En medio de la ola de muerte, desolación e indignación que azota a nuestro planeta, el fallecimiento del científico y humanista chileno, Humberto Maturana (1928-2021), pasó casi desapercibido. Biólogo, filósofo y epistemólogo, el aporte de Maturana al pensamiento latinoamericano es notable, tanto en el campo de la biología del conocimiento como en el de la organización de los seres vivos y la teoría de sistemas. Cuando descubrí “De máquinas y seres vivos: una teoría sobre la organización biológica (1972)”, me entusiasmó la apuesta del autor por la complejidad, pero, especialmente, por la “biología del amor”. En esa clave, Francisco Varela, su discípulo, señala que los estudios sobre “el fenómeno de la vida”, que junto con su maestro desarrolló en la Universidad de Chile, apuntaban a celebrar la majestad y el poderío de la existencia humana. La noción de una “circularidad inalienable” entre el acto de conocer y vivir –esto es que la experiencia vivida es la base de la exploración científica de la conciencia– confrontó aquella que veía a la vida como una sorpresa, surgida de un mundo material muerto y sin significado. En ese sentido, Maturana recordaba que durante su larga convalecencia de una tuberculosis, que contrajo de adolescente, llegó a la conclusión que siempre existía la posibilidad de empezar de nuevo si uno abrazaba la vida con el respeto y veneración que ella merecía. Para alguien cuya madre le regaló de niño la luna –haciéndole notar que tenía el mundo a su disposición–, la felicidad era producto del desapego del poder, pero también de la autonomía y la capacidad de abrirse al mundo, creando y responsabilizándose del acto creador.
¿Cuál es la relevancia de las ideas de Maturana en estos tiempos de dolor extremo donde la violencia, física y verbal, se impone, y ya nada parece tener sentido en la degradada y vil política peruana? La obra del científico santiaguino, que no dudó en abrazar las humanidades para llevar sus estudios a un nivel superior, se centra en un término denominado “autopoiesis”. “Los seres vivos somos sistemas autopoiéticos moleculares”, es decir, “sistemas moleculares que nos producimos a sí mismos”. Ciertamente, todo ser vivo es un sistema cerrado que está continuamente recreándose y, por lo tanto, reparándose, manteniéndose y modificándose. De esa manera, la vida deja de ser una entelequia para convertirse en un proceso concreto en el cual cada uno es responsable de curar heridas propias pero también ajenas. Y esto se ha visto claramente en estos tiempos de pandemia, donde el cuidado del otro –basta con ver esas larguísimas colas para conseguir oxígeno y salvar la vida de la madre o el hermano– ha primado sobre cualquier otra consideración. La “fenomenología de la experiencia”, como la llama Varela, vuelca la vida mental hacia el campo de la acción que es al final la preservación de la especie. Y es ahí –en un sistema de salud pública de calidad, pero también de una vivienda digna y una alimentación saludable para millones de compatriotas– en lo que debemos trabajar arduamente en la etapa de reconstrucción política, económica y cultural que se nos viene. Luego de vencer la pandemia, etapa final del reino de la muerte donde habitamos por décadas, corrupción y terrorismo de por medio.
“Sin aceptación y respeto por sí mismo, uno no puede aceptar y respetar al otro. Y sin aceptar al otro como un legítimo otro en la convivencia, no hay fenómeno social”, nos recuerda Humberto Maturana, quien, asimismo, analizó la importancia del lenguaje y de la conversación en las relaciones humanas. Más aún “un ser humano emerge como una persona adulta cuando en su conducta cotidiana surge espontáneamente como un ser autónomo y ético, capaz de colaborar desde el respeto por sí mismo y por los otros, pues no tiene miedo a desaparecer en la colaboración”. Para nadie es ajeno que estamos atravesando uno de los momentos más penosos y trágicos de nuestra historia republicana. Y, en ese sentido, la lucha por el poder es el norte que guía a los contendores de esta justa electoral, donde lo que está en juego es el control del Estado peruano y sus prebendas. Sin embargo, estoy segura que la “fenomenología de la experiencia” pandémica expresada en las miles de historias de entrega, dolor y sacrificio de nuestros compatriotas nos iluminarán el camino hacia el reencuentro con la majestad de la vida que, durante siglos, venimos maltratando y denigrando sin piedad.
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