"El Perú no debe asumir que la relación de China con EE.UU. será igual a la del pasado". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"El Perú no debe asumir que la relación de China con EE.UU. será igual a la del pasado". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Roberto Abusada Salah

En mi columna anterior (), esbocé algunos aspectos de lo que será un prolongado conflicto de supremacía económica, tecnológica y militar entre China y EE.UU., algo que muchos empiezan a definir como una nueva Guerra Fría. Se trata de un proceso que puede tener enormes consecuencias para nosotros. China es el primer socio comercial del Perú, con inversiones crecientes en el país. El crecimiento chino es importante en la evolución de los precios de las exportaciones peruanas, y es determinante en la tasa de crecimiento mundial de la que depende una economía abierta y pequeña como la peruana. Más allá de aspectos netamente comerciales, el futuro de la relación geoestratégica entre China y EE.UU. impactará en el desarrollo económico y político peruano.

Quizás la caracterización de este conflicto como una ‘Guerra Fría’ no sea del todo adecuada. Si bien alude a la contienda entre EE.UU. y la Unión Soviética desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín, los adversarios actuales tienen características y objetivos geopolíticos muy distintos. EE.UU. tiene una interrelación económica muy intensa con China, como jamás la tuvo con la Unión Soviética. Los dos países tienen amplios y contrapuestos intereses militares en Asia. EE.UU. tiene aliados en el continente asiático a los que apoya militarmente frente a China. Al mismo tiempo, China es para EE.UU. un actor muy importante en la relación con Corea del Norte y necesita de su palanca diplomática para contener las ambiciones nucleares de Pyongyang. Por último, los dos países han devenido rivales tecnológicos en áreas tan diversas como las de semiconductores, inteligencia artificial, robótica o exploración espacial.

La dificultad particular que tiene EE.UU. al negociar con China radica en el dominio absoluto que el Partido Comunista Chino (PCC) ejerce sobre el gobierno. El PCC es, de facto, el soberano, y el gobierno el ejecutor de sus mandatos. Xi Jinping es el presidente de China, y es también el secretario general del PCC. Esto explica en gran medida el fracaso de las negociaciones llevadas a cabo el mes pasado. En estas negociaciones, el equipo del Gobierno Chino estuvo dirigido por el viceprimer ministro Liu He, un economista con ideas reformistas que estudió en Harvard. Los temas tratados incluyeron demandas estadounidenses de reformas estructurales (verificables) que atiendan la solución de problemas de apropiación de propiedad intelectual y subsidios estatales, entre otros. Algo que Xi Jinping no estuvo dispuesto a aceptar.

El encuentro de Trump con Xi este fin de semana en Osaka (Japón), con ocasión de la reunión de los líderes del G20, enfrentará las mismas dificultades, por lo que creo que no tendrá éxito. En el mejor de los casos, se logrará acordar un cronograma para nuevas negociaciones. El problema es que EE.UU. está demandando un cambio fundamental en el modelo de ‘economía de Estado’ que rige en China, un punto que no es aceptable para este último.

La ostensible decisión de China parece estar ya tomada: esperar a que Trump no sea reelegido y, en ese propósito, China seguirá usando la herramienta arancelaria para castigar al presidente estadounidense mellando su apoyo en los estados que concentran las exportaciones agropecuarias. También seguirá postergando la ejecución de inversiones por US$250 mil millones en algunos estados de EE.UU. Esas inversiones fueron anunciadas durante la visita de Trump a China en el 2017. Gran parte de ellas estaban planeadas para realizarse en West Virginia, un estado empobrecido que votó mayoritariamente por Trump en el 2016.

Así, este escenario de conflicto entre las dos potencias probablemente se extenderá con distinta intensidad durante años. Los aranceles son solo una de las armas que ambos países están esgrimiendo en una histórica disputa de hegemonía.

El Perú no debe asumir que la relación de China con EE.UU. será igual a la del pasado, en la que China era básicamente una nación en vías de desarrollo que exportaba bienes intensivos en el uso de su abundante y barata mano de obra y escaso contenido tecnológico. Se trata hoy de la segunda economía más grande del mundo (la más grande si se mide en términos de poder de compra) con la manifiesta aspiración de alcanzar económicamente a EE.UU. y ejercer su influencia geopolítica en el mundo. Creo que para las autoridades políticas y económicas del país será de crucial importancia un seguimiento cercano de los eventos que definen esta múltiple contienda entre China y EE.UU. Lamentablemente, el Perú no parece estar preparado para mitigar ni aprovechar los efectos de este profundo cambio en el escenario internacional.