Ilustración: José Carlos Chihuán
Ilustración: José Carlos Chihuán
Carlos Galdós

La señora con su camioneta coreana va a cruzar la avenida Dos de Mayo con Los Eucaliptos. Una ciclista pasa y, según la primera, en actitud desafiante y provocadora, le obstruye el paso. La ciclista baja de su vehículo, la señora sigue en el suyo y, según ella, como los demás choferes la presionaban para avanzar, entonces avanzó con su ‘mionca’ y dejó la ‘cleta’ debajo de la llanta, lista para ser vendida como chatarra al señor del fierro-catre-botella. ¿Y si se ponían a conversar un ratito y solucionaban su problema de manera pacífica? Al parecer eso es tan complicado como pedirles a los fujimoristas que no sean vengativos y dejen de lado su claro objetivo de sabotear al gobierno que les ganó la elección.

En San Isidro hay una señora que no soporta los ladridos de un perrito en el parque Fray Melchor. Se acerca a la trabajadora del hogar que saca a la mascotita a hacer su pichi y su caca de la tarde (en la zona dispuesta para ello por la misma municipalidad). Como el perrito sigue ladrando, la distinguida vecina del distinguido distrito no tiene mejor idea que dejar de lado sus distinguidas formas para comenzar a vociferar improperios y frases llenas de contenido racista a la empleada del hogar. Cuentan los vecinos que la señora de apellido Chocano usualmente reacciona así con todos los perros en ese espacio público destinado a los perros. Justo pasa por ahí un par de solidarios muchachos que le piden a la señora que se tranquilice. Como si estuviera con rabia perruna, agrede físicamente a los defensores, pero ahí no queda la cosa. Minutos después llegan los refuerzos familiares, su esposo, su hija y comienza la bronca de pandilleros. Opción 1: la señora no tomó su dosis de rivotril esa tarde y estaba un poquito alteradita. Opción 2: la señora y su familia son barras bravas y, como ya no pueden ir al estadio a pelear, se la desquitan con cualquier transeúnte. Opción 3: se trata de unos pobres vecinos VIP de San Isidro (Very Imbécil People).

Un señor está esperando para aparcar su auto en el estacionamiento del centro comercial en Camacho. Como los lugares son escasos y aburre esperar, a otra señora en su camionetota le entra el chispazo criollo y madruga instantáneamente al primer vehículo. Obviamente, el chofer baja a reclamarle a la pícara dama su pendejísimo accionar y esta, sueltita de huesos, le responde con un cariñoso “salgan de acá, cholos de mierda”. La policía llega y no tiene los pantalones suficientes para poner orden. El serenazgo hace de conciliador vecinal y, una vez aceptada la falta y perdido el tiempo, todo vuelve a la normalidad. Cabe destacar la gran capacidad de la serena para serenar los ánimos tanto del agraviado como de la agraviante. Soy sereno que sereno soy cuando viene la serena del serenazgo y pone serenidad.

La tarde del miércoles llevaba a mi hija a sus clases de karate y justo a media cuadra de la academia un señor con una alcancía me pide una colaboración para los niños que sufren de cáncer. Mi delito fue decirle “discúlpame, no tengo nada” porque efectivamente, y aunque usted no lo crea, yo, como la mayoría de peruanos, llego a fin de meses lacio, misio, muca, con huecos en los bolsillos y la tarjeta de crédito en rojo. Parece que al señor no le gustó mi respuesta y socarronamente miró a su compañero de ayuda social y le dijo en voz alta: “Pssst, trabaja en la televisión y dice que no tiene nada. Ojalá nunca necesites ayuda”. Es decir, me tiró toda su porquería de frustración encima y en la cara de mi hija. Ya estoy acostumbrado a que crean que soy un acaudalado hombre de medios de comunicación. Me reí, respiré hondamente, llegué a la clase de mi hija y le pedí al senséi que me preste un ratito el saco de arena para meterle unos cuantos puñetitos.

Últimamente da la impresión de que estamos comiendo hamburguesas de vidrio molido... Vamo a calmarno ya.

Esta columna fue publicada el 3 de junio del 2017 en la revista Somos.