La censura del ministro Jaime Saavedra ha sido la culminación de un episodio en el que el gobierno, la oposición fujimorista y sus aliados han encarnado a una versión perversa de Los Tres Chiflados. La bancada naranja -con su Mototaxi y su tesis de las pruebas PISA como psicosocial- se ha pintado ciertamente como un hato de crecidos pirañitas. Pero la difundida idea de que, por contraste a ello, el presidente Kuczynski se condujo como un estadista al anunciar finalmente que no respondería a la provocación presentando una cuestión de confianza no se sostiene. Si los fujimoristas fueron los gremlins de esta historia, él les echó agua y les dio de comer después de la medianoche.
Gesto y mueca
Para empezar, si el mandatario estaba persuadido de las bondades de Saavedra como titular de Educación y quería que se quedara, ¿qué efecto se imaginó que tendría decirles a sus cuestionadores, antes de la interpelación y desde Chile, que ‘salieran de su clóset’ (en referencia a los intereses a los que respondían)?
Las cosas, sin embargo, empeoraron días después. Atarantado por voces que le sugerían
plantearle al Congreso una cuestión de confianza al respecto –a partir de elaboraciones teóricas que hacían recordar los devaneos marxistas sobre la necesidad de agudizar las contradicciones del sistema capitalista para precipitar su caída-, PPK empezó su tradicional pasito pa’ adelante - pasito para atrás. El 2 de diciembre, preguntado en la radio acerca de si la situación de Saavedra daba “para plantear una cuestión de confianza”, respondió que si se llegaba a la censura, “habría que pensar en un voto de confianza”. No obstante, un par de días más tarde, trató de desdecirse. “Yo nunca he dicho que voy a plantear una cuestión de confianza; he dicho que la Constitución me permite hacer eso”, sostuvo. Pero lo cierto es que la expresión que usó originalmente hablaba de la necesidad de hacer algo, y no era una mera recitación de los resortes constitucionales a su disposición.
Para el viernes 9, empero, ya tocaba al parecer avanzar de nuevo en esa danza necia y declaró: “Estamos evaluando el tema del pedido de confianza”. Y así llegamos al fin de fiesta del martes 13, en que anuncia, pleno de madurez, que no hará el pedido “para evitar un escenario de mayor enfrentamiento”…
La iniciativa, por supuesto, adolecía de sandez desde el principio, porque reaccionar con esa medida extrema ante el primer encontrón con el Congreso lo dejaría sin recursos para enfrentar crisis más serias en el futuro y sin el resto del gabinete cuando recién empezaba a poner en marcha sus reformas. Pero hacer evidente, con su zangoloteo habitual, que se trataba de una bravuconada convirtió el pretendido gesto en mueca, y solo consiguió irritar y envalentonar a quienes ya estaban suficientemente embriagados de rencor político.
Es probable que ninguna actitud hubiese logrado cambiar la determinación navajera de esos congresistas que, a fuerza de increíbles, han devenido fantásticos. Pero ir a buscarlos fue singularmente torpe e innecesario porque les permitió deshacerse de parte de la responsabilidad –y el costo político- de su afán camorrista.
A ver si a raíz de todo esto, alguien se anima a explicarles por fin a los estrategas del Ejecutivo que una cosa es ser ‘de lujo’ y otra, ‘de campeonato’.
Esta columna fue publicada el 17 de diciembre del 2016 en la revista Somos.