¿Qué hay en un selfie? De todo, menos un autorretrato. Aunque nada impide que puedan hacerlo, los selfies no suelen ofrecer rendijas hacia el mundo interior de sus autores. No hay guiño en ellos, ni insinuación de una trastienda ni magnetismo alguno. No hay nada por descifrar.
Este desinterés por el backstage que todos llevamos dentro no tiene por qué considerarse un fracaso, por supuesto. Porque un selfie no busca ser un autorretrato. Ninguno entre los millones de selfies que desembocan en el ciberespacio cada treinta segundos pretende mostrar nada que no sea la mera superficie. Porque un selfie tiene vocación de postal y es así como debe tomarse. Y aunque a veces despida la inquietante sensación de ser la vitrina de una tienda que puede que no exista, se trata a fin de cuentas de una de esas cosas que la gente sencillamente hace.
Pero al leer la noticia sobre la muerte en Portugal de una joven pareja que, en presencia de sus dos pequeños hijos, cayó del acantilado desde cuyo borde intentaba tomarse un selfie, me pregunto si no hay detrás de este triste y estúpido accidente una metáfora a la que prestarle atención. Después de todo, es posible que los selfies, a pesar de no retratar a nadie, nos retraten un poco a todos.
¿Qué hay en un selfie, entonces? Algo más que una simple y superficial autofoto. Porque en realidad la captura de nuestra imagen por nosotros mismos recién se convierte en un selfie cuando la hemos subido a la web. El selfie es el mensaje que va dentro de la botella que lanzamos al ciberocéano. Un mensaje que esperamos sea recogido y atendido por quienes hacen parte de nuestra red. Un mensaje que puede decir “mira dónde estoy” o “mira con quién estoy” o “mira cómo me veo” o simplemente “¡mírame!”, pero que en el fondo dice una sola cosa: “dame un like”.
Porque en el universo paralelo de las redes sociales, ese ambiente que para bien y para mal se ha fusionado con nuestra noción de realidad y que hemos pasado a habitar casi sin darnos cuenta, los likes son nada menos que la medida de nuestra existencia. Son nuestro ráting, nuestra cotización en bolsa, nuestro valor. O al menos así parece que podemos llegar a sentirlo.
Los seres humanos tenemos la capacidad de crear herramientas para modificar nuestro entorno. Pero tenemos también la cualidad de poder ser modificados por este de vuelta. No somos impermeables a nuestras creaciones. ¿Será posible que el entorno virtual que hemos creado y en el que ocupamos tanto de nuestro tiempo nos esté transformando gradualmente en seres cada vez más virtuales? ¿Estaremos mutando, convirtiéndonos en unos Tamagotchis de carne y hueso que podemos morir si no recibimos nuestra diaria porción de likes?