La conferencia que más recuerdo de mis años de estudio profesional fue dictada por Kenneth Boulding, autor de un texto de economía obligatorio de esa época. La historia de la humanidad, dijo, puede dividirse en tres etapas. La primera fue la precivilización, cuando el trabajo era inevitable para todos. Luego llegó la era de la civilización, cuando bastaba que trabajara el 90% de la gente para alimentar a todos. Hoy, dijo Boulding, empieza una tercera etapa, la poscivilización, cuando la tecnología hará que el trabajo de apenas el 10% de la población sea suficiente para alimentar a todos. La pregunta que nos dejó fue: ¿Cómo pasará el tiempo esa gran mayoría que ya no necesita trabajar? La conferencia fue hace medio siglo y nunca dejó de intrigarme.
Pero hoy, repentinamente, la pregunta está en labios de todos, impulsada por el salto tecnológico de la inteligencia artificial y la robotización, y por la evidencia de un creciente desempleo en los países más avanzados. Warren Buffett, multimillonario por sus poderes de vidente, nos advierte de un futuro “enormemente disruptivo”. La preocupación hace recordar el miedo que inspiraron las primeras máquinas de tejer inventadas en el siglo XIX, motivando el movimiento ludita. Tejedores manuales, amenazados por la nueva tecnología, salieron a destrozar las nuevas maquinarias. ¿Empieza la era poscivilización pronosticada por Boulding?
Para ayudarnos a comprender tamaña posibilidad, sugiero revisar un poco la historia. Si nos fijamos solamente en los números del empleo, diríamos que poco ha cambiado en el mundo. Hasta hoy, las cifras del desempleo no representan un cambio sísmico.
Pero los datos pasan por alto un enorme cambio cualitativo. Hace un par de siglos la gran parte del trabajo en el mundo se realizaba en el campo con el hombro, usando pico y pala, en el Perú la chaquitaclla. Cuando llegó la revolución industrial, el empleo se trasladó a la manufactura y, como señala el nombre mismo, se realizaba mayormente con las manos. Hoy descubrimos que el trabajo del nuevo milenio es realizado por la persona entera, quizás algo del hombro, algo más de las manos, pero más que nada con el cerebro, la imaginación, el corazón, la intuición, la sensibilidad artística, la creatividad y la empatía. Jeremy Rifkin, uno de los mejores reporteros de los efectos de las nuevas tecnologías y quien acuñó la frase “el Internet de las cosas”, resalta la importancia que tienen las “habilidades sociales” en el trabajo del nuevo milenio. Podríamos decir que el trabajo ha pasado de ser un producto del hombro a ser una obra del hombre –y mujer– entera.
Ese cambio histórico describe la oferta, pero no la demanda de trabajo. No resuelve el vaticinio de Boulding en cuanto al número de trabajadores que demandarán las necesidades de vida en el futuro. Sin embargo, creo que la lógica de Boulding se basa demasiado en los bienes materiales cuya demanda es evidentemente saciable. Pero la producción en el nuevo milenio consiste más y más en servicios cuya demanda potencial es casi ilimitada, trátese de educación, de entretenimiento, de salud, de seguridad, de belleza. Quizá tendremos trabajo para rato.