(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Ignazio De Ferrari

Tras la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski a la presidencia, son muchas las voces que, desde todos los rincones del espectro político, exigen que Martín Vizcarra alcance de inmediato un pacto político con la oposición legislativa. Lo que se lee entre líneas es que Vizcarra llegue a como dé lugar a un entendimiento con Fuerza Popular en aras de la esquiva “gobernabilidad”. ¿Pero es esa la verdadera gobernabilidad que necesitamos? ¿O es al revés, y es el Congreso el que debe buscar un acuerdo con el presidente en base al programa que su gobierno exponga? 

Cuando Kuczynski tomó las riendas del país en julio del 2016, este columnista escribió que el presidente estaba condenado a tener que ser popular. Me refería a que sin un partido organizado ni un sistema de alianzas dispuesto a sostenerlo, y con un Congreso controlado por el fujimorismo, el mandatario estaba obligado a mantener altos niveles de aprobación para no perder la iniciativa política. La aprobación no acompañó al presidente, quien se vio arrinconado por Fuerza Popular durante buena parte de los 20 meses que estuvo en el poder. Lo que fue cierto para Kuczynski entonces, lo es más aún hoy para Vizcarra. Si el flamante presidente no conecta con la calle, difícilmente llegará al 2021.  

Si algo debe tener claro Vizcarra a estas alturas es que lo que Odebrecht y los videos de esta semana se llevaron es la paciencia de la población con la clase política. Para ser popular el presidente debe mandar un mensaje inequívoco contra la corrupción. Si no el “que se vayan todos” lo terminará incluyendo a él. Frente al relato histórico de que somos un país que tolera la corrupción, no hay que olvidar lo siguiente. Los últimos dos presidentes que perdieron el puesto –Fujimori y Kuczynski– no se fueron por recortar las libertades (Fujimori) o no haber reactivado la economía (Kuczynski). Renunciaron envueltos en escándalos de corrupción. 

En nuestra democracia de la desconfianza, los presidentes no son premiados con el favor popular por los pactos políticos que sellan. Por el contrario, para muchos, pacto es sinónimo de prebendas, de acuerdos bajo la mesa como los revelados esta semana. Además, es difícil imaginar que el Congreso actual –más impopular que el presidente saliente en sus momentos más críticos– sea un aliado fiel. Ante la próxima crisis –que inevitablemente sucederá– zafarán el cuerpo con el fin de salvar lo poco que quede del incendio. Por eso, por más difícil que esto parezca al inicio, el presidente no debería olvidar que gobernar sin pacto es mejor que hacerlo con uno malo.  

En política, las batallas se ganan cuando se fijan los términos del debate. Por eso, desde el día uno Vizcarra debe hacer explícito el relato de su presidencia, que debería girar en torno a la lucha contra la corrupción, la defensa apasionada de las instituciones y la reactivación económica. Esto debería incluir una serie de reformas como el financiamiento público de la política y darle facultades y recursos materiales a los entes electorales para fiscalizar y sancionar a las organizaciones políticas informales (y a las delictivas). Si Vizcarra logra definir el terreno sobre el que se juega el partido, si logra hacerle ver a la oposición qué puntos de su programa no son negociables, el Congreso se verá obligado a seguirlo y darle un pacto de gobernabilidad porque necesitarán al presidente más de lo que ellos lo necesitan a él. ¿Había acaso algún político que en julio del 2001, al final de la transición, no quería tomarse una foto con Valentín Paniagua? Esta vez, si Vizcarra no se adueña del relato de su presidencia, terminará, como su antecesor, de rehén del fujimorismo.  

En la democracia sin partidos, la popularidad presidencial es casi un fin en sí mismo. La experiencia del presidencialismo latinoamericano nos muestra que cuando presidentes populares se enfrentan a sus parlamentos, por lo general salen victoriosos. La presión ciudadana suele doblegar a las fuerzas del establishment. De modo que, presidente Vizcarra, defina el norte de su gestión y gobierne sin miedo. Usted tiene la oportunidad histórica de construir un perfil político propio en torno a la lucha contra la corrupción y la defensa del Estado de derecho. Si lo hace, la república lo premiará. Haga de la presidencia un instrumento para hacer el bien.