Editorial: Ejercicios de estilo
Editorial: Ejercicios de estilo
Redacción EC

La llegada de Pedro Cateriano a la Presidencia del Consejo de Ministros ha venido acompañada por tres cambios más en el Gabinete, entre los que destaca el relevo de Gonzalo Gutiérrez por Ana María Sánchez en la cancillería, que algunos han visto con preocupación.

Por un lado, se escuchan versiones de que fue el propio Gutiérrez quien quiso alejarse de la cartera de Relaciones Exteriores; y, por otro, se afirma que fue más bien el nuevo jefe de Gabinete quien precipitó la situación. En lo que todas las lecturas coinciden, sin embargo, es en que existían entre ellos diferencias importantes acerca de cómo debía ser enfrentado el problema suscitado por el espionaje chileno del que nuestro país fue objeto. Gutiérrez habría representado, en esa interpretación, la opción moderada e inclinada a resolver la tensión por la vía estrictamente proporcional y diplomática; mientras que Cateriano, una más estentórea. 

En medio de estas especulaciones, se olvida, no obstante, el tono de lo expresado por el presidente Ollanta Humala sobre esta materia, apenas un día antes de conocerse la designación de Cateriano como primer ministro y con ocasión del envío de la segunda respuesta chilena con relación al referido problema. 

Si bien fue firme el mandatario en señalar que “no cabe otra cosa que exigirle [a Chile] que responda a las demandas que estamos haciendo de manera explícita”, también dijo en esa oportunidad que el Perú quiere “que este hecho sea resuelto de manera satisfactoria a los intereses nacionales y que podamos establecer una relación pos-La Haya de manera franca, transparente, erradicando este tipo de prácticas”. Y habló, asimismo, de trabajar con la cancillería a fin de “contribuir para que a partir de ahora podamos construir una nueva relación con Chile de manera sólida, transparente y de mutua confianza”. Palabras que marcaban un evidente contraste con el “esto no se queda así nomás” de un mes atrás y que parecieron un esfuerzo por recoger la reciente invocación de la presidenta Michelle Bachelet a que ambos países demostremos al mundo la grandeza de dos pueblos que “no pueden ni deben quedar atrapados en un pasado” que los ha dividido.

¿Podría ese escenario haberse modificado con la llegada de Cateriano a la Presidencia del Consejo de Ministros? Pues sería de esperar que no. No solo porque el cambio de estilo que él ha prometido puede ser de provecho también en el frente externo, sino además porque lo que está en juego en nuestras relaciones con Chile no es baladí.

Para empezar, la colonia peruana es la más grande en Chile, pues más de 150 mil compatriotas nuestros viven allí y constituyen el 30% del total de los residentes extranjeros en el país.

El Perú, además, es el octavo socio comercial de Chile, y, después de Argentina, el país con el mayor número de empresas chilenas en su territorio.

Las inversiones peruanas en Chile, por otro lado, alcanzan los US$8.500 millones, mientras que las inversiones mapochas en nuestro país superan los US$13.600 millones. Ambas naciones, adicionalmente, han consolidado, junto a México y Colombia, una iniciativa medular para la región: la Alianza del Pacífico, zona de libre comercio que comprende cerca del 50% del volumen de esa actividad en América Latina. Todo ello por no hablar de lo que significan nuestras buenas relaciones con Chile en el marco mayor de la geopolítica del subcontinente.

Las razones, entonces, para tratar, no solo de preservar, sino de alentar el intercambio comercial y cultural, así como las buenas relaciones con nuestro vecino del sur son abundantes. Y eso es algo que se puede lograr dentro de la esfera diplomática sin perder por ello la legítima defensa de nuestros intereses y nuestra dignidad como país.

El tono asumido por el presidente Humala en sus últimas declaraciones sobre la tensión creada por el espionaje chileno apunta en la dirección correcta. Y todos esperamos que el liderazgo del Gabinete asumido en estos días por un político experimentado y capaz de ejercitarse en la mesura que la hora le exige, como Pedro Cateriano, constituya un acompañamiento eficaz en ese esfuerzo.