A los profesionales de la política suele amedrentarles el que se anuncie la extinción del parlamentarismo. Si alguien se atreve a dar como posible la caducidad de ese régimen que Montesquieu consideraba insuperable por su perfección dentro de una democracia, caen sobre sus espaldas el estigma de enemigo de la libertad. No se concibe en nuestro país el fin de un sistema que todos, en privado, consideramos desacreditado y decadente. Muchos creen que el Parlamento se regeneraría si es depurado convirtiéndose en auténtica expresión popular.
H.L.M.