Nombrar es recordar, por Gonzalo Torres
Nombrar es recordar, por Gonzalo Torres
Redacción EC

El emblemático grupo de teatro lleva por nombre una palabra quechua que la traducen como “estoy recordando” o “estoy pensando”, palabra que define su esencia y hecho teatral. Es, de alguna manera, hacer presente el pasado y ese “vivir el presente” va al meollo de lo que es el hecho teatral en sí mismo. Así también los nombres de las cosas guardan la historia de ellas mismas, más aún los nombres de los lugares. Cada sitio en la ciudad lleva, en mayor o menor medida, el recuerdo y la historia de su proveniencia que es, en esencia, la historia de la ciudad y por ende la historia de los limeños.

Los antiguos nombres de las calles de nuestro son el ejemplo perfecto de lo antedicho. Al contrario de nuestras costumbres actuales, cada cuadra llevaba un nombre distinto que hacía eco o evocaba a figuras, hechos o actividades pretéritas y cada una cuenta una parte de la historia de la ciudad.

Hay algunas calles cuyo origen es conocido u obvio como, por ejemplo, Mercaderes o Portal de Escribanos que nos recuerdan los oficios que allí se establecieron y que nos cuentan, físicamente, la dinámica histórica de la ciudad, en algunos casos estableciendo una continuidad temporal: Mercaderes es la tercera cuadra del , calle muy comercial hasta el día de hoy. Hay una vieja callejuela en el barrio del Rímac que hasta el presente se llama Camaroneros y que nos recuerda que el río Rímac alguna vez nos proveyó de aquel riquísimo crustáceo.

Hay otros nombres menos obvios o que su origen está perdido en la leyenda como Yaparió o del Huevo que aunque su origen es incierto, la leyenda misma nos recuerda el carácter y la personalidad limeña. Cuando en 1862 se modernizó el sistema nominal de las calles limeñas por el actual, se fue perdiendo un poco la memoria de la ciudad, aunque el proceso tomó mucho más tiempo que la ordenanza oficial pues la gente hasta los años cincuenta y sesenta aún llamaba a esas calles por sus nombres antiguos. Hoy, ya no.

El caso más lamentable es el del Parque de la Reserva que aunque aún se llama así, cuando se construyeron los juegos de aguas, la oficialidad lo llamó y la gente lo nombra así por la obviedad de su origen. Haberlo llamado así es un error por lo tautológico de su nombre, nunca más será otra cosa que un parque de aguas. En 1926 cuando se construyó el parque, se quiso rendir un homenaje a los reservistas, miembros de la sociedad civil de Lima que se concentraron allí en defensa de la ciudad durante los momentos finales de la Guerra del Pacífico, aún cuando lo construido dentro no nos indicase nada acerca de ese homenaje.

Hoy hemos desvinculado ese nombre de la memoria de los hechos del pasado y al hacerlo se va olvidando la historia. Al hacerlo hemos condenado al ostracismo el sacrificio de los que entregaron sus vidas para defender a la ciudad. No es sólo un nombre, es la historia que hay detrás. Los nombres hacen presente la historia, nos recuerdan. Y ya deberíamos saber cuán importante es recordar.