la mayoría.

¿Qué podemos hacer ante esta asimetría de información? Bueno, es recomendable asumir las siguientes actitudes y comportamientos:

1. Desconfía. En Roma decían “caveat emptor” que significa “comprador, ten cuidado”. Como el productor maneja mayor información, siempre existe la posibilidad o tentación a que engañe. Muchos dirán que la trampa llevaría a la pérdida de reputación y eventualmente del negocio. Pero la asimetría de información es de tal magnitud que permite “pequeños engaños” que no necesariamente ponen en riesgo a la empresa. Si no, cómo explicamos la política de obsolescencia planificada de General Motors el siglo pasado o las artimañas de Volkswagen en el nuevo milenio. En lo positivo, una de las formas de disminuir la desconfianza y el riesgo es ofrecer políticas de devolución y garantías al producto, como muchas empresas y legislaciones han aprobado.

2. Estudia. En la actualidad circula suficiente información como para evaluar la calidad de muchos bienes y servicios antes de comprarlos. Sin embargo, vivimos en una era de mucho dato que nos abruma y confunde. Inclusive los mismos productores intervienen generando información vía su presencia en los medios y difundiendo los resultados científicos que les conviene. Por años las empresas tabacaleras tenían evidencia empírica de la relación del cigarrillo con el cáncer, pero la ocultaron e incluso cuestionaban los resultados de otros científicos reputados. Hoy, muchas corporaciones niegan públicamente que exista el cambio climático. De ahí la creciente importancia que tiene la prensa en educar al ciudadano consumidor y desenmascarar a los productores inescrupulosos.

3. Exige regulación. El consumidor necesita al Estado como aliado para contrarrestar la asimetría. No basta ser consumidores desconfiados y capacitados. Se requiere la imposición de estándares de calidad, etiquetado claro, advertencias, definiciones inequívocas, entre otros. Por ejemplo, ¡qué bueno que exista la FDA que regula los medicamentos!

Todo lo dicho no quita el hecho de que nuestro Estado es débil, ineficiente y –a veces– corrupto. Esto genera suspicacia sobre los intentos reguladores o la falta de ellos. También el alto nivel de informalidad lleva a que muchos bienes y servicios no estén supervisados, dejando a tantas personas desamparadas. El reto es superar estas dificultades.

Se necesita de parte de todos los productores lo mismo que exigimos del Estado y el consumidor: transparencia. Para lograrlo, debemos llegar a acuerdos técnicos de lo que define un bien o servicio. No basta decir que algo es chocolate porque todo el mundo lo acepta como tal. Es casi lo mismo afirmar que la ignorancia es una bendición. Cuando era niño, el cura en el colegio trataba mi distracción a reglazos y todos lo llamaban disciplina. Hoy en día sabemos que es una forma de abuso físico y está prohibido.