Esta será una defensa paupérrima. Ni siquiera de oficio, pues de fútbol sé poco o nada. Eddie, si quiere, que la tome o que la deje, porque es probable que mi argumento central no le sea grato.
¿Cuál es? Que yo creo que el comentario deportivo al calor de un partido es, esencialmente, un devaneo alrededor de lo obvio, una disertación tan inflada como hueca, un diálogo en medio de la polvareda donde no ves ni oyes nada, porque estás en los dominios de la emoción. De ahí que la perogrullada de decir, "los jugadores a veces pueden jugar bien y a veces pueden jugar mal" o "la diferencia entre los equipos de Argentina e Irán es que uno tiene a Messi y el otro no", entre otras fleischmaneadas, me tenga sin cuidado.
Fleischman, como sus más ilustres colegas, podría florearse un poco, pero igual empezaría y acabaría en la obviedad. Podría decir, "esta selección ha salido con aliento de gol" o "este delantero tiene una magnífica obsesión y la va a cumplir". Ello sonaría mejor a algunos oídos excitables, pero, ¡bah!, me saben igual de obvias. Tal vez haya más poesía involuntaria en la simpleza y el laconismo de una perogrullada fleishmaniada, que en el disfuerzo con el que Martínez Morosini -para citar al narrador con el que nací- buscaba sinónimos de pelota y de arco, pues no quería redundar. Más poesía que en el impostado humor con el que El Veco quería ayudarnos a digerir sus solemnes parrafadas.
El análisis en simultáneo del fútbol es un intento, que nunca me he llegado a tragar, de disimular el caos de la barbarie con la retórica de la civilización. Más sensato y auténtico y consecuente con el ritual del fútbol, es entregarse a él para gritar barbaridades, como la hinchada. Y despeinarse y desencorbatarse, como los conductores de los espacios de deportes de aventura. No engolarse y cuadricularse, fingiendo corrección en el desmadre. Una excepción es el grito de 'goooool' alargado, que, vaya ironía, es todo lo contrario de engolar la voz para narrar.
Después, en el programa de análisis o en la columna, se podrá exigir un bonus intelectual, pero a la hora del partido, no me vengan con exquisiteces. Fleischman, según oigo a fanáticos y entendidos, tampoco brilla en la sobremesa. Cuádrenlo ahí, pero no lo crucifiquen por su simpleza a la hora donde el floro está de más.