En la aeronavegación existe un término maravilloso: el piloto automático. Este es un sistema para manejar un avión con la menor atención continua del piloto para cada detalle. Sin embargo, no se reemplaza completamente al conductor.
Hace poco tiempo, el economista Luis Carranza sostuvo que desde hace más de 20 años éramos conducidos por piloto automático. Según este ex ministro aprista, este manejo en líneas generales significa que viviríamos 1) en una economía de mercado; 2) con instituciones fiscales y monetarias sólidas; y 3) con un manejo prudente de las principales variables macroeconómicas (gasto público, tamaño de la deuda respecto a producción, inflación, etc.).
La idea fue sugestiva. Eso de delimitar al gobierno es siempre algo espléndido. Como en el piloto automático de la aeronavegación, nos ayudaría mucho mantener mercados sin trabas, ni controles, ni licencias monopólicas. Además, consolidar una presión tributaria más liviana, cero déficits fiscales y un draconiano manejo de presupuestos públicos por resultados. También ejecutar el estricto cumplimiento de una meta inflacionaria reducida, con un dólar libre; y manejar prudentemente la escala del gobierno, sus regulaciones y sus nuevas deudas.
No obstante, el buen Carranza –y la mayoría de quienes colaboraron con los presidentes– hizo muy poco de esto. No consolidó un piloto automático coherente. Para la alta burocracia del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), el Banco Central de Reserva (BCR) y otras dependencias, la economía de mercado, las instituciones fiscales y monetarias sólidas, y el manejo prudente eran algo retórico y discrecional.
Hoy no podemos hablar seriamente de mercados libres si no hemos respetado ni los más básicos derechos de propiedad privada (tanto en el trato a los ahorros de los trabajadores en el sistema previsional privado como en casos como el de Conga o los bonos de la deuda agraria). Sostener que hemos consolidado manejos fiscales y monetarios impecables es solo una ilusión. Es cierto que, aunque nos hemos metido en megaproyectos con facturas abiertas que pagará el grueso de nuestra gente, no hemos avasallado la autonomía del BCR, asunto que debemos siempre defender con particular recelo.
Creer que en los últimos gobiernos tuvimos un cabal piloto automático produce una ternura desgarradora. Y hace que, esclavos de sus creencias, a algunos les parezca incomprensible que la Bolsa de Valores de Lima hoy enfrente la amenaza de ser degradada.
Necesitamos bajar del avión a los activistas de izquierda que piden más gastos fiscales y más inyección de liquidez. Ellos ni siquiera respetan el piloto automático inconsistente de estos tiempos. Un piloto ya deteriorado además por la ideología socialista de los Humala y sus colaboradores.
Requerimos, hoy más que nunca, hacerle caso a Carranza, pero con un piloto completo. Uno con estricto apego hacia mercados competitivos y abiertos. Con manejos monetarios y fiscales impopulares, pero lúcidos y austeros.