"Me parece curioso lo poco que se habla de cómo los escándalos de corrupción han afectado nuestro crecimiento". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"Me parece curioso lo poco que se habla de cómo los escándalos de corrupción han afectado nuestro crecimiento". (Ilustración: Víctor Aguilar)
Javier Díaz-Albertini

El miedo es una emoción que surge ante la percepción de peligro o amenaza, real o imaginario. Es un mecanismo esencial de supervivencia. En el caso de los seres humanos, esta percepción es mucho más compleja, ya que además de involucrar aspectos fisiológicos, instintivos o de aprendizaje situacional, también entran a tallar las dimensiones psicológicas y socioculturales. Muchos miedos son “fabricados” sea por ideologías, religión, política u otros intereses.

El politólogo francés Dominique Moïsi hace unos diez años publicó el libro “La geopolítica de las emociones” (2009), en el cual postula que el choque entre civilizaciones también ocurre sobre la base de las emociones. Critica así la idea de que la racionalidad sea prácticamente el único eje en las relaciones internacionales. Opina que hay ciertas emociones que caracterizan una cultura y, en la actualidad, Occidente muestra una cultura del miedo, las sociedades árabes y musulmanes están atrapadas por la humillación, mientras que buena parte del Asia exhibe una cultura de esperanza.

¿Qué ocurre en Occidente? Son culturas que se sienten amenazadas en diversos frentes, lo cual alimenta sus miedos. En términos económicos se conciben intimidadas por el gran desarrollo de Oriente. Se juzgan sociedades inseguras, sea por la delincuencia o el terrorismo interno y externo. Están asustadas por la creciente inmigración porque sienten que sus sociedades dejan de pertenecerles, desvaneciendo sus identidades nacionales. A esto se añade el temor a los riesgos que implica la intimidad y a comprometerse con otros. Son culturas que han perdido confianza en sí mismas.

¿Cómo se reacciona ante el miedo? Normalmente, el temor activa respuestas que, en inglés, se resumen en tres efes: ‘fight’-‘flight’-‘freeze’ (‘luchar’-‘huir’-‘paralizar’). Expertos indican, sin embargo, que lo más común es huir, ya que la misma idea de un posible enfrentamiento desencadena otro temor profundo: al dolor.

El miedo juega un papel esencial y complejo en la política, pero me gustaría comentar dos principales usos. Lo más común es utilizarlo para generar mayor ansiedad y aprovecharse de ello. Tomemos el caso de la aprensión que causan los inmigrantes. Muchos líderes irresponsablemente fomentan la xenofobia al propagar estereotipos y prejuicios que caracterizan al inmigrante como delincuente, portador de enfermedades, violador, etc. Así canalizan el temor a su favor mediante discursos populistas y nacionalistas, presentándose como personas fuertes que protegerán a la sociedad ante la amenaza.

Hay una segunda forma menos común de utilizar el temor. Consiste en convencer a los ciudadanos que el miedo se puede combatir y para ello se deben tomar medidas conjuntas y participativas. Un ejemplo claro fue Franklin D. Roosevelt, que –en su discurso al asumir la presidencia de su país en plena Gran Depresión– les dijo a sus conciudadanos: “Lo único que debemos temer es al mismo miedo”. Poco después anunciaba una serie de medidas que enfrentarían directamente los traumas del desempleo, la crisis financiera y el hambre que inmovilizaba a su pueblo.

Nuestro país actualmente enfrenta una crisis profunda que llama a cambios. Muchos de ellos –sin duda alguna– producen miedo porque nos sacan de una zona de confort a la cual nos hemos acostumbrado a pesar de su sordidez (corrupción, impunidad, blindaje, inequidad). Ante ello, la mayoría de los políticos y la prensa llama a no hacer nada y mantenernos en una suerte de limbo hasta el bicentenario. ¿Con qué extraña esperanza? ¿De que los problemas se resuelvan solos? ¿O que nuevas elecciones corrijan los problemas del pasado?

El miedo –nos dicen– es que si se toman medidas nos llevarán a una inestabilidad política que afectará el desempeño económico. Me quedo atónito. ¿Acaso no fue una política mal entendida del “dejar hacer” lo que permitió que empresas inescrupulosas se apropiaran de los recursos de todos los peruanos? Me parece curioso lo poco que se habla de cómo los escándalos de corrupción han afectado nuestro crecimiento. ¿Y aun así queremos mantener intocables a las instituciones y la clase política que ha blindado este festín infecto? No pues, en estos momentos temer al cambio es hacerle el juego a los que quieren que el país siga siendo su botín.