El tecnócrata prepara una regulación para formalizar el empleo juvenil. Se ha convencido –gracias a la opinología de numeritos en cada párrafo– que para llegar al Primer Mundo hay que reducir la informalidad como sea. Los think-tanks promovidos por el empresariado dan el espaldarazo necesario. De hecho, una vez que salga la ley, el poder fáctico se compromete a una declaración pública en “prime time”. El ‘outsider’, ahora en el poder y presumiendo de estadista, da el visto bueno convencido de que pasará a la historia. En el fondo, sin partido ni perro que le ladre carece de alternativa. Su esposa, la primera dama, asumirá el rol comunicacional para que todo camine derecho.
Más o menos así funciona el gobierno de un proyecto personalista. Ante la ausencia de un partido político que lo vincule con algún sector de la sociedad, el ex ‘outsider’ busca algún sostén estructural. Arisco a políticos formales (adversarios o aliados), pretende ganarse la confianza del empresariado a través de la contratación de tecnócratas “independientes” sin experiencia política. El desgaste de sus gabinetes ha acelerado la renovación ministerial, permitiendo el ascenso de una clase técnica a puestos de alta decisión política. Estamos frente a otro “triángulo sin base” (Cotler dixit): la tecnocracia, el empresariado y el proyecto personalista forman un triunvirato sin reino, un castillo de arena.
En la acera del frente, la oposición sufre de males similares. Aunque el fujimorismo y el Apra cuentan con tecnopols, son avaros en términos de iniciativa legislativa. No presentan una regulación novedosa ni luchan por una reforma. Aguardan al 2016 o algún desliz del oficialismo para devolver el hostigamiento. La rutina legislativa los ha convertido en socios pasivos del ‘establishment’ hasta que la sociedad, fragmentada y desorganizada, envíe alguna señal. Desde un ‘flashmob’ (la repartija) hasta una movilización espontánea en plena época navideña (las marchas en contra de la ‘ley pulpín’), los gobernados son capaces de mover el piso en contextos donde el oficialismo y la oposición carecen de vínculos sociales. Bienvenidos al mundo del equilibrio de baja intensidad.
El hecho de que la sociedad no se encuentre representada no significa que no tenga demandas. Sus reivindicaciones (remuneración digna con derechos laborales, entre otras) estimulan manifestaciones sin orden ni estrategia; estallidos espontáneos que aunque no escalan a movimiento social se reproducen por la terquedad de los gobernantes. Empero, es un juego en el que todos pierden: el triunvirato se deslegitima, la oposición no capitaliza ni intentando audaces acrobacias ideológicas (PPK) y la sociedad afectada asume demasiados costos y pocas ganancias.
¿Cómo reconstruir la confianza ciudadana? Solo la consistencia programática ayuda a generar fidelidades –y hasta identidades– en contextos de ausencia de intermediadores. Este gobierno ya no tiene remedio, pero la lección queda para los futuros inquilinos palaciegos. Gobernar con la propuesta electoral es la mejor manera de asegurar genuinos defensores, porque alquilarlos te convierte en la mediocridad que ahora padecemos. Ello implica no esquivar el debate ideológico (pro empresa vs. pro trabajador) que tenemos al frente.