Esta semana el Gobierno Venezolano dio un anuncio que, valgan verdades, nos dejó anonadados. El ministro de Finanzas del país llanero, Nelson Merentes, declaró que el suyo “es un Gobierno aprobado en 18 elecciones, que ha tenido éxito en lo social, pero que aún le hace falta tener éxito en lo económico”.

Ahora bien, lo que más nos sorprendió no fue que, por primera vez, una autoridad oficialista venezolana reconozca el fracaso económico del chavismo. La mayor sorpresa vino de que se insista en que en dicho régimen ha logrado éxito en lo social.

Para empezar, porque los desastres económicos suelen acarrear a su vez desastres sociales, como ha sucedido efectivamente en ese país.

Por ejemplo,el terrible manejo de la economía venezolana ha generado una inflación anualizada que alcanza el 24%, tasa solo superada por las de Siria e Irán (y que se espera se vuelva la más alta del mundo al final del año). La inflación, como los peruanos bien sabemos, es una ladrona silenciosa que poco a poco se va comiendo los ahorros de las personas, haciendo sufrir especialmente a los más pobres. ¿Acaso la inflación no trae consigo múltiples problemas sociales, como familias sin ahorros o sueldos que ya no alcanzan para comprar alimentos o pagar colegios?

Otro ejemplo de cómo el mal manejo económico conlleva otro tipo de problemas es lo que sucede en Venezuela con la escasez. Las políticas estatistas del chavismo han llevado a que en su país se sufra para conseguir leche, azúcar, medicamentos, papel higiénico y otros productos básicos. ¿No es un problema social que los ciudadanos de un país no puedan comprar las medicinas que necesitan sus hijos?

O pensemos también en cómo, debido a la crisis económica, los servicios públicos de los que depende el bienestar de la población se deterioran progresivamente. Cada vez la falta de agua es mayor y desde el 2008 el país sufre tantos problemas de luz que el propio Chávez recomendó en su momento a sus compatriotas usar sus linternas para ir al baño en las noches, con la finalidad de ahorrar energía. La infraestructura hospitalaria, por su parte, ha sido descrita por “The Economist” como “podrida”.

Por otro lado, tampoco es que los indicadores puramente sociales en Venezuela anden tan bien que digamos. Veamos, por ejemplo, el caso del crimen. En 1998, cuando Chávez llegó al poder, hubo 4.550 asesinatos; en el 2012, esta cifra aumentó a 21.692 víctimas, según la ONG Observatorio Venezolano de Violencia. Si hacemos una comparación, este último número es mayor que la suma de los homicidios que ocurren en un año en Estados Unidos y los 27 países de la Unión Europea. Según el actual presidente, además, el 90% de los secuestros en Caracas se comete con la complicidad de policías o ex policías.

Asimismo, en lo que toca a corrupción, Venezuela no es ni por casualidad un modelo a seguir. Según Transparencia Internacional, es uno de los países donde los ciudadanos perciben mayor corrupción, ocupando el puesto 165 de un ránking de 174 naciones.

Por lo demás, el chavismo ha convertido al país en un lugar donde su sociedad no puede expresarse libremente. Bajo la ideología chavista se han cerrado hasta ahora 34 estaciones de radio opositoras y hace poco cayó el último canal de televisión independiente en el país.

A todo lo anterior se suma que se han destruido las instituciones democráticas. El Poder Judicial se encuentra totalmente intervenido, al punto que la presidenta del máximo órgano de justicia venezolano no encuentra un problema en declarar públicamente que “la división de poderes debilita al Estado”. En la Asamblea Nacional, por su parte, se gobierna literalmente al susto. No solo hemos visto cómo el oficialismo le apaga los micrófonos a la oposición, sino que se ha llegado al extremo de agarrar a golpes a los congresistas que cuestionan la legitimidad del gobierno.

No nos dejemos engañar. El profundo fracaso del chavismo es tanto económico como social. Se trata de un régimen, en fin, indefendible por donde se le mire.