“Urresti, manu militari y aplausos”, por Alberto Villar Campos
“Urresti, manu militari y aplausos”, por Alberto Villar Campos
Redacción EC

Mi hija Catalina cumplió ayer 5 meses de vida. Catalina es, también, el nombre de la pequeña hija de Luis Choy, el fotógrafo de El Comercio a quien mataron en la puerta de su casa el 23 de febrero del año pasado. Mañana se cumplen un año y cinco meses de este crimen cuyo verdadero culpable –el que ordenó su muerte– no está aún tras las rejas. El caso es todavía una herida muy dolorosa entre quienes lo conocimos.

Puede que en el escritorio del ministro del Interior, –el cual asegura nunca ver, pues prefiere trabajar en las calles–, se apolille el informe que la policía hizo de la muerte de Choy, un caso que, aunque ahora espera una investigación judicial, le convendría revisar si le interesa llegar al fondo del problema del país: la inseguridad ciudadana.

La luna de miel de Urresti –mañana cumple un mes en el cargo: ¡qué mala fecha, el 23!– debería ya terminar. Treinta días han sido, no cabe duda, suficientes para que el ministro exhiba al país y a su institución sus cualidades de ‘showman’. Sus 720 horas en el cargo –résteles las apenas dos diarias que asegura reservar para el sueño– bien podrían servir para armar un suculento western en el que él sería el gran sheriff que desarticula bandas, incauta armamento y presenta a delincuentes como si fueran pan recién salido del horno, a su paso por cada pueblo.

No es broma: sus asesores de prensa llenan a diario nuestros correos electrónicos con conferencias en las que se anuncia que el ministro presentará “resultados de operativos” en todo el país.

Lamentablemente, la manu militari de Urresti ha logrado poco o nada en comparación con sus predecesores. Es, para decirlo claramente, pura bulla, logros que cualquier comisario podría tener y simplemente no mostrar, pero que el ministro necesita para cumplir su misión.

Martín Acosta, periodista de esta casa, evaluó el primer mes de gestión del ministro que más congenia con la rigidez que el presidente Humala busca inyectar a ese sector, y el resultado era el que muchos esperábamos desde la primera vez que lo vimos: iba a hacer todo lo que estuviera a su alcance para hacernos olvidar la famosa “percepción” de inseguridad de , y por ello puso en espera la gran reforma policial que se necesita desde hace décadas.

Porque no se trata de decomisar pistolas que luego no sabe cómo rastrillar, o de confesar que es un insomne ‘workaholic’ o de detener a falsificadores que un día después estarán en las calles, libres y listos para seguir con lo suyo. Se trata de responder a la gente por qué sujetos como o Rodolfo Orellana siguen prófugos, o por qué aún sabemos que si nos pasamos un semáforo en rojo y un policía nos para, podremos darle unos soles y todo arreglado; o por qué sabemos que un policía de mal humor es un policía mal pagado; o que los robos a un paso de tu casa no se acaban solo porque alguien dice que todo está solucionado.

Se trata de que nos expliquen por qué alguien puede ponerle precio a tu cabeza y matarte y haya ministros del Interior que prefieran un aplauso a responderte.