Patricia del Río

El resultado de las últimas ha sido deprimente, pero absolutamente predecible. Luego de varios procesos electorales en los que ganaban candidatos insospechados que aparecían a último minuto, esta vez la votación se repartió entre los punteros, los partidos fueron derrotados por los movimientos regionales y los ganadores sacaron votaciones modestas, hechas a la medida del desgano de los electores. Hasta el ausentismo resultó de manual. Ahí donde la gente tiene plata para pagar la multa prefirió quedarse en su casa antes que marcar una cédula que no le ofrecía nada interesante.

En aquellas oportunidades en las que surgió una alternativa de último minuto para los electores, esta se caracterizó por ofrecer alguna gracia. Jorge Muñoz en las municipales del 2018 se perfiló como una opción sensata frente a la prepotencia de Urresti. Los pescaditos del Frepap, que dieron la sorpresa en las congresales del 2020, parecían hechos a la medida de un elector con ganas de enrostrarle a la clase política que esas elecciones eran una payasada, y Pedro Castillo logró captar el voto de aquellos peruanos que encontraron en su figura a alguien que representaba sus orígenes, sus circunstancias de vida.

Sería un exceso atribuirles a estos candidatos o partidos alguna injerencia en las decisiones de quienes los eligieron. En ninguno de los tres casos, el triunfo fue producto de una campaña electoral diseñada para captar votos. Ni siquiera estuvo motivado por el carisma de un candidato que se hizo visible a último minuto. Nada más lejano. Da la impresión, más bien, de que los votantes estaban esperando que surgiera algo o alguien que le diera sentido a su elección. Que apareciera una alternativa, aunque sea lúdica, que le ganara al voto inercial o al viciado.

Pero esta vez, por lo menos en Lima, no hubo plan b. Forsyth se volvió atractivo muy tarde y su único gancho era no ser Urresti o López Aliaga. De ahí, la aparición del resignado ‘hashtag’ #Kenmequeda que se hizo tan popular en Twitter horas antes de la elección. La desidia alcanzó tales dimensiones que la llamada “Lima moderna” en la que uno hubiera pensado que López Aliaga despertaba furor, no se levantó del sofá dominguero para asegurarse de que Urresti no le fuera a ganar por puesta de mano.

Cero emoción. Nada. Frente al estrepitoso fracaso de los partidos políticos, que no tiene pinta de que se vaya a resolver, los electores hace tiempo buscan individuos, no organizaciones, que les ofrezcan algo de qué agarrarse. Están dispuestos a elegir personas que les hablen de sus problemas y les prometan resolverlos rápido. Si para eso se tiene que volar la ley, no importa. Si antes han robado o matado, pero van a hacer una gestión eficaz, para adelante. Los peruanos están tan cansados del roba y no hace obra (principio elevado por Castillo hasta la categoría de dogma) que el corrupto que se presente como eficiente tiene más opciones de ganar una elección que el honrado considerado inútil. Y ni siquiera con esos estándares tan bajos los ciudadanos encuentran quién los entusiasme.

Tras el desastre de la pandemia y el que va a dejar este Gobierno, la necesidad de encontrar al superhéroe que resuelva este desmadre irá aumentando. Los partidos políticos están muy lejos de satisfacer en lo más mínimo esta y otras expectativas. Por eso, estamos asistiendo al surgimiento y caída de líderes disforzados que, por más que lo intentan, no logran enganchar con la población. El estilo prepotentón de López Aliaga no ha tenido el gancho que muchos esperaban. Por lo menos hasta ahora.

Pero los ciudadanos siguen en su búsqueda. La desidia del último domingo no ha sido más que una respuesta a la precariedad de la oferta. La demanda está ahí, dormida, quién sabe si lista para despertar a un monstruo.

Patricia del Río es periodista