(Foto: El Comercio)
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Editorial El Comercio

El alcalde de Lima, , ha visto mellada en los últimos tiempos su otrora imbatible popularidad. La encuesta que Ipsos realiza mensualmente para este Diario reveló esta semana que su aprobación entre los limeños ha caído 8 puntos porcentuales en un solo mes (de 37% a 29%), mientras que su desaprobación ha registrado el fenómeno inverso (se ha incrementado del 58% al 66%).

Tales cifras, por lo demás, solo vienen a confirmar una tendencia que empezó a hacerse evidente en abril de este año, cuando la desaprobación al burgomaestre capitalino superó por segunda vez a la aprobación. El bajón de esta última en aquella oportunidad fue, como se recuerda, de 16 puntos porcentuales (de 52% a 36%).

Sin embargo, a pesar de ser muy llamativa, la caída no es sorprendente y, en nuestra opinión, se relaciona en gran parte con una cierta vocación del alcalde de Lima por responder con ambigüedades o tratar de soplar la pluma cuando las responsabilidades de algún desaguisado tocan las puertas de su administración.

A través de varios editoriales, en efecto, hemos subrayado aquí la ausencia de explicaciones claras de su parte ante distintos episodios que se ajustan a esa descripción. Como, por ejemplo, cuando se lo interrogó por la venta del predio de Campoy, o cuando, tras la caída del puente Talavera, por una crecida del río en medio de la emergencia de El Niño costero, declaró: “La ingeniería tiene un límite que es superado siempre por la naturaleza”.

Dos tragedias ocurridas recientemente en la capital, por otra parte, lo han mostrado bajo esa misma luz mortecina. La primera fue el incendio desatado hace menos de un mes en la galería Nicolini, en Las Malvinas, y que costó la vida a dos jóvenes que trabajaban encerrados en unos contenedores colocados indebidamente en el lugar. Y la segunda, el accidente del cerro San Cristóbal, que dejó hace poco más de una semana 10 muertos y más de 40 heridos.

“Mire una cosa, yo tengo entendido que esos contenedores son anteriores. No son colocados durante nuestra gestión”, fue todo lo que supo decirle a la prensa con respecto al incendio y sus consecuencias. Y a propósito del bus turístico que se volcó, prefirió aparentemente que la hablara por él. “La administración y fiscalización de la vía que da acceso al cerro San Cristóbal es competencia de la Municipalidad del Rímac”, señaló esta en un tuit institucional… A pesar de que fueron ellos quienes emitieron la autorización para que el vehículo en cuestión prestase el servicio indicado y que la titularidad del predio que corresponde al referido cerro fue transferida tiempo atrás al municipio capitalino (nada de lo cual, por cierto, exime a la Municipalidad del Rímac de su propia dosis de responsabilidad en el problema).

No tuvo que pasar mucho tiempo, no obstante, para que Castañeda mismo se pronunciara en su peculiar estilo al respecto. Consultado este lunes efectivamente por los medios acerca de por qué no asistió el martes 11 a la citación que le hizo la Comisión de Descentralización y Gobiernos Locales del Congreso para que respondiera sobre el tema, exclamó: “Se cae el bus y […] dicen que prácticamente yo lo he manejado”. Lo que no solo no constituye una verdadera respuesta a lo que le preguntaron, sino que además dramatiza falazmente –pues nadie le ha imputado lo que él alega– los cuestionamientos planteados a su administración en este penoso asunto.

Exagerar los cargos que pesan sobre uno para luego victimizarse clamando inocencia es un recurso ya ensayado por otros políticos en el país, con resultados, en el mejor de los casos, risibles. El alcalde debe por eso dejar los giros histriónicos y empezar a definir y afrontar adecuadamente la porción de responsabilidad que le toca en esta como en otras espinosas materias, si no quiere seguir viendo evaporarse el respaldo que los limeños alguna vez le dispensaron a manos llenas.