Terminado un conversatorio en el que participamos por invitación de una prestigiosa universidad, se levantó un alumno y preguntó: Si tanto ha crecido la economía, ¿cómo es que no se ve una mejora en el nivel de vida de la gente? Claro que se ve –le respondimos–; solo que para verla hay que abrir los ojos.
Sospechamos que la pregunta no era lo que podríamos llamar una pregunta verdadera. No tenía la intención de despejar una duda o quizás cuestionar la premisa del crecimiento llamando la atención sobre la falta de un bienestar generalizado que debería seguirse de ella (‘tollendo tollens’, como dicen los profesores de lógica). Su intención era, más bien, dar por sentada dicha falta para forzar en la mente del auditorio una conclusión: que el “modelo” solamente beneficia a unos cuantos.
Piense el lector en lo absurdo de semejante conclusión. En los últimos diez años el tamaño de la economía peruana ha pasado, en soles de hoy, de 320 mil a 580 mil millones. Ese es el valor de las cosas que producimos en un año y la suma total de nuestros ingresos, que no es sino la otra cara de la medalla. Quiere decir que los ingresos de todos los peruanos han subido 260 mil millones de soles. Es imposible que ese aumento esté concentrado en pocas manos.
Supongamos que toda esa plata hubiera ido a las 5.000 familias (digamos) que tienen casa de playa en Asia. Cada una tendría que estar ganando más de 50 millones de soles al año. Parece mucho. Supongamos, entonces, que hubiera ido a un grupo un poco más extenso: a las 130 mil familias que viven en San Isidro, Miraflores, Surco y La Molina, supuestamente los distritos más acomodados del país. Cada una de ellas tendría que haber visto crecer sus ingresos en 2 millones de soles. También parece mucho. ¿Dónde están los yates y los jets privados de toda esa gente? ¿En qué tiendas compran sus joyas y sus chocolates?
Los grandes números solamente admiten una explicación: los beneficios del crecimiento están diseminados por toda la población. No podría ser de otra manera. Un crecimiento como el que hemos tenido no es algo que cae del cielo y se reparte por orden de llegada, sino el resultado de los esfuerzos de millones de personas.
La mejora en las condiciones materiales de vida se manifiesta de múltiples maneras. Fijémonos en algunas no tan obvias.
Hace diez años la mitad de la demanda insatisfecha de vivienda en Lima estimada por Capeco estaba en el rango de cero a 15 mil dólares. Hoy la mitad de la gente busca casas de 40 mil dólares para arriba. La mitad de las viviendas censadas a nivel nacional en 1993 tenían piso de tierra. Eso ahora ha cambiado. Tres de cada cuatro casas construidas desde entonces y hasta el censo del 2007 lo tienen de madera, de loseta o de cemento.
Entre los años 2000 y 2012 los casos de tuberculosis bajaron casi a la mitad, de 156 a 83 por cada cien mil habitantes. El número de afiliados al seguro integral de salud aumentó 30% entre el 2008 y el 2013, llegando a casi 14 millones de personas. El número de atenciones se duplicó. La longevidad podría ser un buen indicador del tipo de vida que llevamos, un resumen del nivel de ingresos, la alimentación, la vivienda y el cuidado de la salud. En el 2000 había 750 mil peruanos mayores de 70 años, menos de 3% de la población. Este año se estima que son un millón trescientos mil, más del 4%.