El que se mueve, solía decirse antaño, no sale en la foto, pero gracias a la tecnología esa circunstancia ha cambiado. Desde que se inventaron el Photoshop y otros productos similares, las personas pueden, efectivamente, introducirse en imágenes que fueron captadas antes de que nacieran y escaparse de las que consideran poco sentadoras para su reputación.
Existen fotos, sin embargo, que ningún efecto especial puede trastocar. Cuadros cuya composición está dictada por la lógica y no por lo que los sentidos pueden recoger de aquello que se les pone por delante; y en los que, por consiguiente, resulta muy fácil volver a colocar los elementos que pudieran haber sido artificiosamente sustraídos.
Esa es precisamente la situación que hoy enfrenta el líder y candidato presidencial de APP, César Acuña, en su afán por desentenderse de la forma en que la bancada del partido votó a propósito de la vacancia de Martín Vizcarra.
Una semana antes de que esta se produjera, Acuña había declarado en una entrevista: “Es irresponsable, a siete meses de que termine Vizcarra, que se dé una vacancia”. Pero llegado el día de la votación, veinte de los representantes de APP en el Congreso votaron a favor de la iniciativa, y uno se abstuvo. Y en ese momento, nadie escuchó al caudillo del partido, habitualmente tan sentencioso, quejarse por lo que había sucedido.
–La administración no se responsabiliza–
Solo después, cuando ya se hizo obvio que la decisión política de incorporarse a la coalición vacadora había sido un despropósito de consecuencias funestas, apareció el educador de las nuevas generaciones para plantearnos una nueva tesis sin plagio: él nunca había cambiado su postura contra la vacancia, pero los parlamentarios de su bancada insistieron en votar “en función de la conciencia” y, bueno pues, ahora tenían que apechugar con la indignación de la gente.
La pretensión de que los legisladores de su partido pertenecen, digamos, a una raza distinta, proclive a arrebatos políticos que no lo comprometen, enfrenta sin embargo algunos inconvenientes. Principalmente, uno que se relaciona con su peso específico dentro de la organización que, según todos los testimonios disponibles, lidera. Esto es, encabeza, orienta y dirige. O, por lo menos, debería…
¿Es verosímil que, ante la supuesta advertencia y recomendación del líder de APP de votar contra la vacancia, ninguno de los legisladores del partido decidiera hacerlo? Y si, por improbable que parezca, fuese eso lo que hubiese ocurrido, ¿no tendría él que haber marcado distancias de sus díscolos seguidores antes de que se materializara la votación y no cinco días después? ¿Es admisible, en suma, que Acuña nos diga ahora “la administración no se responsabiliza”, finja hacer unas anotaciones sobre los congresistas desobedientes en su libretita negra y luego continúe caminando con ellos de la mano hacia las elecciones del próximo año? Porque Carmen Omonte lo acompaña en la fórmula presidencial como aspirante a la primera vicepresidencia y Omar Chehade es candidato al Parlamento Andino…
La respuesta a esas preguntas, entonces, viene sobrando.
En esta pequeña columna tenemos la impresión de que Acuña, en realidad, dijo primero que no había que apoyar la vacancia; luego, creyendo que habían cambiado los vientos, aceptó hacerlo. Y por último, cuando su bancada fue adelante con el voto vacador y se hicieron evidentes las dimensiones del follón en el que se habían enredado, trató de salirse de la foto sin raspones. Una contorsión que, hay que decirlo, ha ensayado varias veces en la historia reciente, pero todas ellas sin éxito.
Para no retroceder demasiado en el tiempo, recordemos, por ejemplo, la presencia de Benicio Ríos y Edwin Donayre, dos individuos que tenían problemas con la justicia y hoy están presos, en la lista parlamentaria de su partido para los comicios del 2016. ¿Podría eso acaso haber sucedido sin su anuencia?
O pensemos en su actitud hacia Marisol Espinoza, a la que expulsó sumariamente de las filas de APP por, presuntamente, haberse “confabulado con los fujiapristas” para presentar un recurso de amparo contra el cierre del Congreso. ¿Es realmente imaginable que ella estuviera dispuesta a hacer tal cosa sin haberle informado antes? Pues no, y por eso mismo no es extraño que luego tuviera él que dar marcha atrás en lo de la expulsión con cara de palo y silbando. Espinoza, como se sabe, es ahora también candidata de su partido al Parlamento Andino.
Llegados a este punto, lo que el expremier Pedro Cateriano cuenta sobre el respaldo que el hombre fuerte de APP le ofreció para su presentación en el Congreso y después, sin decir “agua va”, le quitó, no solo adquiere ribetes de veracidad, sino que comienza a parecer el cumplimiento de un ritual religioso.
–Mind games–
Como decíamos al principio, sin embargo, el empeño de Acuña por escurrirse de la foto del desaguisado del que participaron los legisladores de su partido es tan grueso que está condenado al fracaso. Y en ese sentido, no se diferencia de todos sus otros esfuerzos por lucir como estadista.
Esta semana, por ejemplo, a la salida de su cita con el presidente Sagasti, anunció ante la prensa lo que le había demandado al nuevo gobernante a nombre de su colectividad política. “Tiene que haber un plan estratégico pensando en la segunda ola de la pandemia y ese plan tiene que ser comunicado a la población”, dijo con la solemnidad de quien transmite el sedimento de una reflexión de siglos.
Y ante el pasmo que sus palabras producen, para ser honestos, solo cabe contar las horas que faltan para que polemice con Forzay.
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