"El diagnóstico, entonces, está clarísimo. La culpa de todo lo que les ha ocurrido la tienen unos fulanos interesados en dividirlos. Es decir, los otros". (Ilustración: Mónica González)
"El diagnóstico, entonces, está clarísimo. La culpa de todo lo que les ha ocurrido la tienen unos fulanos interesados en dividirlos. Es decir, los otros". (Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

está golpeada. No solo por lo ocurrido el 30 de setiembre (que de golpe tuvo bastante), sino por lo deteriorada que está su imagen a raíz de la pobre performance política que nos ha regalado en los últimos años. No hace falta recordar con qué ínfulas llegaron al Congreso los 73 representantes de ese partido que alcanzaron una curul en las elecciones del 2016, y cómo luego todo ello se fue convirtiendo, como decía el poeta, “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”. Y también en porcelanato, por supuesto.

Ya antes del zarpazo vizcarrista, en cualquier caso, la situación del fujimorismo era penosa. Los blindajes a bellacos de toda extracción, la administración cuchipandera de la Mesa Directiva y los intentos de castigar a la prensa que pretendía fiscalizarlos habían terminado por transformar el robusto árbol de respaldo que alguna vez ostentaron las encuestas en un modesto bonsái. Y en el camino, además, la bancada se había ido desgranando, Kenji había sido purgado de forma hostil y las historias de financiamientos ocultos, tantas veces negadas, habían empezado a adquirir visos de inquietante verosimilitud.

Ahora, no obstante, deben prepararse para enfrentar las elecciones parlamentarias de enero y, ante el riesgo de obtener en ellas un resultado que no les deje ni para el té, un clamor de renovación y cambios se ha dejado escuchar internamente. Pero lo más interesante de todo, en realidad, es que parecen haber detectado por fin quién tiene la culpa de la división que los ha dejado tan maltrechos y los ha hecho proclives al desaguisado.


—Diagnóstico a la carta —

En un intercambio de mensajes epistolares producido esta semana, el ingeniero y su hija han identificado, efectivamente, el origen de sus males. Así, el expresidente ha escrito: “Lamento profundamente que algunas personas interesadas han venido desuniendo a mi familia, perjudicando con esto hasta el movimiento que yo mismo fundé”. Mientras que la actual lideresa de Fuerza Popular ha respondido: “Estoy segura [de] que no es la primera, ni será la última vez que algunos intenten separarnos”.

El diagnóstico, entonces, está clarísimo. La culpa de todo lo que les ha ocurrido la tienen unos fulanos interesados en dividirlos. Es decir, los otros.

¿Cómo pudieron esos insidiosos inducirlos a una conducta tan sistemáticamente desacertada? Esa parte de la teoría todavía no está muy desarrollada, pero en las cartas que comentamos se pueden encontrar algunas pistas al respecto; particularmente, en las escritas por el ex jefe del Estado.

Dice él en la primera de las dos misivas que dirigió a Keiko en estos días que “quienes choquen con la unidad no tienen lugar en la familia fujimorista”. Y en la segunda advierte que, para cumplir con lo que antes había denominado “el gran reto” (unir a sus hijos), “es indispensable renovar en todo sentido”. Afirmaciones de las que se puede colegir, primero, que el enemigo se encuentra dentro del entorno más cercano a la familia y, segundo, que quizás hasta ocupe un cargo en la estructura del partido (de ahí la apremiante necesidad de renovación).

La señora Fujimori, por su parte, se da por enterada de lo que su padre sugiere y, apuntando evidentemente en la misma dirección, anota que “ha llegado el momento de volver a empezar”. Una idea ciertamente loable, pero que teníamos la impresión de que ya había sido puesta en marcha hace un año, cuando, a punto de iniciar la prisión preventiva que todavía padece, ella declaró que había comprendido que el odio y la confrontación no solo estaban haciéndole daño a su familia, sino a todos los peruanos, y que estaba dispuesta a promover “un verdadero reencuentro entre todos los sectores políticos”. Anunció también en esa oportunidad cambios en la dirigencia de Fuerza Popular. Cambios que, según parece, no fueron eficaces, pues, de acuerdo con el diagnóstico de las cartas, los pérfidos interesados en provocar la desunión subsisten todavía en la ‘nomenklatura’ partidaria.


—Un candil, un perro lobo—

Si fracasaron en el primer intento, sin embargo, tal vez en esta ocasión consigan su propósito. Y en cualquier caso, la decisión de escudriñar bien a los que los rodean indica que el fujimorismo aprende de sus errores, pues ya una vez cometió desatinos, delitos y atropellos inducido por “los otros”. O, para ser más precisos, por un “otro” particular.

Durante el gobierno del ingeniero Fujimori, como se recordará, tuvimos golpe de Estado, secuestros, desaparecidos, congresistas comprados al peso, corrupción en abundancia y mil otras calamidades que todos asumimos orquestadas por el propio presidente. Pero cuando el castillo de naipes se vino abajo, descubrimos pasmados que en realidad todo había sido parte de un plan perverso de su asesor Vladimiro Montesinos, y que el mandatario no se había dado cuenta de lo que pasaba porque andaba muy ocupado aprendiendo los pasos de “El baile del Chino”.

Fue aquello sin duda un gran infortunio, pero ahora, por lo que parece, no los van a agarrar distraídos. Nos imaginamos desde ya a Keiko y a su padre pasando revista a sus cuadros (o, bueno, trasladándole el encargo a alguien de toda su confianza porque ellos, como se sabe, por el momento están impedidos de dejar su encierro) con un candil en la mano y un perro lobo al lado, capaz de olfatear a la primera a los taimados que pudieran pretender que el destierro de Kenji se prolongue.

Advertidos están, entonces, esos “otros” que alguna vez llamaron al benjamín de los Fujimori “pobre diablo”, perpetrador de “actos cobardes” o afectado por “graves problemas para argumentar sus ideas”: esta vez su veneno no hará presa del expresidente ni de su hija, que se han declarado, más bien, dispuestos a empezar todo de nuevo.

Que la brumosa Providencia o alguna misericordiosa divinidad pagana se digne a echarnos una mano.