El presidente Martín Vizcarra participa en una ceremonia por el 78° aniversario de las FAP, ayer. (Foto: Sepres).
El presidente Martín Vizcarra participa en una ceremonia por el 78° aniversario de las FAP, ayer. (Foto: Sepres).
Editorial El Comercio

El domingo se publicó en este Diario de El Comercio-Ipsos. Según esta, la desaprobación al presidente , que ha crecido en cuatro puntos porcentuales en comparación con el mes anterior (del 41% al 45%), ha pasado a superar su aprobación, que registra una caída de seis puntos en contraste con la medición de junio (del 50% al 44%). Una lectura estricta de los números, ciertamente, podría llamar a la calma al Ejecutivo, pues a estas alturas Vizcarra se halla mucho más valorado de lo que se encontraban sus últimos cuatro antecesores cuando atravesaban su decimosexto mes de gestión: (27%), (43%), (31%) y (23%).

No obstante lo anterior, existe una lectura del último sondeo que nos parece importante resaltar y que sugiere que la estrategia del Ejecutivo de hinchar el músculo ante el –que le trajo innegables réditos en el pasado reciente– parece haber perdido su novedad y, con ello, su efectividad para concitar el respaldo ciudadano. Veamos.

La primera vez que el presidente se midió directamente al Legislativo fue hace un año, cuando planteó durante su mensaje a la nación, entre las que destacaba la no reelección inmediata de los parlamentarios. Al mes siguiente, su aprobación registraba que se mantuvo durante algunas semanas.

Prontamente, en setiembre, el mandatario anunció que presentaría una y su impacto fue contundente: y su aprobación consiguió mantenerse por encima del 60% en las mediciones de octubre, noviembre, diciembre y enero de este año.

Finalmente, un tercer momento de la pugna entre Ejecutivo y Legislativo se dio a fines de mayo, cuando el jefe del Estado volvió a anunciar –esta vez por la reforma política– que se tradujo en un crecimiento inmediato en su aprobación . No obstante, al contrario de las dos anteriores, esta vez la subida no parece ser tan orgánica, pues se desinfló tan rápidamente como llegó y en el último sondeo el presidente ya había perdido seis de los ocho puntos ganados tras la confrontación con el Parlamento.

Y es que una interpretación rápida de esta recaída sugiere que el recurso de poner contra las cuerdas al Congreso ha perdido parte de su atractivo de antaño. Pues, si bien es cierto, la irresponsable obcecación de la mayoría fujimorista en el hemiciclo fue un obstáculo mayúsculo tanto para la gestión ppkausa (deponiendo ministros y colocando cortapisas a las acciones del Ejecutivo) como para buena parte de la gestión vizcarrista, la circunstancia de que hoy esa fuerza luzca bastante debilitada –con 19 congresistas menos en su bancada, sin el control de la Mesa Directiva y con su lideresa en prisión– hace que enfrentarla se perciba como menos meritoria. O dicho de otra forma, la explicación de que el gobierno no puede exhibir avances en su gestión por las trabas de un grupo que ni siquiera puede evitar las críticas desde dentro ya no luce tan creíble, pues no es lo mismo mostrar las garras ante un rival corpulento que hacerlo ante uno que se percibe magullado.

Más bien, otra lectura de la pérdida de apoyo al presidente se podría basar en los magros resultados que exhibe su gestión en algunos indicadores clave –como la reactivación económica, la inseguridad ciudadana y la prevención de los conflictos sociales– que, 16 meses después de haber tomado el cargo, ya comienza a demandarle (y con razón) la ciudadanía.

En buena cuenta, pues, el camino para que Vizcarra recupere el apoyo perdido parece recaer en registrar avances en su gobierno. Reinstalar la pugna con el Congreso, al parecer, ya no sería suficiente para recuperar adhesiones, pues, como sabemos todos, las historias tienden a no causar el mismo impacto cuando nos las cuentan por segunda (o tercera) vez.