En la teoría de las organizaciones, existe el “principio de Peter” o de incompetencia (por su autor, el Dr. Laurence Peter, no por ‘Peter Castle’), el cual sostiene que “en toda jerarquía, las personas van ascendiendo hasta alcanzar su nivel de incompetencia; y en el tiempo, todo puesto termina siendo ocupado por alguien que es incompetente para cumplir sus obligaciones”. La Presidencia de la República del Perú ha alcanzado ese punto.
El propio presidente Pedro Castillo pareció admitirlo cuando en su mensaje por los 100 días de gobierno se quejó de quienes pretenden que en tres meses “un campesino solucione todos los problemas”. Como declaré en “Perú21″ (11.11.21), lo único rescatable hasta hoy ha sido la prosecución de la vacunación iniciada en la gestión de Francisco Sagasti. Todo lo demás fueron mentiras (”la asamblea constituyente es un clamor popular”, algo contradicho por las encuestas), declaraciones sin concreción –”segunda reforma agraria”, “masificación del gas”– o flagrantes omisiones a, por ejemplo, nombramientos que van desde lo cuestionable hasta lo delincuencial. En resumen: pura inestabilidad. Este Diario ha calculado que, en promedio, se cambia un ministro cada 11 días. Bajo ningún parámetro una gestión así pasa ninguna valla. Menos para el puesto más alto.
Aunque no suelo adherir las comparaciones fáciles entre la empresa privada y el sector público, el liderazgo es un elemento común a ambos. Jack Welch, famoso exCEO de General Electric (GE), analizaba el de Barack Obama usando como criterios: visión, capacidad de comunicar (su visión), articulación de equipos, capacidad de rápida reacción y autenticidad. ¿Cómo imagina Castillo el Perú del 2026? Nadie sabe, porque o no lo imagina o no lo comunica. ¿Cómo viene articulando equipos? Sin comentarios. Reacciona con lentitud pasmosa. Pudiendo ser auténtico –como acaso ningún mandatario previo–, ha convertido el uso de símbolos como el sombrero (bajo techo) y la vestimenta evo-chavista en una pantomima. Su desconfianza lo hace ver lejano (salvo para el entorno chotano). Según el profesor de Stanford Hayagreeva Rao, las funciones de los líderes se pueden agrupar en dos categorías: funciones de estrella –como identificar objetivos, comandar batallas (reales o simbólicas) o negociar alianzas–, y funciones de guardián –como distribuir recursos, arbitrar conflictos, castigar indisciplinas y organizar cuidados asistenciales–. El presidente no destaca ni en las estratégicas funcionalidades de estrella ni en las operativas de guardián.
Ahora bien, a mayor disfuncionalidad de una organización, previsiblemente mayor incidencia habrá en verificación del “principio de Peter”. Un estado virreinal –monárquico en lo administrativo, como lo califiqué citando a Juan Bautista Alberdi (11.09.21)– pareciera ser el caldo de cultivo perfecto para su cumplimiento. Si bien el Dr. Peter sostenía que “difícilmente encontraremos […] un sistema en el cual cada funcionario haya alcanzado su nivel de incompetencia”, la coyuntura actual –Estado disfuncional y liderazgo incompetente– parece desafiar la observación y hacernos temer que nos encaminamos hacia la generalización de la incompetencia. El proceso de deterioro de nuestra administración pública, ya agravado en el Gobierno de Martín Vizcarra con sus “gabinetes de viceministros”, parece haberse acelerado como por obra de esteroides.
Lo bueno es que la incompetencia es reversible; las competencias se adquieren. Por citar solo dos teorías cognitivas (no necesariamente contradictorias): ya sea a punta de ejercerlas en la práctica o vía “pensamiento lateral” –aplicación por analogía de conocimientos de otras disciplinas–. Algunos creen que la experiencia magisterial o sindical del presidente-profesor haría el milagro. Pero advertía hace poco el psicoanalista Jorge Bruce que tal vez el “síndrome del impostor” –la creencia o conciencia de ser inapto para el puesto– podría inducir al presidente a autoboicotearse inconscientemente.
En medio de este complejo panorama no solo político, también incluso cognitivo-psicológico, se ha puesto sobre la mesa la discusión sobre la eventual incapacidad moral del mandatario. Ella durará varias semanas o meses, y habrá tiempo para abordarla oportunamente, con calma, perspectiva y argumentos constitucionales. Lo que no parece ni sabio ni oportuno es decirle a cualquier funcionario, público o privado, antes de cualquier análisis sobre sus actos o competencias, “no importa lo que hagas, sigue haciendo las cosas mal, porque sacarte será en todos los casos ilegal/inconstitucional”. Nada puede ser más contraproducente para tratar de remediar la constatación del “principio de Peter” que otorgar irreflexivamente al incompetente la estabilidad laboral absoluta.
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